María Moliner en Zaragoza

#InstitutoGoya

El sábado día 30 de marzo, María Moliner Ruiz cumplió 119 años. Fue una de las primeras alumnas del Instituto Goya, en ese momento llamado Instituto General y Técnico de Zaragoza, que durante mucho tiempo estuvo situado en la vieja Universidad de la Magdalena, un edificio hoy desaparecido.

Fachada de la Universidad

Fachada de la desaparecida Universidad de la Magdalena. En este complejo universitario estaba el Instituto de Zaragoza.  En 1933 se trasladó al edificio de los jesuitas y se llamó Instituto Goya. En 1936 estuvo un tiempo en la Escuela de Comercio y después volvió a la Magdalena. En 1959, el mismo día que el Hospital Miguel Servet, se inauguró el edificio tal y como se conserva en la avenida Goya, 45.

Movida por el honor de haber impartido clases en el instituto donde ella estuvo de alumna, quiero recordar sus andanzas por Zaragoza, y los homenajes que la ciudad le ha dedicado poniendo su nombre a edificios, organizaciones y calles. Así, María Moliner sigue presente, de forma habitual y natural, en la ciudad de su adolescencia.

María Moliner Ruiz. (Paniza, Zaragoza, 1900-Madrid, 1981). Lexicógrafa. Licenciada en Historia, archivera, bibliotecaria y una infatigable trabajadora de la lengua española. Era hija de Matilde y Enrique, un médico rural que en 1902 se trasladó a Almazán (Soria) y en 1904 a Madrid. En 1914 María regresó a Zaragoza.

Comenzó los estudios de bachillerato en la Institución Libre de Enseñanza, y se examinó, como alumna libre, en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid (1910-1915). En 1915 pasó, también como alumna libre, al Instituto General y Técnico de Zaragoza. En 1917 figuraba como alumna oficial y en 1918 obtuvo el título. Fue una de las primeras alumnas que cursó el bachillerato en el Instituto Goya de Zaragoza.

María Moliner. Certificado

Como se aprecia en la foto de 1917, la que encabeza esta reseña, ese curso solo había seis alumnas, en la foto todas están junto al profesor don Miguel Allué Salvador —en 1917 era director don Pedro Marcolaín— . María Moliner lleva trenzas y está abajo a la derecha, la quinta de la segunda fila—. Entre sus compañeros del Goya reconocemos a Luis Buñuel —arriba a la izquierda, el segundo de la segunda fila— y a Ramón J. Sender —abajo, a la derecha, el segundo de la tercera fila.

En 1921 obtuvo premio extraordinario en la licenciatura de Historia, en la Universidad De Zaragoza Unizar, que entonces tenía la sede en la Plaza de la Magdalena, en el mismo edificio que estaba el instituto.

Carnet del Goya

Carné de la Universidad de Zaragoza

Desde 1917 hasta 1921, María Moliner, además de cursar Historias en la Facultad de Filosofía y Letras, se formó como filóloga y lexicógrafa en el Estudio de Filología de Aragón, dirigido por Juan Moneva. Allí colaboró en la realización del Diccionario aragonés y adquirió un método de trabajo que después le resultaría muy útil para la redacción de su Diccionario.

En 1922 ingresó por oposición en el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, y comenzó a trabajar en el archivo de Simancas. Desde 1924 hasta 1930 estuvo destinada en Murcia, donde conoció a Fernando Ramón Ferrando, un catedrático de Física, con quien se casó en 1925. Fue la primera mujer que impartió clases en la Universidad de Murcia. Allí nacieron sus dos hijos mayores: Enrique y Fernando. En 1930 se trasladaron a  Valencia, donde nacieron Carmen y Pedro.

Ya en Valencia, María, Fernando y otros matrimonios fundaron la Escuela Cossío, siguiendo el modelo de la Institución Libre de Enseñanza, para educar a sus hijos de forma moderna y europea. Dirigió las Bibliotecas Circulantes de las Misiones Pedagógicas y escribió unas Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas. Realizó importantes aportaciones para la política bibliotecaria de la II República.

Al acabar la Guerra Civil fueron expedientados y degradados en el escalafón. Fernando perdió la cátedra y lo trasladaron a Murcia. Y a María la rebajaron dieciocho niveles en el escalafón y la destinaron al Archivo de Hacienda de Valencia. En 1946 su marido fue rehabilitado y destinado a la Universidad de Salamanca. Finalmente, la familia se instaló en Madrid y ella consiguió entrar como bibliotecaria en la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid.

Desde 1951 hasta 1966, ella sola definió en español actual, con paciencia y con un método riguroso, una a una todas las palabras del diccionario de la Real Academia Española. Y otras que todavía no estaban admitidas.

El resultado fue el Diccionario de uso del español (1966), uno de los diccionarios más originales, renovadores y valiosos de la lexicografía española del siglo XX, reeditado constantemente desde su publicación.

Marcapáginas

Un marcapáginas para libros

 

En 1972 no fue admitida en la Real Academia Española por su condición de mujer. María Moliner, trabajadora, inteligente y utópica, fue víctima de una sociedad que no era generosa con las mujeres.

Reconocimientos en Zaragoza

El antiguo camino de las Alcachoferas, en 1935 se llamó calle del alcalde Enrique Armisén Berasategui y desde 1957 hasta 1979 calle del General Millán Astray. En 1979, siendo alcalde de Zaragoza Ramón Sainz de Varanda, se le puso el nombre de María Moliner.

Mapa de la calle

En Zaragoza, también lleva su nombre la asociación de mujeres “María Moliner”, con sede en la calle Alcalde Burriel.

El logotipo de la Asociación de Mujeres María Moliner

Logotipo de la asociación

El instituto de educación secundaria María Moliner está en el Barrio Oliver.

Instituto de Edudación secundaria en el Barrio Oliver

Y los zaragozanos le han dedicado dos bibliotecas: la Biblioteca María Moliner del Campus Universitario de la plaza de San Francisco.

Biblioteca María Moliner

Biblioteca María Moliner en el Campus de la plaza de San Francisco de Zaragoza.

Y la Biblioteca Pública Municipal María Moliner, en la plaza de San Agustín.

Blblioteca Pública Municpal en la plaza de San Agustín

Biblioteca Pública María Moliner, en la plaza de San Agustín de Zaragoza.

 

Para terminar

Cinco catedráticas del Instituto Goya, Cristina Baselga Mantecón, Pilar Fernández Llamas, Concha Gaudó Gaudó, Carmen Romeo Pemán e Inocencia Torres Martínez, y Gloria Álvarez Roche del Instituto Avempace, le hemos rendido nuestro homenaje en libros y charlas, y en una exposición sobre las Pioneras en la educación en Aragón. Por iniciativa de Pilar Fernández Llamas rescatamos su expediente del olvido, junto con los de otras alumnas. A María Moliner le hemos dedicado un espacio importante en dos libros: en La Zaragoza de las Mujeres. Callejero y en los Paseos por la Zaragoza de las mujeres.

Carmen Romeo Pemán

Goya Actual

Instituto Goya hoy

«Como cada tarde”: Sara Puente y su bisabuela fragolina

Las fragolinas de mis ayeres

La tarde se convirtió en mañana y dejó de ser rutinaria. Ese día Dominica Bernués, la protagonista de la novela de Sara Puente, no bajó al huerto de la fuente como cada tarde. Dominica subió al Fosal a acompañar a su bisnieta en la presentación de la novela que le había dedicado. Y yo la acompañé con unas palabras que en mi nombre pronunció Chesus Asín. No faltó la presencia de José Ramón Reyes, el alcalde. Tampoco faltaron las jotas de Inés Laplaza, ni los amigos y familiares de Zuera, que acudieron prestos al llamamiento de Sara.

Presentación de Como cada tarde, una novela de Sara Puente, en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de El Frago. En la mesa, Chesus Asín, José Ramón Reyes, alcalde, y Sara Puente. De pie, Inés Laplaza, que cantó las jotas del texto de la novela. El Frago, 21 de agosto de 2021, a las 11,30h.

¡Buenos días fragolinos, y bien llegadas las gentes que nos acompañan!

Hoy estamos con Sara Puente, una descendiente de casa Juana María. Sara, con técnicas literarias atinadas y con una voz segura, acaba de sacar a la luz una novela fragolina.

¡Enhorabuena, Sara! Acabas de dar voz y sentido a las fragolinas de finales del siglo XIX y de principios del XX, a una generación de fragolinas y fragolinos de nuestros ayeres

En Como cada tarde, has dado vida a unas tradiciones y a unos legajos que eran propiedad de tu familia. Como dice Octavio Paz, has hecho literatura convirtiendo lo privado en público. Una de las formas más nobles de inmortalizar el pasado.

 Además, has dado un salto cualitativo enorme. Esta novela se puede leer como un tratado de antropología de todo Aragón. Aquí has recreado viejas costumbres y ritos de nuestro pueblo y de todos los pueblos aragoneses. Así que siguiendo con Octavio Paz, te diré que lo local es universal y lo efímero es eterno.

Y para dar este salto, vas salpicando tus páginas con frases lapidarias, refranes aragoneses, que convierten lo local fragolino en general de Aragón e incluso en lo ancestral de otras culturas rurales.

La hacienda solía heredarla el hijo mayor. Aquella era una ley no escrita. En esta frase, recoges una costumbre ancestral cualquier cultura rural. Este tema es el anclaje en el que fundamentas toda la novela.

Las mujeres, en Aragón eran las propietarias de los huertos cercanos a los pueblos, como una prolongación de lo doméstico. Desde el primer párrafo hasta el último sabemos que lo más preciado de Dominica era su huerto familiar

Y un poco más adelante, particularizas ese huerto, que prolonga la intimidad de la casa, en uno concreto que hay en la arboleda de El Frago, justo al lado de la fuente.

Ella optaba por ocupar muchos de sus ratos en trabajos intentando sacarle partido a ese pequeño trozo de tierra para aportar al hogar algo más y, cuando se sentía cansada, era en ese huerto donde prefería estar a solas.

Y Dominica se enfrenta, como heroínas calladas, a la miseria que la azotaba.

Entre las faldas llevaba un pequeño trozo de tela vieja en la que había envuelto un pedazo de pan y unas olivas, que pensaba darles a los chavales cuando quisieran merendar bajo la sombra del manzano ya cubierto de nuevas hojas. Solo a los dos mayores, Miguel y Julián. Al pequeño Rafael aún le sacaría un poco la teta para que mamase algo, a pesar de que ya iba siendo mocico para eso, pero así era una boca menos.

Como cada tarde, mientras los críos corrían a sus anchas subiendo y bajando la cuesta, entrando y saliendo del huerto, saltando la pequeña tapia, ella, sin perderlos de vista, daba vuelta por las hortalizas.

Dominica Bernués. La fragolina real

Sara, tu novela es una versión idealizada de tu bisabuela Dominica Luna Bernués (1884-1977), perteneciente a una familia de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Era hija de Demetrio Luna Casabona (1840–1928). y Petra Bernués Pérez (1848–1920), de casa Juana María, hija de Gil Bernués y de Juana María Pérez. Vivían en la calle Príncipe 4. También vivieron de recién casados en la calle Cubillo, en casa el Curro. En la partida de defunción de Petra, leemos: Estaba casada con Demetrio Luna Casabona, de cuyo matrimonio quedan cinco hijos llamados, Daniel, Agustina, Dominica, Félix y Juana Luna Bernués. Que el día 18 de mayo de 1918, en unión de su esposo Demetrio Luna otorgó testamento a favor de su hijo Félix Luna Bernués, ante el notario Pedro Remacha.

Pero, Demetrio y Petra fueron padres de más de cinco hijos, varios fallecidos de niños. Precisamente este dolor de las madres que pierden tantos niños y las campanas tocando a mortachuelo, o mortijuelo, es uno de los sentimientos más logrados en tus páginas.

Los hijos que sobrevivieron a Demetrio Luna y Petra Bernués los emparentaron con otras tantas casas de El Frago. De Daniel, casado con Marcela Casabona, proceden los de casa de las Escaleretas y quedan abundantes descendientes. Entre otros mis vecinos de casa Manuelico. De Agustina los que vienen a casa Navarro en El Terrao. Dominica y Manuel Puente Palacio (1873 – ¿?), los protagonistas de hoy, se casaron en 1903. Manuel nació en El Frago, no en Agüero, como se dice en la novela. Su padre sí que era de Agüero.

Su hermano Félix, el heredero, se casó con Dominica Ángel Soro, de casa el Tejedor, y fueron los padres de Eustaquio y Félix. ¡Cuidado! Que podemos confundir a las dos Dominicas. En realidad eran cuñadas.

Como bien sabes y cuentas en la novela, los hijos de esta extensa familia, como los de otras muchas, tuvieron que emigrar para sobrevivir. Estos fueron los nuevos Ulises fragolinos que ya no encontraron a sus Penélopes.

Esas familias, tras el arrojo de buscar mejor fortuna, dejaron en El Frago lo mejor de sus vidas y sus mejores recuerdos. Y aquí tu escritura testimonial cobra mucho sentido.

Esto es una novela, no un fragmento de historia.

Bien, pues siguiendo las convenciones de la creación literaria, estilizas y reduces las relaciones familiares. Intentas hacer una novela de personaje, el drama personal de tu bisabuela Dominica, y no una novela saga.

Dominica tendrá que pasar muchas pruebas, como las heroínas de los cuentos, para intentar llegar a ser ella misma. Pero a eso no se llega si no se rompen muchas cadenas con mucho dolor.

Dominica es un personaje que ama, ríe y sufre. Pero, sobre todo, es un personaje que evoluciona. Vemos cómo va cambiando en estas trescientas páginas. Es un personaje bien construido en busca de un deseo y nos va creciendo, psicológicamente, en las páginas de la novela, como las grandes heroínas literarias.

Y para que no lo entendamos como un libro de historia ni como una genealogía, comienzas por identificar a tu personaje con el apellido materno, Bernués. Con este bautizo, Dominica Bernués se convierte en el personaje literario que engendrará el drama de la dominación del patriarcado sobre sobre las mujeres rurales.

Una nueva narradora.

Además, idealizando su figura, cambias hasta el nombre de su casa. Llamas casa Bernués a la que los fragolinos conocemos como casa de Juana María.

Sara, como en un crisol, has fundido la voz de tu bisabuela y la tuya propia, un recurso que en tus manos tiene un resultado una muy original.

Desde el primer párrafo me enamoré de una narradora en tercera persona. No era como el narrador omnisciente de los centones narrativos tradicionales. Tampoco era una narradora excesivamente cercana a Dominica. Poco a poco, fui descubriendo a una narradora contemporánea, heredera de los narradores que tantas veces te han contado historias junto a las llama del hogar.

En ese descubrimiento de la narradora oculta, me ayudaron los giros de la trama, concebidos a la luz de las funciones de los personajes de los cuentos de hadas. El personaje que sale de casa y pasa una prueba. La mujer paciente que, como Penélope, espera la vuelta del marido. Los abundantes Ulises fragolinos que aparecen en cada esquina.

Descubrí a una narradora que cuenta la tragedia de unas vidas desarraigadas con el mismo tono y función que lo hacen los cuentos maravillosos.

El arranque de la novela nos anuncia un mundo verosímil y un narrador fiable, que se cree todo lo que  le han contado.

Como cada tarde, Dominica bajó con sus hijos y la tranquilidad que la caracterizaba hasta un huerto que tenía junto al río. Era una mujer joven, aunque ya con mucha experiencia. Alta y más que delgada, flaca, aunque con buena figura. Sencilla en el vestir. De pelo oscuro sin ser negro, rizado, sujeto en un sencillo moño bajo. De ojos claros y clara también la piel. La de la cara moteada de pecas. Mujer de semblante sereno y pasos firmes.

Con este retrato ya nos enganchas. En ningún momento querremos dejar de saber qué le pasa a Dominica.

Otros recursos literarios.

Antes de abrir la novela acaricié el tacto suave de esas tapas ilustradas con unos símbolos atractivos,  que nos llevan a un pasado que ya no existe.

A continuación la novela avanza con un sabio juego de anticipaciones y resúmenes narrativos. Poco a poco se va creando un mundo cerrado y angustioso en el que no queda ni un cabo suelto.

El papel manuscrito, lo sé porque me lo has chivado tú, es una parte de las capitulaciones matrimoniales que un día encontraron en un saco Félix y Eustaquio. Esas capitulaciones, tan importantes en nuestra legislación aragonesa, tienen un sentido práctico y son una especie de compra venta encubierta de las mujeres.

Sobre las capitulaciones vemos las llaves de la casa de Dominica, las que la ataban a una tradición familiar y la que ella estaba tentada de abandonar para conseguir ser ella misma y no un fruto de un concierto de intereses de hombres.

En las capitulaciones los padres sellaban el destino de sus hijos para siempre. Allí estaban reflejados todos los bienes y deberes de los futuros cónyuges. Los padres ataban la vida de la nueva pareja, sobre todo, las obligaciones de la mujer. ¡La foto es oportuna, simbólica y bellísima!

En el reverso del libro, vemos una vela apagada, símbolo de un tiempo y unas vidas que se apagaron en sí mismas. Una vela que lleva superpuesta una llama alta y muy blanca. Con este símbolo quiero entender que nos avisas de lo importante que es recuperar los recuerdos. Más de la mitad de las páginas, en cursiva, son flash back, recuerdos en vivo y en directo.

Por eso la narradora no se esconde, cuenta el pasado mezclando palabras y frases del pasado con muletillas y expresiones de gran actualidad. Es que eso ha sido y es la novela. Dar vida a lo que se fue y alumbrarlo con una luz nueva para que no vuelva a morir.

Co las tramas vas tejiendo un delicado tapiz. La trama principal, el matrimonio impuesto a Dominica, la resuelves como una lucha contra los instintos, como en los dramas de Lorca. Y ese es el papel fundamental de Aurelio, un personaje de tragedia clásica, como el nombre que lo canta.

