Lexi dibujaba círculos en el piso con su pie izquierdo. Con la cabeza agachada miraba los rieles de las vías. Se ajustó la maleta en la espalda, tomó aire y pensó en las consecuencias de su decisión. Cerró los ojos y dejó volar su imaginación mientras los trenes que pasaban a toda velocidad la despeinaban.
Se vio parada en la estación. El tren con dirección a Ámsterdam había arribado. Subió los escalones sin prisa. Miró su boleto, buscó el asiento y se acomodó junto a un chico rubio. Parecía de su misma edad. Conversaron durante el camino y Gabriel le contó que estaba estudiando ingeniería ambiental. Era alemán, pero vivía en Ámsterdam desde hacía tres años. Tuvieron una conexión inmediata. La charla animada hizo el viaje más corto. Al bajarse del tren, intercambiaron sus números de teléfono. Siguieron viéndose durante meses. Se hicieron novios y un siete de diciembre se casaron. Fue una ceremonia sencilla, con pocos invitados. Celebraron el amor en Venecia y a los nueve meses nació Dante. Lexi dejó su trabajo en la universidad y se dedicó a su labor de madre y esposa. Vivieron felices hasta que un otoño Gabriel se enfermó y murió.
Lexi abrió los ojos y sacudió la cabeza para alejar aquella imagen de una vida normal, en la que se casaba, tenía una familia y vivía como la mayoría de los mortales. Un perro la olfateó y sintió un escalofrío. Lexi se pasó las manos por los brazos y de nuevo cerró los ojos.
Otra vez estaba de pie sobre la misma plataforma. Vio su vida pasar frente a sus ojos mientras se acercaba el tren con dirección a Ámsterdam. Tomó aire y se lanzó a las vías. Escuchó como un susurro los gritos de las otras personas que estaban en la estación. Se quedó a oscuras en un instante. Estaba suspendida en la nada y solo podía imaginar cómo sería la vida después de su muerte. Un policía se acercó al cuerpo que yacía sin vida sobre las vías. Revisó sus pertenencias y encontró una billetera. “Lexi Cohen”, dijo en voz alta, y pasó la identificación a su compañero. Sacó el celular de la mochila y buscó el número de teléfono de algún familiar. Solo tenía grabados los números de tres personas. Llamaron a la primera de la lista. Una voz ronca contestó y cuando escuchó los detalles del incidente les informó que Lexi era su antigua empleada, que el día anterior había renunciado para iniciar un nuevo proyecto en otra ciudad. No se le pasó por la mente que tenía la idea de quitarse la vida. “Siempre fue muy reservada, no se relacionaba con nadie en la oficina, no tenía amigos ni familiares. Era una persona solitaria. Es una pena que nunca haya querido integrarse”, dijo el señor Duarte con la voz entrecortada. Empacaron el cuerpo en una bolsa negra y lo llevaron a la morgue. Después de la autopsia, sus restos se quedaron en una fosa común.
Con la imagen de su cuerpo refundido entre un montón de desconocidos el corazón le dio un salto y abrió los ojos. Su vida no podía terminar como si hubiera sido un fantasma. No tendría un funeral, no sería recordada, nadie lloraría su ausencia. Quitarse la vida, sin haber vivido lo suficiente, era una pésima idea. Se pasó la mano por el rostro, luego por el cabello y volvió a cerrar los ojos.
Una vez más estaba de pie en la plataforma. El tren con dirección a Ámsterdam se aproximaba a toda velocidad. Cuando se estacionó anunciaron por los altavoces la hora de salida. Hicieron varios llamados. El tren partió y Lexi se quedó inmóvil, dejó que se fuera sin ella. Caminó hasta el paradero de taxis y se subió a uno. Le pidió que la llevara al Boulevar Saint Michel. Cuando llegó, buscó un café. Se sentó en una de las mesas libres y pidió un granizado. Sacó el celular y llamó a su antiguo jefe. Le explicó las razones por las que había renunciado y le pidió su trabajo de vuelta. El señor Duarte accedió. Lexi se acercó al estante de revistas que tenía el café, cogió un periódico y buscó un piso donde quedarse. Al día siguiente regresó a la oficina. Sus compañeros estaban felices por verla de nuevo. Hizo grandes amigos. Asistió a fiestas, viajó por el mundo. Se jubiló y una noche de invierno murió de un ataque al corazón.
Lexi abrió los ojos y no pudo contener la risa que la sacó del ensueño. Tampoco creía posible que su vida tomara ese rumbo. Movió la cabeza de un lado a otro para sacudir las ideas. Había tomado la decisión de avanzar en otra dirección, de dejar de ser un fantasma, y tenía tres perspectivas: arriesgarse con un nuevo comienzo en un lugar donde también sería una desconocida, pero en un lugar diferente, a fin de cuentas. Acabar con su vida y morir siendo alguien que no quería ser o darle una oportunidad a su antigua vida. Lo cierto es que tenía más opciones, pero solo había pensado en tres.
El reloj de la estación marcaba las 8:25 AM, faltaban cinco minutos para que arribara el tren. Lexi se encontraba ante una encrucijada. El temor que sentía por haber tomado una mala decisión la tenía paralizada, pero estaba segura de que no podía continuar estática, inerte como una sombra. Tenía que dar el salto de fe, lanzarse al vacío de la incertidumbre y luchar con todas sus fuerzas para salir a flote. La plataforma gruñó bajo sus pies y las piedras empezaron a moverse sobre los rieles. El tren con dirección a Ámsterdam se aproximaba. Lexi sujetó la mochila con fuerza. En ella cargaba toda su vida. Podía dejar todo atrás, o regresar, sin mayores inconvenientes. No era una carga muy pesada. Miró las vías y oyó el crujir de los rieles. Estaba cerca. Cerró los ojos y se imaginó una vez más cómo sería empezar de nuevo. El tren se detuvo y se abrieron las puertas. Las personas que pasaban por su lado la empujaban. Una pareja discutía, un niño lloraba y Lexi solo permaneció inmóvil unos minutos más. Cuando escuchó por los altavoces el último llamado, abrió los ojos.
Mónica Solano
Imagen de Silvia & Frank
Mónica, aunque no lo hubieras firmado, habría sabido que este relato era tuyo. Partes de una situación cotidiana, vivida, y nos trasportas a un mundo trascendente. Además, está muy bien escrito, con ese juego que nos lleva de la realidad al sueño y del sueño a la realidad. Y, al final, nos dejas con el alma en vilo. ¡Muy bueno!
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Querida Mónica: me encanta tu relato. Es como contar en vivo y en directo mi reflexión del último artículo sobre la vida en tres dimensiones. Me imagino a tu Lexi metida en un mundo plano, o en uno mucho más vivo… ¡Me ha hecho disfrutar, amiga mía! Gracias por tus historias.
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