De las fragolinas de mis ayeres
Dionisia bajaba todas las tardes a la fuente a buscar agua fresca para los hombres que llegaban sudorosos del monte. Ese día, como los anteriores, cogió el cántaro que guardaba en el brocal del aljibe del patio y se lo puso en la cadera. A las siete en punto salió por la puerta delantera de su casa, que estaba a las afueras del pueblo, y enfiló la pendiente que llevaba hasta el Arba. Anduvo sola hasta la Peña de Tolosana. Allí se sentó y esperó a que llegaran sus amigas.
Dionisia era la más puntual. No perdía tiempo en arreglarse como sus amigas. Y todo porque su madre, que pensaba aún no le había venido la regla, a los catorce años no la dejaba pintarse ni usar enaguas almidonadas.
—Ya tendrás tiempo cuando seas moza casadera. Entonces sí que tendrás que engalanarte para que se te acerque algún mozo y no quedarte para vestir santos.
—¡Calle, madre! —Dionisia se tapaba las orejas con las manos.
—¿Qué me calle? Vamos, no se puede llegar a más. —Entonces levantaba el índice amenazante—. Un solterón aun sirve para algo, pero una solterona es la peor desgracia que le puede caer a una familia.
Cuando vio llegar a las amigas por la revuelta del Peñazal, se unió a ellas y continuaron todas juntas, quitándose la palabra las unas a las otras:
—Mirad, este lazo rojo me lo regaló Juan para la sanmiguelada —decía Quiteria.
—Pues a mí me dijo Jorge que me traería unos pendientes de la feria de Ayerbe — contaba Jacoba.
—Anda, eso no es nada. A mí Felipe me va a comprar el anillo de pedida —terciaba Blasa.
En medio del griterío Dionisia callaba y miraba al suelo para no tropezar con las piedras del camino. Pues sabía que si se le rompía el cántaro su madre no le compraría otro.
En la bajada se daban prisa para llegar antes que los mozos. Hacia las siete y media ya habían llenado los cántaros y se divertían remojándose con el agua de la fuente. Ese día Dionisia se alejó del grupo y se sentó pensativa. Al poco rato llegaron los mozos a abrevar las caballerías. Les soltaron los ramales y las dejaron beber mientras ellos se acercaban a las mozas. Con el reencuentro se acabaron los juegos y comenzaron las conversaciones pícaras. Dionisia los miraba como si nada de eso fuera con ella.
Cuando las caballerías dejaron de beber, emprendieron la vuelta al pueblo. En la subida, las mozas ya no iban tan dicharacheras ni tan alegres. Caminaban muy concentradas, junto a los mozos. De vez en cuando alguna pareja se apartaba un poco para hablar a solas.
A Dionisia, que iba rezagada y encogida, como si se avergonzara de su cuerpo de niña, se le acercó el mozo más joven y le dijo:
—Yo sé lo que te pasa. Y te voy a esperar.
Se puso tan nerviosa que dejó de mirar al suelo. Entonces tropezó, se le cayó el cántaro y se hizo añicos. Notó algo húmedo entre las piernas. Se decepcionó al ver que sólo era el agua del cántaro que se le escurría por las enaguas.
Dionisia no dijo nada, siguió andando unos pasos, volvió la cabeza y vio el charco junto a una piedra, en el último recodo del camino. Sintió una punzada en el pecho. Sólo ella sabía que hacía tres meses que había tenido la regla por primera vez y que después del encuentro con Manuel ya no le había vuelto a venir.
Cuando llegaban al pueblo sonaban las campanadas del reloj de la torre. A esa hora llegaban los hombres del monte y su madre esperaba el agua para llevarla a la mesa. A las ocho en punto entró en su casa, se apoyó en el brocal, contempló su cara en el agua negra del pozo y oyó el eco lejano de los gritos de su madre:
—¡Dionisiaaaaa!, ¿dónde está el agua del cántaro?
Por las rendijas de la puerta entraban los silbidos del cierzo que arremolinaba las flores en el camino.
Carmen Romeo Pemán
Imagen principal. «Llenando el cántaro en la fuente de El Frago», de Carmen Romeo Pemán.
Un relato muy triste, que refleja con acierto la realidad de la época. Gracias, Carmen.
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¡Gracias, Josefina! Tus comentarios siempre dan en el clavo. Un abrazo.
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Precioso 😍
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Gracias, Ana, por pasarte por aquí y por tu comentario. 😊
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Feliz fin de semana, Carmen 😘
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Un relato bonito sobre los usos y costumbres de nuestro medio rural. Un placer recordar aquello que nuestros ascendientes nos han contado.No dejar que el tiempo lo diluya. Expresiones y palabras que persigo y atrapó para no olvidar. Magnífico!!!
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Gracias, gracias, Paola, por tu lectura y por este magnífico comentario. 😉
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Tu relato me ha gustado mucho, como todas tus historias, a pesar de la tristeza que esconde detrás de hermosas palabras
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Gracias, Chesus! Es que la vida de nuestras antepasadas, heroínas anónimas, fue así de dura.
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Una historia viva pese al paso del tiempo, Carmen. Es hermoso que personas como tú no dejen que esas historias se diluyan como el agua del cántaro…
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Gracias Adela, gracias! Mis historias son posibles porque me siento apoyada por amigas como tú. Un abrazo.
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Hola, Carmen, artista del relato breve que llega al corazón en directo.
Siempre capto q el personaje principal, una fragolina, me contagia su tristeza y sufrimiento pero al final, me salva por su autenticidad y toque de amor, felicidad posible….. Y me produce alegría y me enseña a respirar hondo y a aprender q las mujeres sobrevivimos por sabias y resistentes.
Gracias y un abrazo fuerte.
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¡Gracias, Meche! Siempre he sabido que tenías una sensibilidad exquisita para captar la esencia de los escritos. Aquí has llegado al fondo y me has hecho tocar fondo. Tus palabras me han emocionado. Un abrazo, amiga.
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