Por otra parte, abres el escenario con viajes de la protagonista. Eso te permite introducir costumbres de otros pueblos: Agüero, Luna y, sobre todo, Ejea. Las páginas de la feria de Ejea son memorables y excepcionales.

Las llaves de la casa de Dominica sobre sus capitulaciones matrimoniales, guardadas celosamente en casa de Juana María, en un saco, junto a otros documentos importantes de la familia.

Y termino

Hace tres semanas estuve comiendo en la Arboleda de la Fuente y, al marcharme, regué un arce, que la familia Puente Luna ha plantado cerca de la gran secuoya. Con el agua de la fuente quise ayudar a mantener vivo este recuerdo tan precioso y preciado. Espero que ese arce crezca como la llama de la vela que alumbra esta novela.

Espero que los lectores y amigos de Sara, cuando leáis Como como cada tarde, disfrutéis tanto como yo.

Enhorabuena, Sara, por este regalo que hoy nos haces a todos los fragolinos.

Sara con sus amigos de Zuera en la puerta mayor de la iglesia de San Nicolás de Bari de El Frago.

El 21 de enero de 1903, entró por allí la joven Dominica, soltera, de 19 años, para casarse con el viudo Manuel Puente, de 29 años. Los casó el párroco Mateo Echevarría Latorre. Asistieron a la ceremonia varias personas: parientes, relacionados y los testigos Eusebio Ángel y Miguel Laguarta. Y todo se hizo con «el consentimiento de los señores padres de la contrayenta«.

Sara Puente Gracia (Zuera, 15 de enero de 1959). Toda su vida ha transcurrido en Zuera, donde ha trabajado en varios puestos administrativos. Con la pandemia de la covid, la trasladaron de la Biblioteca Municipal al Aérea de Patrimonio y Medio Ambiente del Ayuntamiento.

Desde niña ha sido una gran lectora y le ha gustado escribir. Ha escrito relatos en concursos y en antologías de varias editoriales. Como cada tarde es su primera novela. Editada en Diversidad literaria, en el año 2021.


Foto del comienzo: Sara Puente y Carmen Romeo saboreando la llegada de Como cada tarde, en la Gran Vía de Zaragoza. Junio de 2021.

Carmen Romeo Pemán

Camino del internado

Nos levantamos antes de rayar el alba y, por unas trochas de cabras, llegamos a Ayerbe con tiempo suficiente para coger el tren. Dejamos la burra en casa de un posadero conocido y le pedimos que nos la guardara. Así, al día siguiente, cuando mi madre volviera no tendría que hacer las siete leguas a pie.

En la estación, mientras esperábamos el Canfranero, nos encontramos con una mujer de otro pueblo que también llevaba a su hija a un internado. Por debajo de la toquilla le asomaban unas manos con quebrazas, como las de mi madre.

Subimos al tren y nos sentamos las cuatro juntas. Enseguida nos pusimos al corriente. La otra chica tenía mi edad y se llamaba Petronila. Su padre y el mío habían muerto hacía unos años.

—¡Qué bonito! Tienes nombre de reina aragonesa —le dije.

—¿A qué es bonito? Pero a ella no le gusta —terció su madre.

Y habla que te habla nos fuimos tomando confianza, tanta que la madre de Petronila nos enseñó un sobre manoseado.

—Con esta carta de recomendación de mosén Pedro, las monjas tratarán a mi hija mejor que si fuera la misma reina Petronila.

En ese momento sentí una arcada, como si me hubiera metido los dedos hasta la campanilla, y pensé: “Ese cura debe ser tan cabrón como el que se acostó con mi madre. Seguro que también intentó cepillársela. Y luego, ¡hala!, nos quitan de en medio con una carta de recomendación. ¡Anda a saber si estos curas no habrán tenido también aventuras con las monjas! ¡No me extrañaría nada!”

Íbamos en un vagón de tercera, de esos con compartimentos y bancos de madera. Encima, en el portaequipajes de enfrente, una señora había dejado dos gallinas vivas, atadas por las patas, que se pasaron todo el viaje cacareando y sin parar de aletear. Cuando llegamos a Zaragoza estábamos envueltas en el plumón que habían ido soltando. Antes de bajarnos, mi madre se encaró a la pobre mujer:

—¿No se da cuenta de la faena que nos acaba de hacer? ¿Cómo nos vamos a presentar así en el colegio? ¡Qué pintas, Dios mío! Por su culpa igual no aceptan a nuestras hijas, que las llevamos a un colegio de postín.

Nos sacudimos las ropas, pero no pudimos quitarnos todas aquellas plumas. Con esa facha, nos plantamos delante una puerta de madera de caoba y herrajes de bronce. Más que la de un internado parecía la de un palacio renacentista. Llamamos al timbre y nos acercamos al torno las cuatro a la vez. Al ver semejante tumulto, salió la hermana portera, que nos había abierto tirando de una cuerda. Miró de arriba abajo las sayas, los delantales de nuestras madres, los pañuelos que llevaban anudados debajo de la barbilla y los piojuelos de las gallinas que corrían por la tela.

—¡Buenos días! —dijo mi madre, tomando la delantera—. Venimos a traer a nuestras hijas con buenas cartas de recomendación.

—¡Lo siento! Pero las que vienen recomendadas no entran por aquí. Miren, tienen que salir a la calle y, en la esquina de la izquierda, verán un portal pequeño, de esos por los que entra el servicio.

1929. Valencia. Entrada principal del Colegio de Santa Ana. Propiedad de la autora.

Estaba claro que no nos iban a tratar como a unas colegialas normales. Ni siquiera nos dejaban entrar por la misma puerta.

Antes de pasar a unos cobertizos, donde estaban nuestras habitaciones, una monja gorda, con pelos en la barbilla, se presentó como nuestra encargada. A continuación despidió a nuestras madres y nos leyó la cartilla. Nos dejaría asistir a las clases pero tendríamos que entrar las últimas y salir las primeras. Y sin hacer ruido. Nos había reservado dos sitios en la última fila, en una clase de primero de bachiller. También nos advirtió que tendríamos estar muy atentas porque dispondríamos de poco tiempo para estudiar. Sólo de algún rato libre de los fines de semana.

Luego, nos entregó a cada una un uniforme negro, con cuello blanco. Así nos distinguiríamos de las internas de pago, que lo llevaban gris. Entonces caí en la cuenta: éramos escolanas, o fámulas. Tendríamos que servir a las niñas ricas.

Me compré una linterna con unos dinerillos que me había dado mi abuela. Cuando apagaban las luces del dormitorio, hacía una especie de tienda de campaña con las sábanas y las mantas. Sentada, me ponía el libro en las piernas cruzadas y lo alumbraba con la luz mortecina de la linterna. Así conseguí sacar buenas notas hasta que acabé Magisterio. De esa época, me queda la sensación de estar siempre durmiéndome por los rincones.

El día que fui a buscar el título me ofrecieron una plaza de maestra en un pueblo del Pirineo Aragonés. Llegué en burra y me alojé en casa el Bastero, en una alcoba muy parecida a la mía. Cuando entré en la escuela pensé en mi maestra, y sonreí como lo hacía ella.

Una tarde, pasadas las Navidades, vino a verme la hija de la viuda de casa Satué. Había dejado la escuela cuando cumplió catorce años, unos días ante de que yo llegara.

Me contó que por las mañanas me espiaba por la cerradura de la puerta y le gustaban mucho mis clases. Luego, se quedó un rato sin hablar, dando vueltas alrededor de la estufa. Ya se marchaba, pero se dio la vuelta y me dijo que en realidad había venido a pedirme que la ayudara a salir de aquel agujero.

A los pocos días, en la estación de Zaragoza, la viuda de Satué y su hija no lograron quitarse todas las plumas de gallina que se les habían adherido a las ropas.

Carmen Romeo Pemán

Imagen del comienzo. Dormitorio de internas del Colegio de Santa Ana de Zaragoza. Propiedad de la autora.

Sor Juana: el ansia libre de saber

A Iris Zabala que nos dejó la Segunda Carta Atenagórica. En una noche oscura se la llevó el coronavirus.

El obispo de Puebla estaba tan sofocado que intentaba abrir el balcón del locutorio de las Jerónimas. Dejó en una silla los papeles con los que se abanicaba. Sin ningún esfuerzo se podía leer: Carta Atenagórica de la madre Juana Inés de la Cruz, escrita en mil seiscientos noventa.

Sentado en un sofá verde, como los cortinones de la sala, el señor Inquisidor tabaleaba los nudillos en la mesita de nogal que tenía a su derecha.

—¿Cuánto tiempo llevamos esperando, Excelencia?

—Ilustrísima, casi dos horas —le contestó el Obispo.

—Esto es un desacato a la autoridad. —El Inquisidor se puso de pie—. ¡La monjita se las trae!

—Seguro que se está acicalando, es un poco presumida. Y ya sabe, ponerse los hábitos con refajos y estolas lleva su tiempo.

—No sea ingenuo, señor Obispo, que anunciamos nuestra visita hace más de quince días. Seguro que Sor Juana se trae alguna trapisonda con sus escritos. —Se ponía y se quitaba el añillo—.Y aún le diré más, no me extrañaría que hubiera venido en su ayuda el obispo de Yucatán. ¡Y de ese sí que no me fío!

—No creo. La autoridad de un inquisidor impone mucho respeto. Estará nerviosa ajustándose el escudo de monja que le regaló la Virreina.

—Allí, allí está el problema. No tuvimos que haberle dado permiso para cambiar de orden. Las Carmelitas tienen una regla más estricta. Estas Jerónimas han convertido el convento en una réplica de la corte virreinal. No tienen medida. Tendremos que llamarlas al orden.

—Perdone, Ilustrísima, pero aquí no se dan saraos. Solo tertulias de sesudos intelectuales a las que acuden muchos clérigos de bonete.

—Pues ese es el peligro. Sor Juana no ha entendido que la pasión desmedida por el conocimiento es el mayor de los pecados. Dios echó al hombre del Paraíso por comer frutos del árbol de la ciencia y expulsó del cielo a Satanás, el ángel más inteligente, por querer ser como Él.

—En esto lleva toda la razón.

—Pues en esos papeles con los que se abanica, Sor Juana ha querido superar a los grandes predicadores, aun a costa de caer en alguna herejía. ¡Qué mujer tan osada! —El Inquisidor se volvió a sentar.

—Ya veo que se refiere a la teoría de los favores negativos que Dios nos da. O mejor dicho, a la postura que defiende que Dios no nos pide que correspondamos a su amor, que nos deja de la mano y así aumenta nuestra libertad de corresponderle o no.

—Exactamente. Me alegra que los prelados estén al día en el molinismo. Y que entiendan que Dios nunca nos abandona. Porque si nos abandonara nos haría un favor negativo.

—El molinismo acecha en las almas más puras —continúo el Obispo.

—Excelencia, esta es una herejía muy corriente en nuestros tiempos y hay que reprimirla. Recuerde que, gracias a los jesuitas, desde que ese Luis de Molina la predicó, no ha dejado de extenderse. Y ahora, un siglo después, estamos en las mismas y la Iglesia no ha conseguido erradicarla.

En ese momento oyeron el frú frú de unos hábitos que rozaban la alfombra roja de la gran escalinata que subía al primer piso. En los primeros peldaños una radiante Sor Juana lucía un hábito marfileño de seda salvaje. Encima llevaba una estola negra, también de seda, que estaba rematada por un escudo de monja: un óvalo de cobre enmarcado en el que destacaban los colores de una Anunciación pintada al óleo.

Cuando la vio, el Inquisidor no pudo reprimir una exclamación.

—¡Cuánta soberbia! Ninguna mujer se atrevería a presentarse ante mí como si fuera a una fiesta.

Sor Juana bajó las escaleras con el porte de una virreina. Se acercó al obispo, le besó el anillo. Después se volvió al Inquisidor.

—¿A qué se debe el honor de que su Ilustrísima venga a visitarme en mi locutorio?

Entonces, el Inquisidor, indignado por el trato, le contestó de forma cortante.

—No soy hombre de tertulias ni de saraos. Represento a la máxima autoridad de la Iglesia y me ha traído un asunto grave.

Sor Juana hizo una reverencia y los invitó a sentarse en torno a una mesa labrada con figuras religiosas.

—Vayamos al grano  —comenzó el Inquisidor.

Hizo una pausa y siguió hablando.

—En este mismo locutorio tuvo lugar un encendido debate sobre el Sermón del Mandato, el que el jesuita Antonio Vieyra pronunció en Lisboa antes de que vuesa merced naciera.

—Así es —contestó Sor Juana.

—¿Y vuesa merced le replicó con estos papeles? —El Inquisidor puso sobre la mesa la Carta Atenagórica— ¿Los reconoce?

—Sí, Ilustrísima. Y estaba muy orgullosa de su éxito. Sin ir más lejos, tanto le gustaron al excelentísimo Obispo de Puebla, aquí presente, que los mandó publicar a su costa.

Entonces el Obispo notó que se le hinchaba la vena del cuello. Sacó la Carta Atenagórica y leyó el prólogo que él había añadido por su cuenta. Lo había escrito con su puño y letra y lo firmaba con el pseudónimo de Sor Filotea de la Cruz.

En ese prólogo reprendía a Sor Juana por escribir tantas letras profanas y le pedía que abandonara la teoría de que Dios nos abandona para hacernos más libres. El Inquisidor, satisfecho con la postura del Obispo, inclinó la cabeza en señal de aprobación. A continuación le dijo a la monja que dejara de escribir y que abandonara las tertulias, en las que parecía que solo le interesaba brillar con su sabiduría.

Sor Juana bajó la cabeza y acató las órdenes, pero se sintió como si llevara un solimán en el pecho que no la dejaba respirar. La habían herido donde más le dolía, en su vocación literaria y en su afán de conocimiento. Eso no se lo pensaba perdonar.

Al cabo de unos meses la monja sorprendió a todos con la publicación de un nuevo libro: Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. Una enardecida defensa de las letras profanas, y en particular de las escritas por mujeres.

El Inquisidor interpretó la Respuesta como un acto de rebeldía y dictó una orden contra Sor Juana. Mandó a dos súbitos del Santo Oficio a recoger todos sus libros y objetos.

—Ilustrísima, las estanterías estaban vacías. No hemos encontrado nada en todo el convento —le dijo uno de los súbditos, cuando volvió del convento.

—¿Y no les dieron ninguna explicación?

—Sí, Ilustrísima, la madre Juana nos dijo que los había prestado a personas cultas que tenían sed de conocimiento.

—De este caso me ocuparé personalmente —respondió el Inquisidor—. Tengo que mandar quemar esos libros y darle un buen escarmiento. A partir de ahora la encerraré en el convento y solo podrá salir con otra hermana. ¡Se acabaron las tertulias de las Jerónimas! ¡Qué se dedique a la oración y al cuidado de los enfermos como todas las hermanas!

Eso fue un golpe muy duro para Sor Juana. Hasta entonces había vivido dedicada al estudio y a la escritura. De joven había ingresado en la corte virreinal por su inteligencia y sagacidad. Allí se formó y se hizo famosa con el apoyo de la virreina doña Leonor Carreto. Brilló en las tertulias de la Corte y fue a la universidad vestida de hombre. Después se metió monja porque se sentía más inclinada al estudio que al matrimonio. Y en el convento se lo permitieron porque gracias a sus publicaciones entraban pingües beneficios.

Siempre había deseado verse impresa en letras de molde. En vida consiguió publicar la mejor y la mayor parte de sus escritos. Esos que el Inquisidor deseó mandar a la hoguera, sin contar que en los tejemanejes andaba implicado el obispo de Yucatán. El excelentísimo don Juan Ignacio María de Castorena era muy amigo de Sor Juana supuso que iba a tener problemas con la Inquisición. En unas conversaciones privadas entre obispos se enteró de que el Todopoderoso Arzobispo de Méjico, don Francisco Aguiar y Seijas, se había visto retratado en la Carta Atenagórica. Sin pensárselo, el de Yucatán, mandó ensillar su caballo y se presentó en las Jerónimas unas horas antes que el Inquisidor y el Obispo de Puebla.

—¡Buenos días! —le dijo a la hermana portera—. Si es tan amable, dígale a Sor Juana que la espera Juan Ignacio María de Castorena.

Al poco rato apareció con el hábito de lujo, el que se ponía para asistir a los villancicos de la catedral.

—Perdone, Excelencia, pero no lo puedo atender. Estoy esperando la visita del señor Inquisidor y el obispo de Puebla.

—De eso se trata. —Tomó aliento—. Tenemos que poner a salvo sus libros antes de que lleguen.

La tarea les llevó más tiempo del previsto. Cuando Sor Juana bajó al locutorio el Obispo y el Inquisidor llevaban más de dos horas esperando.

A los pocos años, el obispo de Yucatán, publicó reunidas todas sus obras en España.

Se non è vero, è ben trovato.

Carmen Romeo Pemán

Imagen del comienzo. En Wikipedia y varios puntos de la red.

Eva se rebela

A Gloria Álvarez Roche

¡Oh, Dios de la ira, cuán severo que fuiste tú conmigo! Carmen Conde, Mujer sin Edén, 1947.

Como todos los días, Caín madrugó y salió de caza. Adán fue a entrecavar el huerto, pero encontró la tierra reseca y apenas podía deshacer los terrones con la azada. Levantó la cabeza para limpiarse el sudor y vio a Eva que se acercaba por el sendero

—¡Aléjate de mí! —le gritó Adán cuando notó que su mujer ya estaba a su lado.

—Por favor, escúchame —le contestó con tono lastimero.

—¡Fuera! ¡Lejos!

—Yo no soy la culpable, Adán. Me engañó la serpiente.

— Fuiste débil. Te dejaste seducir.

Eva se arrodilló, juntó las manos, miró al cielo y rezó en voz alta.

—Señor, devuélveme a la nada. Devuélveme a la nada, por favor te lo pido.

—Pero, ¿qué tonterías dices? ¿No te das cuenta de que has desobedecido a Dios?

Entonces ella se levantó y lo miró a los ojos.

—Adán, Dios se ha pasado con nosotros. Sobre todo conmigo. Y no era para tanto.

—Estás blasfemando, Eva. Y esto nos puede traer malas consecuencias.

—¿Peores todavía? —Se apartó la melena de la cara y siguió—: ¿Te parece poco que uno de nuestros hijos haya matado al otro?

—Eva, entra en razones, por Dios. Cuántas veces te lo tengo que decir. Caín tiene la sangre envenenada.

Eva dejó de titubear y se encaró a Adán.

—Tú preferías a Abel. Y se lo hacías notar a Caín.

Hizo el ademán de marcharse, pero Adán la cogió de un brazo y la retuvo con fuerza.

—¿Es qué no te das cuenta de la maldad de Caín?

—Estás demasiado ofuscado. Un padre no puede mostrar predilección por un hijo. Eso es muy peligroso.

—No lo defiendas. —Levantó la azada en señal de amenaza.

—No lo querías porque era como tú. —Envalentonada—. Los dos teníais la misma ira.

—¡Zorra!

—Los dos erais como el dios de la ira que nos echó del Paraíso.

—¡Puta!

—Tus insultos ya no me dan miedo. —El tono de Eva era cada vez era más firme y más sereno.

—No sé de dónde sacas esas cosas. —Adán se rascó la frente.

—A los dos los había parido y a los dos los quería por igual. Los dos eran hijos de mis entrañas.

—Pues ya te puedes ir olvidando de Caín. —Adán se acercó a Eva con los ojos enrojecidos—. ¿Cómo te tengo que meter en la mollera que somos padres de un asesino? A terca no te gana nadie.

—No, Adán. Caín no es un asesino. Si tú no hubieras mostrado tanta debilidad por Abel, no habría pasado nada. Los celos lo volvieron loco.

—No puedes sacar la cara por él. Pero las madres sois débiles y siempre habláis de lo mismo. Sois unas marrulleras.

Adán volvió a cavar imitando la forma de hablar de su mujer: “Pobrecito, el hijo de mis entrañas”. Y seguía: “Que entrañas ni que mandangas. Las mujeres lo confunden todo”.

—Caín era como yo, sumiso, callado y trabajador —contestó Eva con voz muy baja. Era más una reflexión que una respuesta.

—¿Qué dices? Habla más claro para que te oiga ―le dijo su marido volviendo a levantar la azada.

—Que no se puede humillar tanto a la gente.

—Lo que no se puede es ser tan altanera.

—Llevo muchos años callada, Adán. Y ya va siendo hora de que te enteres de lo que pasaba en casa.

—Lo sé mejor que tú.

—¿Tú? Eso sí que no. Tú no sabes nada. Abel y tú habéis sido unos prepotentes.

—Encima de que nos preocupamos por vosotros. Solo queríamos llevaros por el buen camino.

—¡Basta ya, Adán! —Golpeó el suelo con el pie—. Si Caín hubiera sido un asesino, habría estado al acecho esperando a su hermano. Pero no. No fue así. A ver si te enteras de una vez. Caín estaba limpiando el muladar cuando se le acercó Abel. Y tanto lo hartó con sus acusaciones que le pegó con lo primero que encontró.

—¿Cómo puedes estar tan ofuscada?

—Es que, como a ti nunca te ha tosido nadie, no puedes ponerte en la piel del ofendido.

—No me dirás que te trato mal —le contestó Adán.

—Por si acaso, no lo intentes. Si Caín tuvo a mano una quijada, yo también sabré defenderme. La serpiente me pilló despistada una vez. Pero no me dejaré engañar dos veces. Ahora ya conozco las artimañas viperinas.

En ese momento Caín se acercó huyendo como si unas sombras lo persiguieran. Eva corrió a su encuentro. Lo abrazó con fuerza y lo arrulló como si fuera un niño asustado.

Carmen Romeo Pemán.

Dibujo del comienzo del blog Compartiendo por amor.

Sin escuela para las niñas

Acababan de dar las doce del mediodía en el reloj de la torre cuando el alcalde levantó la sesión. Matilde fue la primera que abandonó la sala de juntas. Al pasar por delante del secretario le dijo en voz baja:

—El cura no se saldrá con la suya. Yo conseguiré un local para las niñas.

El alcalde, el secretario y el médico, don Valero, se quedaron rezagados y se volvieron a sentar. Pensaban que con el enfrentamiento entre el cura y la maestra todos saldrían perdiendo.

—Si no nos llegan las subvenciones tendremos que cerrar las dos escuelas —dijo el alcalde.

—Pero ya ha oído a mosén Teodoro: “La enseñanza de las niñas no puede estar fuera de la Iglesia. Y menos en manos de una mujer” —dijo el secretario

—Este cura no se ha enterado de que ahora mandan los liberales y no sabe que los del Gobierno Civilno se andan por las ramas —terció el médico—Tendrán que tragarse a doña Matilde.

—Si no hacemos lo que nos dicen, nos embargarán todos los bienes. Y si no llegan los del Ayuntamiento, requisarán los de la Iglesia. —El secretario se quitó los anteojos y miró al médico —Nos tendremos que tomar en serio lo del local para dar clase a las niñas.

—En lugar de pagar multas por hacer mal las cosas, más les valdría pagar los sueldos que nos deben y construir un local nuevo para la escuela —replicó el médico con retintín.

—Ha venido usted un poco revuelto, don Valero. —le contestó el alcalde, apoyando las manos callosas en la mesa de madera renegrida.

—Es que yo no pienso abandonar el local que tanto me ha costado coseguir—contestó don Valero.

—¡Bueno, bueno! Si le decimos esto a doña Matilde se va a poner hecha un basilisco —apostilló el secretario que se estaba poniendo el guardapolvo gris.

—No se preocupen. Esto corre de mi cuenta. Yo  me encargaré de traer a buenas a doña Matilde. —El médico se removió en el sillón y se oyó cómo crujía la madera.

Don Valero se puso el sombrero de bombín y salió a la plaza con el maletín en la mano. Dudó hacia dónde ir. Pensó que antes de comenzar la visita le vendría bien despejarse oyendo correr el agua del río en el Terrao.

Cuando llegó, se encontró a Matilde asomada a la barbacana. Todos los días, a la hora de comer, descansaba la vista en la mole de San Jorge antes de entrar en casa.

—Qué sorpresa encontrarla aquí. —Don Valero dejó el maletín en el banquero y se colocó cerca de la maestra.

—Me da la impresión de que le gusta hacer teatro. —Se dio la vuelta y lo miró de frente.

—Por Dios, doña Matilde, creía que me tenía en otra estima.

—Eso era antes de darme cuenta de que usted es un traidor.

—¿No le parece una acusación un poco fuerte?

—Mire, don Valero, creo que me quedo corta. Usted me ha traicionado. Se ha aprovechado del local que yo conseguí para mi escuela. —Se refirmó en la barbacana sin dejar de dar golpecitos en el suelo con el tacón del zapato.

—Creo que es muy injusta. Sabe que ese local era necesario para luchar contra el tifus.

—No me malentienda, don Valero. No me refiero a la época de la epidemia. Yo misma se lo ofrecí. Pero ahora lo que necesita es una sala para pasar consulta. —Matilde no pudo controlar el tic del labio de abajo—. Usted tendría que luchar contra estos caciques. Igual que hago yo.

—¿No querrá comparar la importancia de la salud con la enseñanza de las niñas?

—Pues no. Y sí. —Matilde subió el tono—. Es más importante la salud cuando la enfermedad ya ha estallado. Pero antes se puede prevenir educando a las niñas en la higiene.

—Ya salió su higienismo. —Don Valero hablaba con un tono seco—. Pues sepa que la higiene es importante, pero no lo cura todo. Solo con jabón, aún estaríamos enterrando cadáveres del tifus. Si no se nos hubiera llevado a nosotros por delante.

—Pues ya que lo ha sacado le diré lo que pienso. Mire, esos cirujanos que vinieron de Zaragoza no hicieron más que el ridículo con sus caretas de pajarracos. —Matilde dejó escapar un suspiro y continuó—: Si no hubiera sido por la colaboración de las mujeres, usted no habría podido con el avance de la epidemia—continuó.

Matilde volvió a hacer otra pausa y jugaba con los botones de su rebeca azul. Con el silencio se oía el murmullo de los pinos.

—Doña Matilde, por favor, no diga tontadas. No conoce la importancia de esas máscaras. Es verdad que el jabón y el agua ayudan a curar. Pero los medicamentos y la purificación con el fuego son igual de importantes. Son remedios que se suman.

De pronto, Matilde miró el reloj de sol de la esquina de casa Legüita. Era más de la una. Recogió sus libros y se despidió con un “usted lo pase bien”. Don Valero le respondió lo mismo. Matilde tomo aire, y don Valero aprovechó para continuar.

—Espere, doña Matilde. Se me ha olvidado comentarle que ayer recibí un telegrama. No, nada importante. Pero a lo mejor se arregla el problema de su local.

—Vaya, hombre, resulta que se guardaba una carta en el bolsillo.

El médico se quedó un poco pensativo. Miró al suelo y arrancó:

—Es que no sé si sabe que llevo medio año sin cobrar. Estos del Ayuntamiento dicen que no les llega el dinero. Total, que como estaba un poco apurado solicité una plaza en el Hospital Provincial de Zaragoza y…

Matilde contuvo el aliento y se dio media vuelta sin decir nada.

Carmen Romeo Pemán

Biel, 1908. Foto propiedad de la familia Marco Bueno.

Delfina Bueno Garza (Agüero, 1882-Alagón 1953), fue maestra de Biel desde 1907 hasta 1929. Su hermano Valero Bueno Garza (Agüero, 1888-Zaragoza, 1990) estuvo de médico en El Frago en la década de 1910. Eran hijos de Valero Bueno Abad, secretario de Agüero, y de Antonia Garza Ramos, maestra de Agüero, natural de Arándiga.

Que trata de amores

#relatosescolares

De las fragolinas de mis ayeres

La maestra nos mandó un relato como los que ella escribía para nosotras.

—Ahora os toca a vosotras. Lo quiero para la semana que viene.

A mí aquello me pareció imposible. Como no quería defraudar a doña Pascuala, empecé a dar vueltas a ver qué se me ocurría.

Por la tarde, cuando llegué a casa estaba pariendo la tocina. Fui corriendo, me puse junto a la señora Isabel, que era la partera, y vi cómo nacieron los seis tocinicos. Por la noche me senté junto al fuego y en una hoja de papel conté cómo salieron de la tripa de su madre y cómo tetaron antes de abrir los ojos. Cuando lo leyó la maestra me echó un rapapolvo:

—Macaria, así no. Esto no es un relato. No tiene pies ni cabeza. Os dije que os fijarais en los míos.

—Pero es muy difícil, doña Pascuala —respondí.

— Tenía que tratar de amores. Es lo más fácil para comenzar. Además, los amores interesan a mucha gente, pero a nadie le importa cómo nacen los tocinos.

Bajé los ojos y no le contesté. A mí me importaban más los tocinos recién nacidos que esas historias de personas desconocidas.

Que no se empeñara doña Pascuala. Que no. Que yo no tenía imaginación para inventarme cosas que nunca había visto. Yo solo podía escribir sobre lo que pasaban en el pueblo. Pero ella, dale que te pego que mis historias eran cosas que le ocurrían a la gente, sin más. Que tenía que intentar otra cosa. Me dijo que me inventara unos amantes que no pudieran verse, que tuvieran celos y que, al final, acabaran como Romeo y Julieta. Entonces me vino a la cabeza una historia que había pasado en el pueblo. Esa sí que trataba de amores. Y de amores verdaderos. Aunque no era fantástica. Pensé que igual colaba.

Comenzó el sábado de Pascua Florida por la tarde. Todos los del pueblo nos teníamos que confesar y al día siguiente comulgar en la misa mayor. Al acabar la misa, pasaríamos por la sacristía y el cura nos pondría una cruz en una lista. Y a todos nos despediría igual:

—Hasta el año que viene. No olvides que la Santa Madre Iglesia manda cumplir con parroquia. El que no se confiesa y comulga una vez al año muere en pecado mortal.

Pues bien, como estaba previsto, el sábado después de comer empezaron las confesiones. Primero las mujeres, después los niños y, al final, los hombres.

Cuando se estaba confesando la última mujer, el sacristán nos llamó a los críos, que estábamos jugando en la plaza, y nos colocó a las chicas en el primer banco, al lado del confesonario, y a los chicos detrás. Así el cura no perdería tiempo esperando. A nosotras nos gustaba estar allí, porque, como el mosén era un poco sordo, las mujeres tenían que gritar y nos enterábamos de los secretos. Precisamente por eso, el sacristán no nos llamó hasta que ya llevaba un rato confesándose la última mujer. Cuando llegamos al banco oímos los gritos del cura que la amenazaba:

—Dilo todo. Si no me lo cuentas todo no te daré la absolución

No pudimos oír qué le dijo la mujer en voz baja, pero sí los nuevos gritos del cura:

—Me lo tienes que decir. No me mientas. Que todas las noches, justo cuando vuelve tu marido del bar, yo veo saltar a Vicente por la ventana del corral.

Oímos a la mujer que se sonaba los mocos. De repente se levantó y se fue. Al pasar por delante de nosotras la reconocimos. Era la señora Orosia, la que vendía la leche. Detrás de ella salió el cura gritando con los brazos levantados.

—Vete de aquí, mala pécora. Una noche os voy a matar a los tres. A ti por puta. A tu marido por cornudo y a Vicente por entrometido.

Entonces el sacristán nos despachó y nos dijo que podríamos comulgar sin confesarnos. Y que, como éramos pequeños, sólo teníamos pecados veniales, esos que se perdonaban rezando un señormíojesucristo.

A los pocos días se montó un gran revuelo en el pueblo. Una mañana el cura se levantó enloquecido y, después de matar a Vicente y al marido de Orosia, se disparó la escopeta de caza en la boca. A Orosia le dio un ataque de locura y se la llevaron al manicomio.

Durante muchos días las mujeres del carasol siguieron hablando de Orosia, de su marido, de Vicente y del cura. Y decían que todo había sido por culpa de los amores.

Entonces pensé que, si acertaba a escribirlo todo en orden y sin faltas, sería un buen relato. Cogí un papel y empecé a escribir lo que había visto y oído. Y añadí lo que las gentes contaban. Cuando acabé le puse el título que nos había dicho la maestra: Que trata de amores. Y, la verdad, me pareció que quedaba muy bien.

Cuando doña Pascuala lo leyó, me llamó a su mesa:

—Macaria, te perdono el relato. Déjalo ya. Veo que no estás dotada para escribir.

Yo la miraba y no le podía contestar. Pero ella siguió;

—Además te dejas llevar por las habladurías. Si no, ¿de dónde te has sacado que el cura los mató y se mató por amores? ¿Qué sabes tú de todo eso? Y por si no lo sabes, tal y como lo cuentas es mentira.

Yo seguía escuchando y notaba cómo se me hinchaban las venas del cuello.

—Y, ¡vaya título! Te dije que tenía que tratar de amores, pero que te inventaras un título.

Cuando acabó volví a mí mesa con una opresión en el pecho. Yo sabía que no tenía imaginación, pero quería complacer a mi maestra. A partir de ese día comencé a inventarme historias fantásticas que trataban de amores, y todas le gustaron mucho. Pero ninguno de mis amantes imaginarios llegó a querer a su amada tanto como el mosén a la señora Orosia.

Carmen Romeo Pemán

La tornaboda de Bárbara de Farasdués

#leyendasaragonesas

Compairón. 2, Recortada

Detalle de un compairón o manta de lana que se ponía debajo de la silla de la novia el día de la tornboda, o viaje de la novia a su futuro hogar, la casa del novio.  Museo Ángel Orenanz y Artes del Serrablo.

—¿Qué hace la señora Bárbara a sus sesenta y ocho años vestida de novia a la antigua usanza? —pensé la primera vez que vi la foto—. ¿Adónde va montada en un burro aparejado con silla de novia y un compairón?

No podía dejar de dar vueltas a esas preguntas. De repente me di una palmada en la frente y pensé: “Está clarísimo”. Todo se relacionaba con el viaje de las tornabodas.

Este no es un relato fantástico, no. Es la transcripción casi literal de unas costumbres aragonesas. Unas costumbres que tenían mucho que ver con los matrimonios entre las personas de las casas ricas y con la dote que aportaba la novia en una boda concertada por los padres, a través de un aponderador, que exageraba los bienes y las virtudes de la novia. Es que las hijas eran una carga para la familia y había que casarlas cuanto antes. Pero casarlas bien.

Seguramente nada de esto le pasó a la señora Bárbara de Farasdués. Es posible que en su treintena, moza vieja ya, se apañara con un pastor cinco años más joven y que se fueran a vivir a una de esas casas pobres de la Peñeta. Es posible que se hubieran casado en una misa antes del amanecer sin invitados ni ceremonias. Es posible que, cada vez que viera una boda con la comitiva de la tornaboda, o vuelta a casa del novio, se imaginara a sí misma como la reina de aquella ceremonia que tanto había deseado.

Y también es posible que ella no quisiera morirse sin que alguien la retratara como a las grandes novias, aunque fuera en un burro viejo y no en una yegua.

Los primeros contactos

Y la señora Bárbara no tuvo a nadie que la presentara, ni que la aponderara. Un día que iba a lavar se encontró en el camino con Fulgencio que iba a soltar el rebaño.

—Oye, Barbara, ya va siendo hora de que nos recojamos.

—Pues cuando quieras.

Y así estuvieron unos meses, con encuentros en el camino, en los que se contentaban con una mirada. Un día Fulgencio apoyó la barbilla en la vara con la que dirigía a las ovejas, y sin rodeos le dijo:

—Tendríamos que hablar con el cura para que nos amonestara.

—Lo que tú digas, Fulgencio.

Pero las cosas no se hacían así. Si ella hubiera sido de buena familia, sus padres habrían hecho un contrato con una casa de posibles y con un heredero. Y, si no hubiera habido en el pueblo, habrían hablado con los tratantes y arrieros que todos los días pasaban hacia Ayerbe por el camino de los Trajineros.

Es más, si hubiera hecho falta, habrían ido a la romería de la Virgen de la Sierra de Biel, que allí se concertaban buenas y ricas bodas entre casas en las que el heredero era el rey. Pero seguía viviendo con sus padres y con sus hermanos solteros, los tiones, que trabajaban por la cama y por la comida. A poco más tenía derecho un solterón.

La comitiva

Los novios de esas familias celebraban la boda en la casa de la novia. Unas veces en el mismo pueblo. Otras en un pueblo cercano. Y pocas veces en tierras lejanas. Que así reza el refrán: “El que lejos va a casar o va engañado o lo engañan”.

Pocas comitivas han hecho largas distancias. Algunas fueron notables, como la que fue desde Barcelona hasta un pueblo del Pirineo, en el Valle de la Garcipollera, cerca de Canfranc. En estas distancias, la comitiva se retrasaba hasta el día siguiente de madrugada.

Comitiva desde Barcelona

Comitiva de una boda a su llegada a los Pirineos. Venían desde Barcelona. A pesar del largo viaje, siguen con los caballos enjalbegados y las personas con las ropas de la boda del día anterior. Publicada en Fotos Antiguas de Aragón.

Si eran de pueblos distintos, el novio tenía que pagar la manta a los mozos del pueblo de su novia por haberles robado a una moza. Y, si se negaba, comenzaban las bromas, las cencerrada, o esquilada. Desde el anochecer hasta la madrugada sonaban los cencerros y las esquilas del pueblo en la puerta de la recién casada.

En todos los casos se formaba un largo cortejo, con hombres y mujeres montados en caballerías de gala y ataviados de fiesta. A la llegada recibían a la novia con más festejos. Así la nueva vida de la recién desposada comenzaba como en un cuento de hadas.

A caballo en una yegua engalanada

Y eso es lo que añoraban la mirada triste y el gesto adusto de la señora Bárbara. Pero Fulgencio vivía en una especie de cueva. Para la cama bastarían unas pieles de cabra por el suelo. Y ella llevaría sayas de estameña y una toca negra en la cabeza.

Le habría gustado ser una novia engalanada en una cabalgadura elegante y no conformarse con el viejo burro que con tantos apuros compraron en la feria de Ayerbe.

Le habría gustado lucir un compairón debajo de la silla de la novia y presumir de una manta de lana blanca, tejida en forma de sarga, adornada con gallos, guirnaldas y otros símbolos que aludían la fertilidad que se deseaba para la novia. La futura descendencia aseguraba la continuidad de la casa. Pero eso era un privilegio de las grandes haciendas. La gran aspiración del heredero, conseguir una buena hembra paridora.

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En el compairón nunca faltaba el gallo. En Aragón era el símbolo de la dedicación de la mujer al hogar. Museo Ángel Orenanz y Artes del Serrablo.

Pero el compairón y la silla no estaban al alcance de todos. Entre los ricos se prestaban estos arreos, que era caros para lucirlos solo un día. Lo malo era que todos sabían a quién pertenecían. A veces llevaban la marca de la casa, como los aperos de labranza, las talegas y los ganados.

La silla se encargaba a un buen ebanista. Lo más seguro es que la tallara con el tronco de unos nogales que guardaban para la ocasión. Podría estar pintada de colores y adornada con ramos en forma de corazones. Todo estaba pensado para trasladar a la novia a la casa del que ya era su marido.

Silla de nogal. Recortada

Silla de novia. Museo Ángel Orensanz y Artes del Serrablo.

La señora Bárbara se imaginaba que la ayudaba a subir a una yegua blanca un joven elegido entre los amigos de su novio. Por primera vez en su vida montaba en una silla, a la mujeriegas, y no a escarramanchón, como le había tocado ir siempre encima de una albarda.

A la señora Bárbara no la seguía una comitiva, no. En la foto se ve a unas niñas que miran asombradas, como si estuvieran en las fiestas de Carnaval.

—Marchad todas de aquí —gritó—. Y no me espantéis al caballo que viene detrás con el baúl con mi dote. O con mi pliega, o como la queráis llamar. Que lo importante es lo que lleva dentro.

En ese momento alguien disparó la foto. Y quedó inmortalizada como un fantoche. Pero a sus años la vista le fallaba y la guardó en el fondo de un arca como un tesoro.

rayaaaaa

Foto de la entrada sin recortar.

Novia de Farasdués

Publicada por Fernando Ciudad Lacima el 27 de diciembre de 2019, en el grupo de FB, Fotos Antiguas de Aragón, del que soy miembro. Se la cedió José Luis Mincholé Alastuey, de Farasdués. El fotógrafo fue Elias Año Alastuey, un gran aficionado a la fotografía, tío abuelo de Pilar Campos Fornell.

Esta foto, y sus comentarios,  me inspiraron  este artículo. Desde aquí os doy las gracias a todos los del grupo por vuestras extraordinarias colaboraciones.

1929, Farasdués. Comarca de las Cinco Villas. (Zaragoza). Ese año Bárbara Fernández Garcés tenía 68 años. Su marido, Fulgencio Melero Pardo, de profesión pastor, era cinco años más joven. Vivían en la calle Ramón y Cajal, número 8.

Carmen Romeo Pemán

Visita de inspección

De las fragolinas de mis ayeres

Para Anuncia Romeo

Anuncia de la Fábrica, así la llamábamos nosotras, sus amigas, porque vivía con sus padres y sus hermanos en una vieja fábrica de harinas, en medio de unos montes, a cuatro kilómetros del pueblo por el camino de Biel. Todos los días venía andando por unas trochas estrechas y pedregosas. Al principio la acompañaban sus hermanos, pero pronto los sacaron a estudiar a la ciudad, y , a los ocho años, tenía que hacer sola el camino dos veces al día. En invierno salía de casa antes de que se hiciera de día y volvía con la noche cerrada.

Por las mañanas no solía ser puntual y, si hacía mal tiempo, faltaba. Esos días nos poníamos nerviosas y nos preguntábamos si su madre no la habría dejado salir o si le habría sucedido algo.

Un día la maestra recibió la noticia de que la semana siguiente vendría un inspector. Nos dijo que sería una visita rutinaria, pero a nosotras nos alborotó. No parábamos de movernos de un sito a otro. Y doña Asunción nos gritaba más que de costumbre.

—Anuncia, la semana que viene no faltes ni llegues tarde ningún día.

—No se preocupe. Le diré a mi madre que me despierte antes.

—Si quieres puedes quedarte en mi casa —le dijo la maestra.

Entonces montamos una gran algarabía. Todas queríamos que se quedara en nuestras casas.

—Pues yo prefiero ir a la mía. Es que esta semana mi madre está sola, que mi padre ha ido a comprar trigo a otros pueblos —dijo Anuncia.

A los pocos días llegó el inspector, un señor alto, con traje y zapatos negros bien lustrados. La maestra lo saludó y se volvió hacia nosotras:

—Niñas, por favor, saludad como hacéis siempre.

De repente, gritamos todas a una:

—Buenos días, señor inspector.

Él, ni siquiera nos miró, hizo como si no nos hubiera oído. Entró dando pasos largos y las suelas de sus zapatos retumbaban en la tarima. Se sentó en la mesa de la maestra. Doña Asunción se quedó de pie a su lado y se tapaba las manos con los puños de la rebeca para que no viéramos que le temblaban.

Él cogió la lista y nos fue llamando una por una. Todas respondíamos lo mejor que sabíamos para no dejar en mal lugar a nuestra maestra. Intentamos recitar las tablas de multiplicar sin titubear y contestar a sus preguntas con rapidez. Pero, sobre todo, queríamos lucirnos en la lectura en voz alta. Cada una de nosotras tenía que leer una hoja de la cartilla.

A eso de media mañana, cuando ya habíamos leído casi todas, se abrió la puerta y Anuncia entró con la respiración agitada. Llevaba los pies mojados, la falda salpicada de barro y las trenzas un poco despeinadas. Nos volvimos a mirarla con un suspiro de alivio. Por fin llegaba, sin que le hubiera pasado nada.

Pero nos cayó como un jarro de agua fría que ese señor ceñudo le regañara en voz alta a nuestra maestra. Le dijo que ya veía que no se ocupaba de la disciplina de sus alumnas.

—¡Qué formas son estas de dejar entrar una alumna sin llamar y con esos modales!

La maestra intentó darle explicaciones, pero él le hizo un gesto para que se retirara hacia atrás y se callara.

—A ver, tú, la que acabas de llegar, ven aquí a leer —dijo el inspector levantando el tono un poco más.

Anuncia se puso colorada y se le enrasaron los ojos. Desde mi asiento pude ver cómo le temblaban las piernas. Pero se levanto con aplomo y se acercó muy despacio a la mesa.

—Aquí, lea esta página —le señaló la última hoja a la que aún no habíamos llegado.

Nos quedamos boquiabiertas cuando la oímos leer de tirón, con buena entonación y dando un sentido a lo que leía.

El inspector dio un respingo en el sillón y dijo:

—Es increíble cómo lee esta niña

Estábamos todas radiantes por la victoria de Anuncia, creíamos que había conseguido vengar la insolencia de un señor que se había metido en nuestra escuela y en nuestras vidas.

Pero nos quedamos petrificadas y sin entender nada cuando oímos la voz serena de doña Asunción:

—Señor inspector, para que usted vea la importancia de una maestra, esta es la única niña que ha aprendido a leer sola.

Al salir de la escuela Anuncia nos contó que, como esa noche había llovido, tuvo que cruzar varios barrancos. Y que en el último se enfangó y la ayudó a salir un hombre que iba a moler. Que le dijo él la llevaba a casa, pero ella, que no, que ese día no podía faltar a la escuela.

Cuando llegamos a nuestras casas contamos de pe a pa lo que había pasado. Y lo seguimos comentando muchos años más.

Desde aquella visita del inspector, Anuncia entró en nuestras vidas como un mito, mejor dicho, como una parte del mito que entre todas hemos ido tejiendo en torno a nuestra escuela y a nuestra maestra.

Carmen Romeo Pemán

 

Comentario a la imagen de entrada.

Anuncia Romeo Extremar (El Frago, 1949), hija de Luisa y Emeterio, era la hermana pequeña de Enrique y Abelardo. Vivían en La Fábrica y, cuando ella venía a la escuela, sus hermanos ya habían salido a estudiar.

Foto de Gregorio Romeo Berges, El Frago, 1957.

Laurentina Frías. Una alcaldesa de la que todos se olvidaron

#nuestrasmaestras

Laurentina con sus alumnas. De Sandra Abad Orós

Laurentina Frías Gil con sus alumnas. Alforque, 1928. Foto cedida por Sandra Abad Orós.

A finales de enero de 1933 cesaron a todos los integrantes de los viejos ayuntamientos, de aquellos que habían sido elegidos por el artículo 29 de la Ley Maura, que todavía estaba vigente. En España afectó a 2500 pueblos y en la provincia de Zaragoza a 129. Uno de ellos, Alforque.

A principios de febrero se nombraron unas comisiones gestoras, que durarían solo dos meses y medio, hasta las elecciones de abril de 1933. Con la intención de preparar unas elecciones limpias y transparentes.

En esas gestoras, en la provincia de Zaragoza, entraron 18 alcaldesas y 34 concejalas.

De la elección de 17 alcaldesas se dio noticia en todos los periódicos locales y en muchos nacionales. Se habló del recibimiento que les hizo el gobernador y del banquete que les ofreció. Pero por alguna razón, de Laurentina Frías Gil, la alcaldesa de Alforque no se habló en ningún momento.

Yo la encontré por casualidad cuando estaba rastreando las comisiones de todos los pueblos. En realidad buscaba a las concejalas, de las que nadie se había ocupado. Y de repente la vi. Allí estaba ella, presidiendo una gestora.

La comisión Gestora y el nuevo ayuntamiento de Alforque

Presidente, Laurentina Frías Gil, de 49 años, calle Horno 4. Vocales, José Tesán García, de 27 años, carpintero, calle Mayor, y Agustín Lucea Lanuza, de 24 años, labrador, calle Barriete.

Como alcaldesa cumplió con rigor la principal función para la que fue nombrada: lograr que las elecciones de abril de 1933 fueran limpias y transparentes. Y así recogía su actuación La Voz de Aragón:

Presidió las elecciones y estuvo en la constitución del nuevo ayuntamiento. Después de unas elecciones tranquilas y dignas, con las formalidades de rigor previas, fueron posesionados de los cargos de concejales los señores siguientes:

Mariano Lucea García, 45 años, labrador, calle Barriete; Miguel Clavero Giménez, 60 años, retirado, calle Mayor; Martín Tesán García, 27 años, carbonero, calle Mayor; Julián Clavero Jiménez, 46 años, herrero, calle Mayor; Francisco Artal Giménez, 59 años, del campo, calle Alta; y Bernardino Pertusa Artal, 31 años, jornalero, calle Barriete;. Mediante elección se nombró alcalde a Mariano Lucea. (Cfr. La Voz de Aragón, 08/06/1933).

Laurentina Frías Gil

Navaleno, Soria, 3/2/1884-Alforque, 28/1/1952. Hija de Pedro Frías y Juiana Gil.

Partida de nacimiento proporcionada por su nieto Mariano Giménez.

Recordarotio Laurentina

Tenemos pocas noticias de su familia. Algunos datos sueltos, que nos van apareciendo aquí y allá.

En 1890, Afrodisia Gil Beltrán, quizá una hermana de su madre, vivía en Monteagudo de las Vicarias, Soria, de donde procedían los Gil Beltrán, y falleció en Zaragoza el 30/10/1962. Su hermana María Frías Gil (Monteagudo, 1893-Zaragoza, 20/10/1968), se casó con Valeriano Pascual Condado, (¿?-Zaragoza, 28/12/1950.) un guarda de seguridad, y vivían en la calle López Toral 12, de Zaragoza. Su hermano Antonio A. Frías Gil fue secretario de varios pueblos de Soria. En 1929 estaba destinado en Moral de Calatrava, Ciudad Real, y pertenecía a la Unión Patriótica de Primo de Rivera.

Estudios y primeros destinos en Soria

Laurentina, hija de Pedro y Juliana, cursó Magisterio en la Escuela de Maestras de Soria. Acabó a los 18 años y comenzó su carrera profesional en tierras sorianas.

En 1902 la nombraron maestra interina de Villaciervitos. En 1904 seguía en Villaciervitos, con un sueldo de 200 pesetas, y solicitó entrar en las listas maestras del Rectorado de Valladolid, pero la excluyeron por ser menor de 21 años. En 1905 estaba en la escuela mixta de Mazarovel. Desde 1906 hasta 1908, en Vilviestre de los Nabos, un pueblo de 110 habitantes, agregado a Orteruelos.

1907 le habían dado por concurso de traslado Santa Cruz de Moncayo, Zaragoza. Pero María Yerobi Olaechea, con el número 94 de la clasificación general, reclamó su derecho a la escuela de Santa Cruz de Moncayo. Y Laurentina, con el número 101, tuvo que continuar un año más en Vilviestre.

Destino definitivo: Alforque: desde 1908 hasta 1952

En marzo de 1908, por concurso único, consiguió Alforque, Zaragoza. En este traslado le cambió su vida para siempre.

Ha quedado vacante la escuela de Vilviestre de los Navos por haberse posesionado doña Laurentina Frías en la de Alforque, en la provincia de Zaragoza. (El defensor escolar, 21 de marzo de 1908)

Al poco tiempo de llegar se casó con Mariano Giménez Cristóbal (Alforque, 02/06/1877-Ídem, 14/02/1947), un labrador emparentado con casi todo el pueblo. Su hermano Cristóbal Giménez Cristóbal era el carpintero de la calle Mayor, 36. Y en el expediente de responsabilidades políticas contra Gabriel Sena Lucea (Alforque, 21/03/ 1909-Ídem, 14/02/1984). se le  acusa  de haber ayudado a Mariano Giménez a salir de la cárcel. (Cfr. Responsabilidades políticas de la provincia de Zaragoza. Expediente, 4562, contra Gabriel Sena Lucea de Alforque)

Laurentina y Mariano fueron los padres de:

Recordartorio Mariano, su Marido

Manuel (Alforque, 11/03/ 1912-Zaragoza, 20/01/1981). Siguiendo una costumbre aragonesa, al primer hijo que nació después de su muerte le pusieron su nombre.

Afrodisio (Alforque, 11/03/ 1912-Zaragoza, 20/01/1981), cuyo nombre se lo debía a su familia materna. Se casó con Carmen, era contable, aunque en el censo de 1934, figuraba como jornalero. Según los datos que  Manuel Ballarín Aured obtuvo en el AHGC de Salamanca y de la Causa General.

Afrodisio Giménez Frías fue secretario general de la UGT en 1937. Se afilió al PCE el 1-8-1937 y fue secretario general del PCE en 1937 y primeros de 1938. Al parecer, no fue asesinado por los rebeldes, ya que, según la Causa General, «se encontraba en el Ejército».

Herminio Lafoz Rabaza también recoge el dato de la UGT en la Fundación Bernardo Aladrén.

Manuel, (Alforque, 14/10/1916-Zaragoza, 28/01/1932). Está en cementerio de Torrero, en el mismo nicho de su hermano Afrodisio.

José Luis, (Alforque, 31/12/1921-Zaragoza, 22/01/2005). Licenciado en Químicas, trabajó en el Servicio Comercial de Urruzola. Se casó con Amparo Pérez Plo (Zaragoza, ¿?-Madrid, 4/10/1986) y no tuvieron hijos. Amparo está enterrada en el cementerio de Torrero de Zaragoza, con sus hermanas Julia y María Pilar.

Maestra de Alforque

En los 44 años que ejerció allí, pasaron varias generaciones de niñas. Sabemos que profesionalmente era muy activa y que recibió felicitaciones de la inspección. A continuación, de unas notas ordenadas cronológicamente, que son como la punta de un iceberg, se desprende su talante activo y comprometido.

  1. La Asociación de maestros del partido de Pina decidió admitirla entre sus miembros (Cfr. El magisterio español, 8/8/1914).
  2. Laurentina y Manuela Blasco Pardillos, la futura alcaldesa de Torrellas, solicitaron participar en unas oposiciones restringidas. Estas oposiciones servían para ascender en el escalafón y aumentar el sueldo.
  3. Las niñas de la escuela y su maestra hicieron sendos donativos para las obras del templo del Pilar.
  4. Se dio de alta en la Confederación Nacional de Maestros, en la Sección de Socorros.
  5. Recibió alabanzas del inspector que visitó su escuela.

Visita de inspección. El 26 del pasado mes, realizó la visita reglamentaria el culto señor inspector de la zona, don Emilio Moreno Calvete, a las escuelas nacionales de niños y niñas, desempeñadas por los competentes profesores de Primera Enseñanza, don Generoso Hernando Borreguero y doña Laurentina Frías Gil, quedando altamente satisfecho del estado de la cultura que poseen los niños y las niñas, alentándolos para que sigan ampliando sus conocimiento a fin de ser mañana hombres útiles al pueblo y a la patria que los vio nacer.

Rogó a las autoridades, maestros y niños que procuren poner de su parte para que la asistencia sea más normal, inculcando en los padres los perjuicios que originarán a sus hijos al retenerlos en casa en lugar de enviarlos a las escuelas, según la ley y su conciencia les ordenan. (La Voz de Aragón, 08/06/1933).

1952. Falleció antes de jubilarse y en su necrológica ya solo figuraban dos de sus cuatro hijos Afrodisio y José Luis.

Compromiso político

Dos hechos nos sirven para hacernos una idea de sus inquietudes.

El 28 de enero de 1938 se afilió a la FETE (Cfr. Herminio Lafoz Rabaza).

En 1939 estaba en una lista con 93 maestros de la provincia de Zaragoza, propuestos para ser depurados. Junto a ella figuraban: José María Velilla Membrado, maestro de Alforque, Rosa Arilla Albar, maestra de Gelsa, que había sido concejala de Quinto de Ebro, e Isabel Pemán Cardesa, parvulista de La Almolda, que, en 1933, había sido alcaldesa de Magallón. El 7 de mayo de 1938, Segundo Año de la Victoria. El presidente de la comisión de depuración, Miguel Allué Salvador. (Boletín Oficial de la Provincia de Zaragoza, 10/05/1938).

A la vez que Laurentina, ocuparon la escuela de niños, entre otros: Tarsicio Vega, que había llegado de interino en 1907. Joaquín García Miguel, en 1931, se trasladó a Carballiño (Orense). Ese mismo año llegó Generoso Hernando Borreguero, procedente de Caniego de Mena (Burgos), un activo asociacionista de la prensa de Magisterio. En 1935 Generoso permutó con José María Velilla Membrado (Castelserás, Teruel, 26/2/1871-Zaragoza, (5/12/1962), que estaba en Juslibol. Y en 1938, estando en Alforque, lo depuraron.

Para terminar

Laurentina Frías fue una brillante maestra de Soria, pasó la mayor parte de su vida en Alforque, donde se casó con un labrador, y se comprometió con los ideales de la II República. Fue alcaldesa en 1933, en 1938 se afilió a la FETE, y ese mismo año fue depurada.

Con este artículo he querido rescatar la memoria de esta mujer valiente. Sacar a la luz la figura de una alcaldesa republicana de la que se olvidaron hasta los periódicos de su época.

En la recuperación de los datos de Alforque he contado la inestimable colaboración de Sandra Abad Orós, gran conocedora de los archivos y de la vida del pueblo.

Estoy segura de que, con su vida humilde y con su gran vocación por la enseñanza, entregó lo mejor de sí misma a las niñas de Alforque. Y también estoy segura de que algunas lograrían hacer estudios superiores gracias al empuje y al modelo de su maestra. De esto tendrían que hablarnos las que fueron sus alumnas.

Carmen Romeo Pemán

Siete años después, he recibido un mensaje de Mariano Giménez Minguillon:

Hola,Carmen, soy nieto de Laurentina Frias Gil. Gracias por el cariño que has puesto en el articulo sobre mi abuela y por darnos a conocer muchos datos que desconocía. Y de los que no me trasmitieron. Murió cuando yo tenia dos años.

Soy hijo de Afrodisio Gimenez Frias y de Carmen Minguillon Tremps, La verdad es que de esa epoca no se hablaba en casa. Y Afrodisio tampoco hablaba de ello.

Te adjunto una foto que le hace mas justicia, las lápidas del cementerio y un carné de Laurentina. Y gracias por tu dedicación.

En el cementerio de Alforque está enterrada junto a su marido.

Gracias, Mariano, tú has sido el broche. Tú le has dado sentido pleno a mi investigación.

Zaragoza, 6 de octubre de 2024.


El sabor metálico de Eva

En junio de 2019, como otros años, me paseaba por la Feria del Libro en la plaza del Pilar de Zaragoza. De repente, vi a una chica, para mi joven, que corría y daba vueltas de una caseta a otra. Me la quedé mirando. Sí era ella, Eva Pardos. La misma que corría de un aula a otra en las clases del Pabellón Sur del Instituto Goya, cuando yo hacía todas las guardias allí. Aquel año de mis guardias, ella estaba en primero de BUP. Era dicharachera, alegre y contagiaba con su risa.

Museo Van Gogh, 1993. Recortada

Eva Pardos en Amsterdam, en el museo de Van Gogh.

Seguí viéndola dos años por los pasillos del instituto. Era amiga de algunos de mis alumnos.

En tercero fuimos juntas al Viaje de Estudios a los Países Bajos. En Amsterdam visitamos una exposición monográfica de Van Gogh. Volví a verla correr por los pasillos. No se quería perder ni una sola obra. Yo la miraba cómo se relamía y cómo sentía la adicción que produce el sabor de la belleza estética.

No la tuve en el aula hasta COU. Ese año la disfruté. Que eso es lo que le sucede a un profesor cuando contagia el amor de su asignatura a un alumno. Eva fue una de esas alumnas que nunca pasan desapercibidas. Tenía la misma mirada inquisitiva con la que también ella me reconoció en la plaza del Pilar.

—Hola, Carmen, ¿te acuerdas de mí?

—¿Cómo te voy a olvidar, Eva Pardos Viartola? —El nombre y los dos apellidos de mis alumnos se me salen de golpe. Se me quedaron grabados a fuerza de pasar lista todos los días—. ¿Qué haces por aquí con esas carreras?

—Pues que firmo dos libros. En dos casetas.

—¿Cómo?¿Dos?

—Sí. Un libro de relatos, Sabor metálico. Y participo en una antología: Mujeres a la orilla del Ebro.

La acompañé a las dos casetas. Compré sus dos libros y comenzamos a charlar del pasado, del paso del tiempo, del presente y de sus ilusiones de futuro. Y a partir de ese día hemos mantenido una relación fluida.

Me invitó a que le presentara Sabor metálico en Madrid, pero me resultó imposible. Y le prometí que se lo presentaría aquí, en Letras desde Mocade.

Eva, espero no defraudarte.

Sabor metálico. Presentación en Zg

En Sabor metálico reúne diecisiete relatos, diecisiete ventanas abiertas a mundos nuevos. El afán de novedad en temas y técnicas le da un toque de juventud. Pero su prosa ya es madura y experimentada.

El sabor de cada relato

En una especie del cuaderno de bitácora saboreé cada uno de los relatos, acompañada por su autora, que de vez en cuando me apostillaba para aclarar mis dudas.

Estas notas se pueden leer de forma parcelada. Antes o después de cada relato. Son pequeñas contraportadas que pretenden ayudar a desentrañar el sentido profundo de los textos y animar a su lectura.

No están pensadas para leerlas de tirón, sino para acompañar a una lectura pausada, como se suelen leer los libros de relatos y de poemas.

Sabor metálico y una cerveza. Recortada

Vanesa y los juguetes

Aquel día salió al jardín, apiló sus juguetes y los quemó. Mientras ardían pensó: “Ya sé por qué el hombre necesita medir el tiempo”.

El tic-tac y los juguetes evocan algo muy profundo. Con historia de Vanesa, con un tránsito a la vida adulta y su decisión de quemar la nostalgia, Eva recrea el ubi sunt de Manrique y la obsesión machadiana del tiempo. Ese tiempo garcilasista que seguirá cambiándolo todo, “por no hacer mudanza en su costumbre”.

La incertidumbre del tiempo está muy bien reflejada en el final abierto del relato.

Cuando Eva me dijo:

—Carmen, es el primer relato que escribí.

No pude por menos que contestarle:

—Yo no te contagié el amor por la literatura. Solo te ayudé a reconocer unos instintos que llevabas dentro y que tardaron unos años en despertar. En este relato ya está todo tú mundo, así que es un buen comienzo. Me atrevería a llamarlo un relato-prólogo.

La Tierra dejaba de girar

Esta distopía, en la que un suceso extraordinario nos invitar a pensar en la pérdida de la normalidad cotidiana, me ha recordado El año de la inmortalidad de escritora aragonesa Ángeles de Irisarri.

La Tierra que poco a poco va dejando de girar es una señal apocalíptica en la van entrando elementos fantásticos.

El primero un Profeta paradójico, “la premonición del pasado”. Como Mínimo, un personaje de El estrellero de San Juan de la Peña de Ángeles de Irisarri, camina hacia atrás en el tiempo en busca de su pasado.

“La que huye sin saber adónde” personifica un sentido trascendente nihilista.

Y el Grupo, cada vez más numeroso, me hace pensar en una humanidad que ha perdido el norte. Al final se produce el choque inevitable y la Tierra deja de girar.

La gran habilidad de Eva consiste en que dota de acción y movimiento a una fábula trascendente. Nos muestra lo maravilloso y sus efectos sin necesidad de explicarlos.

El sofá

—¿Y este relato tan diferente? Yo veo una serie de acciones casi vertiginosas, pero sin una trama bien definida, como sin nos quedáramos en el regusto de sumar anécdotas sucias —le dije.

—¡Jajaja! Me encanta que lo hayas visto —me contestó—. Es un pequeño homenaje a la “generación beat” y al “realismo sucio americano”. Lo escribí a partir de un relato largo y luego fui quitando hasta dejar el armazón. Si te das cuenta, al final el ritmo frenético, acelerado por las frases cortas, da paso a una situación relajada.

—Pues, Eva, solo puedo rendirme a tus pies. Supongo que será muy del gusto de la gente de tu edad, de los que os pasabais los días escuchando a Barricada en el patio del instituto.

Sol mudo

Como profesora de literatura, antes de entrar en el relato, me fijo en la sinestesia del título, del más puro estilo gongorino. Y antes de comenzar a leer ya me enamora.

En el primer párrafo aparece ese Doscastillos que me lleva a tu pueblo de origen, en el corazón mismo de las Cinco Villas. A Uncastillo,  que fue un núcleo importante del republicanismo español:

Aparecieron en el pueblo unos hombres con camisas azules e insignias rojas. Solo recuerdo que mataron a los perros y pasaron a ser ellos quienes se reunían cada mañana en la plaza.

Y me permito el lujo de copiar la descripción inicial del paisaje:

La carretera, angosta, como el cauce seco de un río. Un carro tirado por dos bueyes me llevaba a mi destino.

Y esa síntesis con la que nos sumerges en la España Vacía:

No había ni un alma. Después de mucho tiempo recordaría con tristeza ese pensamiento de aquella primera tarde calurosa, porque nunca encontré ni un alma en Doscastillos.

Con gran habilidad mezcla lo natural con lo fantástico. En un pueblo calcinado, donde los hombres no hablan, nos encontramos con una asamblea de perros que deciden las leyes no escritas. Este momento es uno de los mejores del relato, es como una síntesis en forma de fábula clásica. A partir de aquí el mensaje se extiende a toda la narración en olas concéntricas:

Perros que ni envejecían ni enfermaban, que jamás llegaron a mi consulta. Habían estado siempre allí como si la muerte se hubiera olvidado de ellos.

El simbolismo es como el de la Parábola de un náufrago de Miguel Delibes: una sátira contra la deshumanización que producen los fanatismos. En la obra de Delibes, don Genaro, un funcionario sumiso, se convierte en un perro.

La atmósfera asfixiante y las descripciones escuetas ayudan a crear una sensación de desasosiego en el lector.

Chowder

Chowder, “sopa de pescado” en alemán, es un breve diálogo entre un abuelo y su nieto Samuel. Recrea una situación que inspira mucha ternura y que sirve de contrapunto a la dureza del tema.

En el fondo, nuestras lecturas son diálogos con el texto y con otros textos que nos trae a la memoria. Pues bien, desde sus primeras líneas, este relato me reenviaba a La sonrisa etrusca de José Luis Sampedro. Tanto que tuve que interrumpir y releer a Sampedro. No tienen nada que ver en el contenido, pero sí en el punto de vista y en el tratamiento del narrador.

El abuelo, un emigrante checo, en 1934 era un cocinero de un restaurante de moda en Berlín. Después de ganarse el favor de Hitler, los nazis descubrieron su verdadera identidad. Al final, la historia se cierra con una vuelta a los orígenes.

Cuando le comenté que había sentido el cierre un poco precipitado, me respondió con ojillos de complicidad.

—Quería hacer algo histórico con los alemanes y la Segunda Guerra Mundial. Este relato fue la primera chispa, pero creo que será más largo. O quién sabe, igual lo incluyo en una novela.

—Pues ya que me has revelado un secreto, esperaré con impaciencia esa novela. Y ahora, si te parece, pasamos al siguiente.

Lágrimas en los abetos

Cuenta la reacción que el suicidio de Anelka provoca en su hermano Mijail Novikov. El narrador nos lleva de la mano y, poco a poco, acabamos aceptando cómo el dinero disuelve los deseos de venganza.

—¿Y este giro en tu narrativa? —le pregunté.

—Pues es que soy una enamorada de la literatura rusa y de Chejov. Es un cuento muy clásico, lo sé. Pero me gusta experimentar.

—En el fondo es una denuncia irónica del maltrato de las mujeres.

Eva sonrió. Pero yo sabía que aprovechaba sus gustos literarios para reivindicar  los derechos de las mujeres.

Por cierto, Lágrimas en los abetos me hizo  pensar en Lágrimas en los tejados de Sandra Araguás, otra joven escritora aragonesa.

Canícula

Un relato de apariencia sencilla en el que las palabras tejen con delicadeza una historia castellana, en la línea de las de los noventayochistas, Delibes o Cela.

El viajero que abandona el pueblo quiere guardar en su pupila todo lo que alcanza su vista:

A la izquierda, el campo de mi abuelo, terreno baldío, ya no hay nada que pueda hacer allí, demasiado joven para quedarse. A la derecha los melocotoneros de su padre, su padre que ya no está. La agonía ha venido y recorrerá el camino que no tendrá retorno.

En estos relatos, con mucha frecuencia, nos encontramos con el fantasma de la España Vacía que tan bien definió Sergio del Molino: un camino sin retorno que solo vive en la nostalgia.

La casa se llenará de risas

Es una historia muy valiente, el negativo del mito del príncipe destronado. Los celos pueden convertir a un niño en un gran malvado. El buen tono de Amelia, la narradora-niña, me recuerda al tono de El príncipe destronado de Miguel Delibes.

Lo novedoso es el juego irónico de contrastes: entre el título y el tema que articula la trama, entre los paisajes soleados y lo sórdido de la historia. Un relato que no nos deja indiferentes.

¡Fuera de aquí todas!

Es uno de los relatos que más me ha impactado. Un texto metaliterario que dialoga con la obra de la que pretende ser un apéndice.

Es una forma ingeniosa de dar salida a Pepe el Romano, el novio de Angustias en La casa de Bernarda Alba de Lorca.

—Eva, ¿cómo se te ocurrió esta genialidad?

—Pues muy fácil, Carmen. Desde la primera vez que leí La casa de Bernarda Alba, se me quedó rondando una pregunta: ¿Qué pasó con Pepe el Romano, un personaje tan grande y tan pequeño en la obra?

Efectivamente, este relato da vida a lo que sucede cuando Bernarda dispara. En ese momento el gran ausente toma la palabra.

Ciénaga de ceniza. En She was so bad

Ciénaga de ceniza

Cuando comencé a leerlo, me vi traspuesta al mundo de El perseguidor de Julio Cortázar. A esas noches insomnes a ritmo de jazz.

Pero las técnicas y el contexto son muy modernos. Aquí nos vemos involucrados en “la ciénaga del cenicero que teníamos debajo de la cama”.

Como un enfant terrible, la narradora con un ritmo poético trepidante nos conduce a la locura de las noches de saxo y sexo.

—Este cuento fue una auténtica prueba de estilo. Yo lo llamo un relato circular.  Cuando lo releo me da la sensación de dar giros. Es el relato más “loco” de todo el libro. Me inspiré en el colombiano Rafael Chaparro —Eva dixit.

Sabor metálico

Este relato  da título a todo el libro. Está contado con una verosimilitud a prueba de fuego. Está tejido con la misma minuciosidad con la que el oficinista, que está de baja por ansiedad, reconstruye la vida de Julia, su nueva vecina. Todo encaja como en una gran labor de orfebrería. Una historia de tomo y lomo: con mucha intriga y con una gran sorpresa final.

El sabor metálico de estas páginas es una metonimia de sabor ácido que impregna todo el libro. No entro en análisis más profundos, diré simplemente que es magistral.

Quince días para la jubilación

Los quince días marcan la edad de la narradora, Eva Dospar, un heterónimo de la autora. Una trama limpia y clásica encierra un mundo musical moderno para hacerlo eterno.

En las dos partes que sirven de marco, la primera y la tercera, la narradora decide escribir un artículo sobre el recién fallecido Paco de Lucía. Y la segunda parte, el recuerdo de sus tiempos universitarios gira en torno a la música de Led Zeppelin: “El grupo que escuché mientras lo escribía”, me comentó Eva.

Curso de escritura

La narradora parece un alter ego de la autora y el texto un ejemplo de autoficción. Pero, a medida que avanza su conversación con el profesor de escritura, va ganando el punto de vista ficcional. Al final, di un respingo en el sillón. El amable profesor resultó ser un coleccionista de amantes asesinadas.

Me quedé sin respiración. Todo me sabía a poco. La historia solo estaba esbozada, sugerida.

Hotel Miguel Ángel

La maleta se convierte en una metáfora de situación que tensa el ambiente. Mi imaginación, como la de la narradora, iba al cien por hora. Al final, como en el soneto con estrambote de Cervantes: “caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada”. Y me entró la risa. ¡Qué humor tan fino!

Vecinas

Muy buena historia. Después de acabarla me seguí desternillando un buen rato. Cuando hablé con Eva de todos y cada uno de sus relatos le dije:

—¡Eres la bomba! No cambiarás nunca. Pero me encanta le aire fresco de tus páginas.

—Pues esta historia me sucedió de verdad. Es una de esas veces en las que la realidad supera la ficción. En las que lo más real parece inverosímil.

Cafetería

La narradora, de un aspecto normal, parte de un aquí y un ahora:  la cafetería de la plaza del Pilar de Zaragoza donde se está tomando un café. Y, de repente, le pica la cicatriz del brazo. Esa anécdota, también normal, la convierte en un personaje extremadamente sensible.

A partir de ese momento el relato avanza en dos planos. El real y el evocado. La madurez se contrapone a la infancia.

Cuando el lector funde los dos planos, adivina todo lo extraordinario que evocan nuestros rituales. El resultado es un relato entrañable, con una prosa madura.

De una a dos

El relato más complejo del libro. Como la maquinaria de un reloj de precisión y a la manera de H.P. Lovecraft, el maestro de terror, va desarrollando una compleja historia sucedida en Zaragoza. En lugar de hacer spoiler, dejaré hablar a su autora.

—Es uno de mis favoritos. Ante de sentarme a escribir me leí los cuentos completos de H.P. Lovecraft y muchas crónicas de los periódicos de los años 60. Y después le dediqué mucho tiempo al diseño de la estructura.  Quería sintetizar las vidas de cuatro personajes y de tres generaciones. Me encantó escribirlo cuando ya lo tenía el puzle montado.

Para terminar

Sabor metálico, como la mente inquieta de Eva Pardos, es un libro poliédrico. Es un libro joven, que juega con la experimentación. Cada relato apunta hacia un camino literario diferente.

Y eso requiere una lectura en tiempos diferentes. Esa concepción nos obliga a leer y a sentarnos al borde del camino antes de pasar al siguiente. Nos obliga a reflexionar y a releer.

Es uno de esos libros en los que el sabor metálico inicial, con las sucesivas lecturas, se va convirtiendo en agridulce. Y en la última nos deja el agradable sabor de una literatura que nos atrapa.

Eva, tú no me has defraudado.

Sabor metálico. Presentación en Madrid

Presentación en Madrid

 

Eva Pardos Viartola (Zaragoza 1974). En 1993 acabó el Bachillerato, entonces BUP y COU, en el Instituto Goya. En la Universidad de Zaragoza cursó Biblioteconomía y Documentación, estudios que le ayudaron a que su amor por los libros siguiera creciendo. Actualmente ejerce como docente en «MasterD», una empresa de formación. Y combina su trabajo con la dedicación a la escritura. El curso 2018, volvió a la Universidad y realizó el Máster del Profesorado.

De su vocación literaria

En el Instituto Goya, mi profesora Carmen Romeo, me transmitió su pasión por la literatura. Pero mi vocación por la escritura me llegó un poco tarde, cuando ya tenía 40 años. Como todas las cosas importantes de la vida, entró de puntillas, casi por casualidad. Mi pasión literaria me llevó a uno de los talleres de escritura creativa que entonces proliferaban en Zaragoza. Allí comenzó de una forma muy gratificante mi afición por la escritura. Esta afición me llevó a los talleres de Mario de los Santos, Óscar Sipán, Julio Espinosa e Irene Achón. Con los relatos de esos cursos comencé a publicar en las antologías: “Buscando los orígenes de aquello”, “She was so bad” y quedé finalista en un concurso de la Unión Europea.

Compartí mi pasión con otros colegas y formamos el grupo “La Flama”, al que pertenezco desde 2016. Hoy nos dirige Ángel Gracia, escritor y poeta. Allí vamos desarrollando nuestra propia voz y buscamos la manera de seguir mejorando nuestro quehacer literario.

Quiero aprovechar estas charlas para darles las gracias a Reyes y David, de Pregunta Ediciones. Ellos me han apoyado siempre y me animaron a recopilar todos los cuentos y a publicarlos en un volumen. De su empeño nació “Sabor metálico”.

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Obras

Buscando los orígenes de aquello. Antología de relatos. Pregunta Ediciones, 2014.

Mujer ni más ni menos. Concurso de micro-relatos, día de la mujer. Quedó finalista con Horizontes. Parlamento Europeo, 2015.

She was so bad. Antología de relatos pulp. Editorial Aloha, 2016.

Salvajes. Relato. En Ecléctica, Revista de fotografía, mayo de 2017.

Mujeres a la orilla del Ebro. Antología de escritoras aragonesas. Coordinación, Ana Vivancos. Prólogo de Julia Duce. Editorial Apache, 2019.

Sabor metálico. Pregunta Ediciones, 2019. Su primer libro de relatos.

Mujeres a la orilla del Ebro. Presentación

Mujeres a la orilla del Ebro

Aunque no es el objetivo principal de este estudio, me gustaría presentaros a las compañeras de Eva en esta antología de voces jóvenes zaragozanas. Para que no se pierda su memoria, voy a nombrarlas: Lucía Arca, Laura Bordonada Plou, Irene Cisneros, Esther García, Sylvia Marx, Teresa Palomo, Pepa Pardos, Eva Pardos Viartola, Rosa Vidal y Ana Vivancos.

Me habría gustado citarlas a todas con el apellido materno, porque nuestras genealogías femeninas son importantes, pero por alguna razón que no alcanzo a adivinar, solo aparecen con el apellido paterno.

Como ellas dicen: “No importa de dónde venimos, pero sí adónde vamos. Los beneficios de este libro son para Armanixer, una asociación que ayuda a mujeres con discapacidad”.

Recomiendo a los lectores que se acerquen a estas páginas llenas de energía y de prosa novedosa. Estas mujeres rompedoras son la voz de nuestro futuro.

Carmen Romeo Pemàn

Con otras autoras de la antología

De izquierda a derecha: Laura Bordonada, Teresa Palomo, Eva Pardos y Ana Vivancos

Mi abuela, la epiléptica

#relatofragolino

De las fragolinas de mis ayeres

Cuando era niña, muchas veces recorrí el camino de Lacasta a El Frago con mis padres. Un día hicimos el viaje en una burra vieja y tardamos más de tres horas en recorrer una legua escasa. Íbamos a ver a mi abuela. Tenía una enfermedad rara y la semana anterior había acudido a Jaca con la ilusión de que santa Orosia la curara con un milagro.

Según el médico de El Frago, sus ataques de epilepsia iban en aumento. Pero el cura no estaba de acuerdo. Que no, que no estaba bien llamar ataques epilépticos a las sacudidas del demonio. Y no había otra solución. Había que sacarlo del cuerpo. Él probó con exorcismos y no lo consiguió. Por eso mandó a mi abuela a la procesión de los endemoniados de Jaca.

—Pero, mosén, ¿cómo voy a tener el demonio dentro si no he pecado y además me confieso todos los días? —protestaba mi abuela cada vez que se confesaba.

—Anda, Macaria, que no te enteras. ¿Te parece poco? ¿No ves que te has casado con el viudo de tu hermana? ¿No te das cuenta de que te has precipitado y no has dado tiempo a que se apriete la tierra de su sepultura?

—Mosén, yo creo que eso no es pecado.

—No sé quién ha inventado esas patrañas. El matrimonio no acaba con la muerte. Ni los viudos ni las viudas se pueden volver a casar. Y así fue siempre, hasta que llegaron los sarracenos a España.

—¡Ave María Purísima!

—No me vengas con tontadas. Tú le entregaste tu cuerpo a Satanás el día que fuiste al altar. Y algo sospechabas. Que te casaste medio a escondidas, a las seis de la mañana. Y no invitasteis a nadie a la boda.

—¡Jesús, José y María!

—Macaria, tienes que sacarte al diablo del cuerpo. No puedes seguir así en el pueblo. Que intentará usarte y destruirá las virtudes de nuestras tradiciones.

—Mosen, yo no me dejaré.

—¿Es que no lo ves? ¿No te das cuenta que él te incitó a esta boda prohibida?

Al día siguiente el abuelo ensilló la yegua blanca y ayudo a mi abuela a sentarse a la mujeriega. A continuación subió él. Antes de mediodía ya estaban en la procesión de Jaca. Al llegar, mi abuela se unió al grupo de las posesas, que así llamaban a las que se les había metido el diablo dentro. Casi siempre eran solo mujeres. Iban todas detrás de la peana que llevaba las reliquias de la santa. Antes de empezar a caminar, unos hombres con roquetes les ataron cordeles a los dedos. El demonio abandonaría a las posesas si conseguían meterse debajo las andas y, con grandes retortijones del cuerpo, como los que hacen las serpientes, se quitaban los cordeles. Pero si les quedaba algún dedo atado, como le sucedió a mi abuela, no se sabía qué pasaría después.

Cuando la abuela nos oyó llegar, bajó corriendo a la calle, me abrazó y me dio un beso. Pero yo me escabullí en cuanto pude. Es que noté que de su boca salía una tufarada de azufre. Por lo menos así llamaba mi madre a unos polvos que echaba en los geranios y que olían a huevos podridos.

—Alodia, hija mía, ¿qué tal viaje habéis hecho? —me preguntó mi abuela.

Cuando mi madre vio que no le contestaba y me apartaba enfurruñada, me dio un cachete y me dijo:

—Haz el favor de ser más amable con la abuela. Nos lleva esperando todo el día, y tú te portas como una malcriada y una grosera. ¿Quién te ha enseñado esos modales?

—No le riñas a la niña, que llega cansada del viaje —terció la abuela.

Entonces me vino a la cabeza el cuento de Caperucita y le iba a preguntar: “Abuela, ¿por qué tienes una voz tan ronca?” Pero me contuve. No me quería ganar otro coscorrón de mi madre.

Me quedé jugando en el patio mientras todos hablaban en la cocina. De vez en cuando escuchaba detrás de la puerta. Hablaban de demonios en voz muy baja. No sabían por qué la abuela no pudo soltarse un dedo en la procesión. Yo contenía la respiración, pero me daban ganas de hablar. Estaba segura de que en lugar de salir el demonio del cuerpo había salido mi abuela. Y ahora teníamos en casa en al mismísimo Belcebú.

Cuando acabaron la conversación, me llamaron para cenar. Me senté en una esquina junto a mi madre. No sabía por qué, pero me temblaba todo el cuerpo. La abuela sirvió la sopa muy caliente, como le gustaba a mi abuelo. Nadie se dio cuenta, pero yo vi que la uña del dedo meñique le había crecido mucho y que la metía en las escudillas de la sopa. Ella lo disimulaba inclinándose para que no se no lo notáramos. De repente, me dio una arcada y vomité delante de todos.

Mi madre se enfureció y me mandó a la cama sin cenar. Mi alcoba estaba al final de un pasillo largo. Me dieron una palmatoria. Antes de llegar a la habitación, noté que un aliento que olía a huevos podridos me recorrió el cuello. Se me apagó la vela y di un grito. Al momento vino mi madre fuera de sus casillas.

—¡Alodia, tú siempre tan teatrera! Anda, duerme y no nos des más la lata.

Me arrebujé entre las sábanas. Desde mi cama veía la silueta de la torre recortada por la luna. Hasta mi habitación llegaban los sonidos de las campanas cuando el reloj daba las horas. A media noche todo se impregnó de olor a azufre. Pensé que me iba a asfixiar. Al final me dormí pensando que a la mañana siguiente le pediría al abuelo que me acompañara a ver de dónde venía el olor.

No hubo mañana siguiente. Era como si mi abuelo nos hubiera esperado para despedirse. En la madrugada oí la voz del médico.

—No se puede hacer nada. Me han llamado demasiado tarde. Cuando he llegado ya había inhalado demasiado azufre.

Me levanté y asomé la cabeza entre la gente que rodeaba la cama del abuelo. Junto a la cabecera, sentada en una silla de anea, estaba la abuela tapada con un mantón negro. Solo le vi el pico de la nariz y el dedo meñique con un trozo de cordel incrustado en la carne.

Me santigüé y en voz alta le recé a santa Orosia. Le pedí que librara a mi abuelo del Maligno. Entonces la abuela empezó a hacer aspavientos, como si también ella se fuera a asfixiar. Mi madre se volvió hacia mí.

—No vuelvas a aparecer por aquí. Los niños no pueden velar a los muertos.

Velas para los muertos.

Cestos con velas para el Día de las Ánimas. Foto: Ricardo Mur, «Pirineos montañas profundas», 2003.

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Imagen del Comienzo. 1918. Nueno, Huesca. El abuelo Auqué y una mujer, sentados en la puerta de Casa Auqué. Foto de Rircardo del Arco Garay. Fototeca de la Diputación de Huesca. Publicada en FB en el grupo Fotos antiguas de Aragón.

Carmen Romeo Pemán

Los viajes de Polonia

#relato

De las fragolinas de mis ayeres

En la duermevela Polonia pensaba cómo había llegado hasta allí, desde el día que,  pasada la medianoche, se escapó de casa. Y  todo porque aquella tarde oyó a su madre que le decía a su padre que ya le había llegado la regla y  tenían que casarla pronto. Que las hijas solteras daban muchos quebraderos de cabeza. Además, aún les quedaban muchas bocas que alimentar.

Ese mismo día por la mañana había oído gritar por las calles:

—A componer sillas, el silleeero. Apresúrense, señoras, que es el último día.

Era la señal de que los gitanos, que llevaban varios días en la arboleda, iban a levantar el campamento.

Sin pensárselo dos veces, se levantó, salió en camisón y cogió el camino del puente. Cada vez que oía un ruido intentaba correr, pero avanzaba poco, que no estaba acostumbrada a andar descalza.

Cuando se acercó a la carreta se le echaron dos perros encima. Detrás llegó un chico de unos quince años, los cogió por el cuello y les hizo caricias en el lomo. Miró a Polonia y le preguntó:

—¿Te has perdido? —A la vez que le miraba las heridas de los pies.

—No, no —respondió Polonia con  resuello—. Es que no quiero seguir en mi casa. Me quiero ir con vosotros.

—¿Qué dices?

—Lo que has oído.

—¿Cómo te llamas?

—Polonia. ¿Y tú?

—Pues no lo sé. Todos me llaman Mundo. No sé si de Segundo o de Segismundo, que los dos son nombres corrientes.

Mundo cogió a Polonia de la mano y la ayudó a subir al carromato.

—¡Chist!, ¡chiss!, ¡chsss! A ver si no despertamos a nadie. Si te arrepientes, tiene que ser ahora. En menos de dos horas arrancaremos. Y, como este viaje no nos ha ido bien, mi padre dice que no volveremos más a este pueblo.

Se acostaron encima del saco de la paja de las mulas. Polonia temblaba, pero se quedó dormida cuando una mano la acarició con suavidad.

Al amanecer, el padre de Mundo los descubrió. Entonces Polonia le dijo que era una de las hijas del alcalde y que se quería ir de su casa.

—Así que eres hija del que nos ha denunciado por robar tomates en un huerto. —Le salía espuma por las comisuras de los labios—Sal ahora mismo de aquí, ¡zorra! Que antes de llegar a Luna nos detendrá por haber robado a su hija. —Abrió el toldo y la tiró al camino de un empujón.

Aún no se había repuesto del golpe, cuando pasó una caravana de trajineros y les pidió que la dejaran ir con ellos. Que se le habían roto las alpargatas y no había podido seguir a los pastores con los que bajaba desde Monte Alto. Estaba segura de que ya estarían cerca de Gurrea. Le pusieron unas abarcas, le dieron un trozo de pan seco y la dejaron dormir hasta Gurrea.

Allí se bajó y callejeando llegó a las afueras donde se encontró con una mujer que iba a coger el tren. Le contó lo mismo que a los arrieros y, además, que sus padres estaban de criados en Zaragoza, en casa de un ganadero que tenía los corrales cerca la estación. Y siguieron hablando hasta que oyeron el pitido del tren.

—Bueno, pues convenceremos al revisor. A ver si te deja viajar sin pagar. Ya verás como sí.

Ya en Zaragoza, justo al salir de la estación, se despidió de la mujer de Gurrea y se dirigió al Puente de Piedra. Pero antes de llegar, unos mozos muy jaraneros le dieron un susto. Así que, aunque las abarcas le estaban grandes, corrió que se las peló hasta que llegó al Pilar. Se notaba cansada y con dolor de estómago. Se sentó en el suelo y comenzó a pedir en la puerta del templo. Al momento unos mendigos la echaron a muletazos.

—¿Qué te has creído? Llegas la última y te saltas la cola. Además tú no estás tullida y puedes trabajar —le dijo uno que hacía alarde de sus muñones.

En eso estaban cuando una señora, con mantilla de blonda y rosario de nácar, echó una moneda al primero de la fila y siguió adelante.

—¿No necesitará usted los servicios de una doncella? —le dijo Polonia, cortándole el paso—. Sé hacer de todo. Y tengo muy buena mano para los niños.

Hablaron un poco al paso de la señora. Polonia la siguió hasta los bancos y se quedó junto a ella, durante la misa. A la salida volvió a seguirla. Como la buena mujer notó que Polonia ponía mucho interés, le dijo que vivía cerca y que podría cuidar a su niño de pocos meses a cambio del alojamiento. Eso sí, tendría que dormir en un camastro junto al lavadero. Y que si se portaba bien, como había hecho en misa, la dejaría asistir con las otras criadas a las escuelas dominicales.

Una mañana, cuando apenas llevaba una semana de niñera, al salir de casa con el crío, reconoció a uno de El Frago. Se dio cuenta de que él también la había visto y miraba fijamente el número de la casa. Así que cruzó la calle, en una esquina de la plaza más cercana abandonó el carricoche con el niño dentro y puso pies en polvorosa. Las otras niñeras dieron la voz de alarma. La señora buscó a los mozos de asalto y la denunció por haber atentado contra la vida de su hijo. Antes de llegar al Puente de Piedra, la detuvieron y la llevaron a un calabozo. A los dos días, estaba pensando en cómo escaparse a Barcelona, cuando se abrió la puerta de golpe y vio que se le acercaba un bulto. Enseguida reconoció la voz de su padre.

Hicieron el camino de regreso en silencio. Su padre no paró de gritar y azotar a las mulas. Desde ese día Polonia supo que pronto la casarían con un hombre de otro pueblo, que en el El Frago  había cogido fama de moza brava. Y también supo que su nuevo viaje no sería a tierras lejanas.

Carmen Romeo Pemán

 

Imagen. Carro de El Frago. Tarjeta postal. Foto de Ricardo Vila.

Escuelas dedicadas a maestras

#nuestrasmaestras

A Gloria Álvarez Roche, Cristina Baselga Mantecón, Concha Gaudó Gaudó e Inocencia Torres Matínez. Mucho más que amigas. A ellas les debo parte de este y de otros trabajos.

Entrega Premios.1

El caso de Zaragoza

En el siglo XIX y principios del XX las escuelas recibían el nombre de la calle que las acogía. Así la escuela de la calle de las Armas, angular con la calle de la Golondrina, se llamó Escuela de las Armas, y también de la Golondrina, y a sus alumnas las golondrinas. Y lo mismo ocurría con la del Buen Pastor, en la calle del mismo nombre, y con la del Castillo, en un espacio que había pertenecido al Castillo de Palomar.

En Zaragoza, esta costumbre empezó a cambiar con el nacimiento de los grupos escolares de enseñanza graduada y la desaparición de las escuelas unitarias.

En 1914 el Ayuntamiento condecoró a Eulogia Lafuente, a Rosa Arjó y a Marcelino Lopez Ornat, y acordó poner sus nombres a tres grupos escolares de la ciudad. En 1919, a propuesta del concejal señor Faci, eligieron el nombre de dos maestras, Andresa Recarte y María Díaz, para dos escuelas.

A lo largo de un siglo se han ido bautizando los grupos escolares de la ciudad, pero solo siete han llevado el nombre de una maestra. A las anteriores les siguieron Ana Mayayo en 1969, Gloria Arenillas en 1981 y Patrocinio Ojuel en 2019.

En la mayoría de los centros optaron por nombres de maestros, como Cándido Domingo o Joaquín Soler, o por nombres de hombres célebres como Gascón y Marín, Joaquín Costa o Miguel de Cervantes.

A continuación expongo las semblanzas de las siete maestras que merecieron las placas en las puertas de las escuelas. La historia de estas mujeres, destacadas en su tiempo, se ha ido diluyendo con los años y, por eso, hoy nos cuesta recuperar las trayectorias de sus vidas y la memoria de sus trabajos.

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Gloria Arenillas Galán (Zaragoza, 18 de noviembre de 1910-Zaragoza, 25 de febrero de 2005).

Gloria Arenillas.

El periódico La Voz de Aragón se hacía eco del triunfo obtenido por la asilada señorita Arenillas en los Cursillos de Magisterio de 1932. El presidente daba cuenta de su  éxito en las oposiciones, fue el número uno, y proponía que se le concediera el derecho a ocupar la primera vacante que se produjera en el Hospicio, cuando se renovara la enseñanza en el centro. (La Voz de Aragón, 18/12/1932).

En 1948 estaba destinada en la escuela de San Juan de Mozarrifar, cuando se adscribió al barrio del Cascajo. Posteriormente fue directora del Colegio Cándido Domingo, en el Arrabal, hasta que se jubiló.

En 1974 el Ministerio le concedió el ingreso en la orden de Alfonso X, en atención a los servicios de mérito extraordinario prestados como maestra nacional.

Colegio Gloria Arenillas

Gloria Arenillas en la Antigua Azucarera.

El actual Colegio Gloria Arenillas se construyó a finales de los años 70 en los terrenos de la Azucarera del Gállego, en el Arrabal. Al principio se llamó Colegio Nacional Mixto Urbanización Ríos de Aragón. En 1981, según Ángel López Folgar, que fue director del centro. se le puso el nombre de Gloria Arenillas, en recuerdo de la que fue directora del colegio Cándido Domingo, el otro grupo escolar del barrio. (Cfr. BOE, 7/10/1981)

Placa. Foto buena

Foto realizada en septiembre de 2019. Propiedad de Esther Carbó Carbonel, profesora del colegio Gloria Arenillas.

En 1919 las viejas escuelas del Arrabal, convertidas en un grupo escolar graduado, recibieron el nombre de Cándido Domingo, un célebre maestro.

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Rosa Arjó Pérez (Huesca, 1876-Zaragoza, 1918)

Rosa Arjó-1

Doña Eulogia Lafuente nos habla de las satisfacciones que le ha dado la enseñanza. El día 6 de abril de 1914 le impusieron la Medalla de la Ciudad. En aquel acto le impusieron la Cruz de la Beneficencia a una discípula suya llamada Rosa Arjó, malograda en plena juventud, por su comportamiento heroico con unas niñas atacadas de tifus, entre las que se encontraba una hermana del actual jefe de la Guardia Municipal, señor Lloré. (Cfr. A. Ruiz Castillo, “Figuras zaragozanas. Entrevista a Eulogia Lafuente”. La Voz de Aragón, 03/09/1930)

Rosa Arjó Pérez era hija de Esteban Arjó Fraguas, un militar nacido en 1846, y de Amalia Pérez Mayo, nacida en 1852. Su hermano Esteban cursó el bachillerato en el Instituto Ramón y Cajal de Huesca, estudió Medicina en Zaragoza y fue médico titular de Alcampel, (Huesca). En 1934. Amalia Pérez, su madre de 82 años, María Arjó, una hermana de 56 años y profesión sus labores; y María Josefa, otra hermana, maestra nacional de 53 años, vivían en Zaragoza, en la calle Sobrarbe, 59.

Rosa estudió Magisterio en Zaragoza y comenzó a trabajar como auxiliar con Patrocinio Ojuel, la parvulista que introdujo el método Montessori en Zaragoza. En 1906, con la carrera recién acabada, la destinaron a Almazán (Soria), en 1907 aprobó las oposiciones y en 1908 llegó a la escuela El Castillo en el barrio de las Delicias, donde era directora cuando murió a los 32 años, víctima de la gripe.

En 1914 se casó con Julio Gargallo un contratista de obras de San Sebastián, que, en 1913, junto con Arturo Nicolás, llevó a cabo la construcción del edificio de la Caja de Ahorros de la calle San Jorge. El proyecto era de los arquitectos Ramón Cortázar y Luis Elizalde, también de San Sebastián. Julio Gargallo, además, era copropietario y consejero La Voz de Guipúzcoa, un periódico que vivió desde 1885 hasta 1928.

En 1915 nació su hija Ignacia. Y la niña aún no había cumplido tres años cuando murió su madre. Ignacia Gargallo Arjó se casó con Mateo Lacarte Álvarez, de una conocida familia de industriales zaragozanos. En 1933 Julio Gargallo residía accidentalmente en Zaragoza en casa de su hija.

Don Julio Gargallo está enfermo en casa de sus hijos los señores Lacarte Gargallo. (Cfr. La Voz de Aragón, 04/01/1933)

Rosa Arjó y las colonias escolares de verano

Desde 1912 tenemos noticias de su participación en las colonias escolares de verano. Ese año estuvo de directora de las de Biescas, y con ella fue de auxiliar su hermana Pilar Arjó, (Cfr. Gaceta de instrucción pública y bellas artes, 28/8/1912).

En 1913 fue a las de Segura de Baños (Teruel) con 30 niñas. A los pocos días de llegar se declaró una epidemia de tifus. Se evacuaron las niñas no afectadas, pero Rosa se quedó en Segura con las enfermas. Durante todo el tiempo que estuvieron allí las cuidaba y todos los días mandaba una crónica al Heraldo de Aragón para mantener informados a sus padres.

En 1914 el Ayuntamiento de Zaragoza, en el mismo acto que otorgó la medalla de oro de la ciudad a Marcelino López Ornat y a Eulogia Lafuente Querejeta, le impuso a Rosa Arjó Pérez las insignias de la Cruz de Beneficencia por su comportamiento en Segura de Baños. Ese mismo año, el ministro Francisco Bergamín, que había asistido al acto de Zaragoza, les concedió a los tres la Cruz de Alfonso XII.

El Colegio Rosa Arjó

Colegio Rosa Arjó

En 1914 el Ayuntamiento puso el nombre de Rosa Arjó a la escuela del Castillo, donde ella estaba destinada.

Durante la II República se construyó una nueva escuela nacional mixta, llamada Pablo Iglesias, al final de la calle de San Antonio. Esta escuela, junto con la de Andrés Manjón, venía a sustituir a las antiguas escuelas del Castillo.

Al comenzar la Guerra Civil. se quitó el nombre de Pablo Iglesias y se recuperó el nombre de Rosa Arjó para el nuevo edificio.

El año 2000 se cerró el colegio por falta de alumnos, pero el edificio se siguió llamando Rosa Arjó.

Allí están ahora el Consejo Escolar de Aragón (CEA), el Centro Aragonés de Recursos para la educación inclusiva (CAREI) y la Prevención de Riesgos Laborales, Junta de Personal y Confederación San Jorge (FAPAR).

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María Díaz Lizardi (1856-¿?)

María, hija de Rafael Díaz y Narcisa Lizardi, era la mediana de seis hermanos. Pero, hasta ahora, he encontrado pocos datos sobre sus orígenes y su formación inicial.

María Díaz Lizardi. FOTO.1

Los comienzos profesionales

En 1890 estaba destinada de maestra en Zaragoza, con título superior, sueldo 2.000 pesetas, 8 años, 7 meses y 18 días de servicios, cuatro oposiciones. En 1891 iba la sexta en una lista de maestras propuestas para cubrir una vacante en una escuela de niñas de Madrid. Después estuvo destinada en Teruel, en Barcelona y en Tarragona, como maestra de la Escuela Normal.

1905-1926: veintiún años en la Escuela Normal de Zaragoza

En 1905 volvió a Zaragoza como Maestra de la Sección de Ciencias de la Escuela Normal de Maestras, donde ejerció veinte años, hasta que se jubiló en 1926.

Había asentado su vivienda en la plaza de Lanuza 20, cercana a la escuela del Buen Pastor, que lleva su nombre. Después de su jubilación mantuvo gran actividad en la Acción Católica de la Mujer de Zaragoza, donde figuraba como presidenta de la Sección de Magisterio.

Un incidente en 1908

No se sabe por qué motivo, en 1908 fue agredida por unas alumnas de la Escuela Normal. Y así se contaba en la Gaceta de Instrucción Pública:

SOBRE LA NORMAL DE ZARAGOZA Tenemos gusto en notificar a La Educación, nuestro estimado colega zaragozano, algún detalle de lo que ocurrió en la Normal de Maestras de Zaragoza en el mes de junio pasado. Doña María Guadalupe del Llano y Doña María Díaz Lizardi fueron dos profesoras agredidas. La primera en la calle al dirigirse a la Normal. La segunda dentro de la Escuela. Las citadas profesoras pueden informar a La educación, nuestro colega zaragozano, en lo relativo al nombre y número de las alumnas ofensoras. (Cfr. Gaceta de instrucción pública y bellas artes, 25/9/1908, p. 4).

Guadalupe del Llano Armengol, una profesora de la Escuela Normal de Maestras que, desde 1928 hasta 1931, fue directora de la Normal y jefe de la escuela de prácticas.

La Escuela María Díaz Lizardi

En 1919 se puso su nombre a la escuela de niñas de la calle el Buen Pastor. En una placa con su efigie aún podemos leer:

Homenaje de gratitud a la excelsa maestra que con gran abnegación guió a centenares de niñas hacia el bien y la instrucción. Sus discípulas perpetúan el nombre de quien les iluminó el corazón y la inteligencia con sus sabias enseñanzas y ejemplares virtudes. Zaragoza 21 de octubre de 1919. DOÑA MARÍA DIAZ LIZARDI

En 1929, se modificó el sexto grupo de la escuela nacional  María Díaz Lizardi. Hasta entonces tenía con cinco grupos grados. Y un sexto en régimen unitario.  Ese año pasó también al régimen graduado. (Cfr. La Voz de Aragón, 10 Marzo 1929)

En 1987 desaparecieron el colegio y el nombre. Hoy el edificio alberga el Centro de Formación de Profesores Juan de Lanuza.

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Eulogia Lafuente y Querejeta (Roncal, Navarra, 1863-Zaragoza, 1932)

1930. Eulogia Lafuente. 1

Figuras zaragozanas. Doña Eulogia Lafuente, la mujer que estuvo 47 años al servicio de la enseñanza.

—¿Dónde ha ejercido los 47 años de profesión?

—En Zaragoza, todos en Zaragoza. He sido directora del Colegio de la calle de las Armas y del grupo escolar Gascón y Marín. ¡La de niñas que han pasado ante mí! ¡La de mujeres a quienes he enseñado de niñas! ¡Qué satisfacción tan intensa me proporciona pensar en esto! En mis primeros años de maestra solo existían en Zaragoza cinco o seis escuelas unitarias de niñas y teníamos una matrícula que no descendía de 130 y 140 alumnas. Y en estas condiciones, poco se podía hacer. (Cfr. A. Ruiz Castillo, “Figuras zaragozanas. Entrevista a Eulogia Lafuente con motivo de su jubilación”. La Voz de Aragón, 03/09/1930. De esta entrevista voy desgranando más cita en las líneas de este artículo).

Eulogia Lafuente se casó con Pedro Gómez Cuartero (Tabuenca, Zaragoza, 1857-Zaragoza, 1943), también maestro condecorado con la Medalla de Oro de la ciudad. Era hijo de una familia de agricultores y tiene dedicada una calle en su pueblo natal.

Pedro y Eulogia establecieron su domicilio en la calle San Miguel 52 y fueron padres de tress hijos: Eulogia y Pedro, profesores de la Escuela Normal de Zaragoza, y Mariano, médico. Y abuelos de cuatro nietos.

El día 6 de abril de 1914 Eulogia recibió la Medalla de Oro de la ciudad por ser maestra ejemplar y, ese mismo año, la de Alfonso XII:

Aquel acto fue brillantísimo y emocionante. También impusieron la misma distinción a aquel maestro de maestros que se llamó Marcelino López Ornat. Y la cruz de la Beneficencia a Rosa Arjó.

En abril de 1919, La escuela moderna publicaba el siguiente artículo:

Doña Eulogia Lafuente Querejeta ocupa la dirección de la graduada “Las Armas”, con título de Maestra  Superior. Ingresó por oposición. Posee muchos votos de gracias y comunicaciones laudatorias; está propuesta por la Junta Provincial para una recompensa especial por sus brillantes servicios docentes. Ha obtenido Medalla y Diploma de primera clase en Exposiciones, y la Medalla de Oro de la ciudad de Zaragoza en recompensa a su excelente labor profesional. Tomó parte como vocal en oposiciones y coadyuvó en exposiciones, conferencias, fiestas escolares.

Se jubiló en 1930, a los 67 años, sin cumplir la edad reglamentaria, por motivos de salud. En ese momento era la directora del Gascón y Marín.

He cumplido 67 años y la gente dice: doña Eulogia, se conserva muy bien. Y es que muchos de los que me conocen creen que tengo bastantes más años. ¡Qué se le va a hacer!

Doña Eulogia. Por Juan Moneva

Juan Moneva y Puyol (1871-1951), catedrático de Derecho de la Universidad de Zaragoza, fue un escritor de prestigio. Si tenemos en cuenta que don Juan no se prodigaba en este tipo de alabanzas, debió ver grandes virtudes en doña Eulogia. Por razones de espacio, solo reproduzco algunos fragmentos y he omitido el signo convencional (…) de corte, para facilitar la lectura. En ningún caso los fragmentos quedan descontextualizados.

Mi primera memoria de maestras y maestros de la escuela pública de Zaragoza son doña Estefanía Castaños, aragonesa, notabilidad en su tiempo, pensionada por la Diputación. Don Epi- y doña Boni-, él –fanio y ella –facia, abnegada conyugia, que consumió su vida en educar párvulos. Doña Eugenia Azcoaga y Tellería, baska, creo que bergaresa, de faz sin pizca de hermosura, pero que se le iluminaba frecuentemente con una sonrisa de santidad y de una voz dulce, como acaso no he oído otra. La infeliz Paca Carnicer, si es infeliz quien muere joven, aunque muera piadosamente.

Doña Eulogia, si no de mis años, pues tenía algunos más que yo, era contemporánea mía. Del Roncal, su patria, en donde había usado el traje bello y rico, de las mujeres de allá, y el peinado de trenzas largas atadas al final con cintas de colores. Vino muy pronto a Zaragoza, maestra por oposición de una escuela pública. La señalaban como sobresaliente en su carrera. Desde las primeras veces que hablé con ella, noté que tenían razón.

No recuerdo dónde fue su primera escuela, ni cuándo se casó, sí cuándo tuvo cada crío, que hoy una es docente de Magisterio y otros dos son doctores. Ni me interesan esos datos del registro parroquial o civil. Voy a hablar aquí de cómo era, de cuerpo y alma. Pero, sobre todo, de aquello suyo que no perece, porque es inmortal.

Era alta, lo más que sirve para realzar la gallardía de una figura robusta en proporción. Erguida, de faz en óvalo prolongado, grandes ojos serenos, buen color, andar tranquilo, el decir como el andar, y una seguridad en los conceptos muy conforme a su andar y a su decir.

No era una purista del decir. Sabía hablar gratamente, correctamente, sin poner aristas vivas en las palabras esdrújulas, sin propender a los polisílabos eruditos, sin sacar el armario reservado de la Gramática los exotismos de algunos verbos irregulares. Y precisamente aquella señora era una especialista en Gramática.

Yo la traté mucho y en intimidad. Nunca la noté asustada por una osadía de concepto, ni deslumbrada por una frase brillante. Contestaba siempre tranquila, siempre a tono, cuando no con razones teóricas con atestados de experiencia.

Presencié su jubilación De aquella sesión recuerdo el discurso, todo emoción y afecto bondadoso de la inspectora Leonor Serrano.

Supe tiempo después, como el cuerpo de mi compañera y amiga era trabajado por una enfermedad horrible. (Cfr. La Voz de Aragón, 1932)

El Colegio Gómez Lafuente

En 1858, en la esquina con la antigua calle de la Golondrina se abrió la primera escuela de niñas del barrio, llamada de la Golondrina, dirigida por Antonina Vicente. Posteriormente la dirigió Eulogia Lafuente Querejeta (1863-1932), una eminente maestra que, junto a su marido Pedro Gómez Cuartero (1857-1943), dan nombre a la escuela desde 1933. Hablamos del centro de educación de personas adultas Gómez-Lafuente.

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Ana Mayayo Salvo, “Doña Anita” (San Telmo, Argentina, 1880-Zaragoza, 1968).

Ana Mayayo

Ana era la cuarta de los siete hijos de Andrés Mayayo Aguirre (Layana, 1832-Layana, 1905) y Ana Salvo Aguerri (Sádaba, 1845-1914), que emigraron a .Argentina como muchos de las Cinco Villas.  Los hermanos fueron; Guadalupe, Esteban, Candelaria, Ana, Teodoro, Andrés y María. Ana y los tres pequeños fueron bautizados en San Pedro Gonzales Telmo, San Telmo, Distrito Federal de Argentina, y fallecieron en Zaragoza.

Su hermana Guadalupe (Layana, 1862-Buenos Aires, 1895), se había casado en 1883 con Tomás García Rubio (Covaleda, Soria, 1849-La Coruña, 1932), con residencia en Zaragoza.  Esteban (Layana, 1870 -Rivas, Ejea de los Caballeros, 1916) se casó con Ana Aznárez. Candelaria  nació en Layana, la bautizaron en San Telmo y falleció en Zaragoza, donde era religiosa del Convento de Jerusalén. Teodoro (San Telmo, 1885 -1936) se casó con Manuela Abós Génova. Andrés y María..

Ana Mayayo nació en 1880, pero no fue bautizada hasta el 12 de marzo de 1882. Se cas con Pablo Punsac Cansi (1878-1933), Causi en algunos documentos, un comerciante, delegado de La Ibérica, una firma de seguros de incendios, que en 1910 ya estaba instalado en Zaragoza, en la calle San Carlos. En 1903, Pablo era alumno de la Escuela de Arte de Zaragoza y fue premiado en el Taller de Fotografía.

Ana y Pablo vivieron en la calle Cinco de Marzo, 4, y tuvieron tres hijos: María, Teresa (1915-1998) y Jesús (¿?-1975). Su hija María se licenció en Letras en 1935 y en 1938, la hermana María Punsac del Sagrado Corazón de Jesús, profesó en las hermanas Carmelitas de la Caridad. Su hija Teresa desde 1941 hasta su jubilación fue bibliotecaria de la Universidad de Zaragoza. Teresa Punsac Mayayo, a los licenciados de mi generación, nos inculcó el amor a los libros y nos enseñó las sendas de la investigación.

Pablo Punsac Causi

La Voz de Aragón, 28/12/1933

Trayectoria profesional

Ana Mayayo obtuvo el título de Maestra Superior en la Escuela Normal de Maestras de Zaragoza a los diecisiete años. Desde 1902 hasta 1907 estuvo destinada en Zaragoza. En 1907 se trasladó a Madrid y en 1909 regresó a Zaragoza.

En esos años obtuvo el título en la Escuela de Estudios Superiores de Magisterio de Madrid, donde se formaban los profesores de las Escuelas Normales y los Inspectores. En 1913 la nombraron directora del grupo escolar Los Graneros, así llamado por ocupar el antiguo almudí de la ciudad. En ese edificio está hoy el centro de personas adultas Concepción Arenal.

En 1923 pasó a dirigir  la escuela aneja a la Normal de Maestras. En 1929 también le adjudicaron la de los chicos cuando se quedó vacante. Y fue directora de las dos anejas hasta su jubilación en 1950. Como reunía la doble condición, maestra nacional y profesora de Escuela Normal, demostró una extraordinaria valía como directora de las escuelas anejas, donde tenía que enseñar a los niños y formar a las maestras en prácticas.

Otros cargos

Formó parte de la Junta Municipal de Primera Enseñanza. Desde allí impulsó el ropero escolar, la cantina y las colonias escolares. Como presidenta de la Asociación de Huérfanos de Magisterio, en los años 40, consiguió la construcción del Colegio de Huérfanos de Nuestra Señora del Pilar, edificio en el que hoy está el Instituto Miguel Catalán.

Ana Mayayo fue la “Habilitada” de Magisterio para los partidos de Sos, Ejea y La Almunia. En su época la figura del habilitado era muy importante. El habilitado, un intermediario con la administración, pagaba las nóminas a los maestros en las cuestiones económicas. Además, el habilitado en clases pasivas asesoraba y tramitaba las pensiones. En esta cuestión, los maestros estaban organizados por distritos judiciales y cada distrito tenía su habilitado, que era un cargo electivo y requería una preparación específica. En 1957 Ana Mayayo fue destituida porque se retrasó en el pago a algunos maestros. (Cfr. BOE, 03/06/1957)

Colegio Ana Mayayo

Se llama así desde 1969 el grupo escolar del Parque Palomar. Es el primero que se construyó después de su muerte. En el obituario que le dedicó Pedro Orós solicitaba que se pusiera su nombre al primer Grupo escolar que se construyera en Zaragoza.

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Patrocinio Ojuel Pellejero (Zaragoza, 1877-1961)

Patrocinio Ojuel. 2

Mi abuela paterna, Patrocinio Ojuel, era maestra especializada en párvulos. Estudió en Francia y se trajo, entre otras cosas, el método Montessori. No te dabas cuenta de que estabas leyendo y a los tres años lo encontrabas tan natural como hablar, reír o llorar. (Cfr. Guillermo Fatás Cabeza, Pregón de la feria del libro de Zaragoza, 2013).

Guillermo y su yaya Patro

Mi abuela era una maestra fantástica. Ignoro cómo, pero había logrado estudiar en Nantes, de soltera. Nació en 1877 y en alguna foto que hay por casa parece que tendría como veinte años. Su padre, José Ojuel, era médico y no tuvo más que hijas de su mujer, Juana Pellejero. Imagino que intentó darles una buena educación, más allá de la consabida “cultura general” con la que se adornaba a las jovencitas de clase media. No sé cómo lo hizo, porque yo no tenía conciencia de estar aprendiendo nada, pero a los tres años me había enseñado a leer y a contar. Ella debía de tener unos setenta, era el colmo de la dulzura y de la paciencia. Tenía buen humor, hacía bromas, cantaba canciones muy graciosas y tocaba el piano. Ejerció muchos años como maestra especializada en párvulos, Insistía mucho en que se dotase a las aulas de mobiliario adecuado, móvil, para poder adaptarlo según momentos del día y del año, variar la disposición de los peques para que no se cansasen por la rutina, dar la clase en el exterior si hacía buen tiempo.

La Montessori era solo un poco mayor que mi abuela Patrocinio Ojuel, se llevaban unos siete años, así que la yaya Patro fue muy pionera, debió de enterarse enseguida de esa renovación. La Montessori empezó a ser famosa hacia 1910, o cosa así. Lo que no sé es dónde conectó la abuela con esas enseñanzas. (Entrevista a Guillermo Fatás Cabeza. Por Juan Domínguez Lasierra)

De su familia

José Ojuel Vela (1848-1908) médico y propietario y Juana Pellejero (¿?-1906) tuvieron varias hijas: Encarnación (¿?-1955), Pilar (¿?-1958) y Patrocinio (1877-1961). En 1874, don José ejercía en el hospital del Burgo de Osma, pero en 1892, ya estaba instalado en Zaragoza en la calle Cerdán, 10.

Patrocinio se casó con Guillermo Fatás Montes (1869-1940), también maestro. Vivieron en la calle Ramón y Cajal, 38. Precisamente en la escuela de esa calle ella ya era directora de la Escuela de Párvulos en 1908, es decir, antes de que aparecieran los grupos escolares. Y su marido fue director del grupo Escolar Ramón y Cajal desde 1913 hasta 1919, que pasó a dirigir el Gascón y Marín. Su hijo Guillermo (1919-1989) fue un destacado fotógrafo y director de cine, que en 1967 se quedó incapacitado por una operación quirúrgica. Su hija María, en 1941, como única heredera en este derecho, solicitaba la fianza que su padre prestó para garantizar su cargo de habilitado. (Cfr. BO, 02/11/1941)

De su profesión

En 1895 obtuvo el título de maestra en la Escuela Central de Maestros de Madrid. Además, se formó en Nantes donde aprendió el método Motessori.

En 1897 aprobó las oposiciones y le adjudicaron una escuela de Zaragoza. Justo al año siguiente también llegó a Zaragoza el que después sería su marido. En 1900, con menos de dos años de servicios, había aprobado dos oposiciones y tenía varios votos laudatorios.

Directora de la Escuela Maternal de Zaragoza

Este centro se había creado en 1896 en la plaza de la Libertad, donde había escuelas de primera enseñanza. Muchas maestras de las escuelas municipales se ofrecieron a dar clases gratuitas. Eran estudios de dos años. Desde el principio se encargó de dar las clases de francés Patrocinio Ojuel. María Díaz se ocupó de la caligrafía y dibujo. D. Dehesa, maestra de escuela privada, daba Régimen, gobierno y economía de la familia. Y la maestra Avelina Roque, costura, remiendo y bordado.

La directora de la Escuela Maternal de Zaragoza, doña Patrocinio Ojuel nos remite la siguiente nota: Queda abierta la matrícula de esta escuela en los locales de la de párvulos de Ramón y Cajal, todos los días laborables de 10 a 12 hasta el 22 del actual. Podrán ingresar como alumnas las jóvenes mayores de 12 años que posean los conocimientos de la primera enseñanza.

La tendencia de este centro es procurar la cultura necesaria a toda mujer, y muy especialmente a las madres, para dirigir la educación y la instrucción de los niños de 2 a 6 años. Serán pues objeto preferente de estudio la higiene infantil y demás enseñanzas, ya teóricas, ya prácticas, relacionados con la vida de los niños. Al terminar estos estudios las alumnas tendrán derecho a solicitar de la administración un certificado de aptitud que justificará su competencia para dedicarse al cuidado de la infancia. (Cfr. La Voz de Aragón, 15/12/1931).

La cantina de la Escuela Maternal

Ojuel. Cantina. 1

Hoy queda clausurada la cantina de la escuela maternal que funciona en el grupo de Ramón y Cajal. Ha sido servida con esmerado cariño por la bondadosa maestra señora Cruz y bajo la dirección de la cultísima y competente directora, doña Patrocinio Ojuel.

No puede pasar desapercibida esta escuela maternal y debe ayudarse a su directora con locales a propósito para que pueda desarrollar con menos esfuerzo todo su afán y todos sus desvelos que, en unión de sus jóvenes maestras, manifiesta para el bien de estas tiernas criaturas que algunas no han cumplido los cuatro años. (Cfr. La Voz de Aragón, 01/07/1931)

En 1932 doña Patrocinio dejó de ser la directora de la Escuela Maternal, que pasó a depender del grupo Joaquín Costa. La nueva directora fue Carmen Mayayo Borbón que, a su vez, era la directora de graduada de niñas y de la escuela de párvulos del Costa. Pedro Arnal Cavero dirigía la graduada de niños.

Parvulario de Santa Isabel; Patrocinio Ojuel

En mayo del año 2019 se puso el nombre de Patrocinio Ojuel al parvulario del barrio de Santa Isabel que pertenece al grupo escolar Guillermo Fatás Montes.

Se aprovechó la celebración del cincuenta aniversario del grupo escolar para unir los nombres de Guillermo Fatás Montes y Patrocinio Ojuel Pellejero, que a principios del siglo XX estuvieron juntos en las escuelas de la calle Ramón y Cajal, Guillermo como director del grupo escolar y Patrocinio como directora del parvulario, hasta que el año 1919 Guillermo pasó a dirigir el Gascón y Marín.

¡Al fin, como al principio!

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Andresa Recarte y Amezqueta (Villafranca de Navarra, 1834-Madrid, 1923),

Doña Andresa Recarte, —Andresa, en habla de Aragón, como Miguela, solo aquí las hay—, figura un tanto apaisada por su mediana estatura, la falda amplia y el mantón poco ceñido de las señoras formales de su tiempo. Sentada producía la impresión y el respeto de una buena imagen de Santa Ana. Y hablando no desmerecía eso. (Cfr. Figuras zaragozanas. Por Juan Moneva y Puyol, 1932)

De su familia

Era hija de Esteban Recarte y Josefa Amezqueta. En 1875, durante la Tercera Guerra Carlista, su hermano Cándido y otros vecinos de Caparroso enviaron hilas para socorrer a los heridos. Era el año que Julio Lacambra, un reconocido carlista y  marido de Gregoria Brun, fue hecho prisionero.

Andresa Recarte casó con Santiago Díaz García (1844-1898) y establecieron su vivienda en la Plaza del Pueblo, 9, hoy Plaza del Carmen.

Ha fallecido en Zaragoza el digno empleado de la Diputación Provincial don Santiago Díaz y García esposo de nuestra distinguida amiga y compañera doña Andresa Recarte, regente de la escuela Normal de Maestras. Era auxiliar de contaduría y encargado del negociado de apremios. (Cfr. El Diario de Huesca, 21/07/1898. Y El Magisterio Español, 02/08/1898).

Andresa se jubiló el 8 de agosto de 1890. (Cfr. HMZ, La Consecuencia, 20/11/1891)

Con motivo de su defunción, el 13 de noviembre de 1923, el diario La provincia publicó una nota del Ayuntamiento de Zaragoza.

Recuerdo a una maestra. Pasado mañana se celebrará una misa en sufragio de doña Andresa Recarte, figura relevante del Magisterio zaragozano. El Ayuntamiento le dedica este recuerdo a tan benemérita maestra, a cuyo acto invitó  el alcalde a todos los profesores de Primera Enseñanza.

En 1896 su hija Luisa Díaz Recarte, natural de Villafranca (Navarra), aprobó las oposiciones en Zaragoza y fue nombrada maestra del patronato de beneficencia de Maquirriain. (Cfr. El Aralar, diario católico fuerista, 02/06/1896). En 1899 se trasladó a Escuela Normal Guadalajara y en 1900 a la de Guipúzcoa.

En 1912, su hijo Santiago Díaz Recarte era maestro de Tudela.

De su profesión

Obtuvo los títulos de Maestra Elemental y Superior en Pamplona. Comenzó de maestra en Falces y en 1876 estaba en Villafranca, su pueblo natal, cuando consiguió una plaza de maestra en Zaragoza. Ese mismo año, durante unos meses, sustituyó a Gregoria Brun Catarecha en el cargo de directora de la Escuela Normal.

En 1880 llegó a la escuela aneja de la Normal de Maestras de Zaragoza. En 1886 se presentó a las oposiciones para directora de la Escuela Normal de Zaragoza, pero las ganó Encarnación del Águila Sánchez.

Se han presentado a las oposiciones para directora de la Escuela Normal de Maestras de Zaragoza, doña Andresa Recarte, doña María del Remedio Torroella Prats, doña María Diáz y doña Encarnación del Águila. (Cfr. La unión. Periódico de Primera Enseñanza, 28/03/1886).

Andresa fue regente de la escuela de prácticas de la Normal desde 1880 hasta su jubilación en 1904.

La regente de la escuela de prácticas, Andresa Recarte, era la única persona con una formación y unas prácticas calificadas de innovadoras. (Cfr. Agulló Díaz, Carmen y Molina Beneyto, Pilar: Antonia Maymón, anarquista, maestra naturista, 2014, Virus Editorial, p. 18)

Además de ser regente de las escuelas anejas, dirigía una escuela en su propia casa:

Hoy a las diez de la mañana habrá finalizado el primer ejercicio práctico de la escuela pública de niñas que dirige doña Andresa Recarte, situada en la plaza del Pueblo. (Cfr. La Crónica, Huesca, 29/09/1892)

En 1892, era la única mujer en la Junta de las Conferencias Pedagógicas que organizó la Escuela Normal de Maestras de Zaragoza. Y su actuación fue muy aplaudida.

A las nueve y media disertará doña Andresa Recarte y, como es tan conocida y tan ilustrada maestra, puede asegurarse que la concurrencia será muy numerosa, no solo de profesores sino de las personas que se interesen por la educación de la niñez. La conferencia, que se referirá a las labores, llamará, sin duda alguna, la atención de las señoras. (Cfr. La Crónica, Huesca, 26/08/1892)

En 1898, el Ayuntamiento premió a Andresa Recarte Amezqueta, a don Marcelino López Ornat y a doña María Díaz Lizardi, tres maestros que se distinguieron por sus resultados en la enseñanza. Recibieron los premios en sus escuelas con la presencia de los alumnos.

De la escuela aneja Andresa Recarte al Colegio Recarte y Ornat

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El Colegio Recarte y Ornat se formó con la fusión de las dos escuelas anejas, en las que se hacían las prácticas de la Escuela de Magisterio. La escuela femenina se llamaba Andresa Recarte, que había sido regente. La escuela masculina se llamó Marcelino López Ornat (1848-1923), un maestro muy reconocido en la ciudad. Cuando se unificaron las dos escuelas anejas, conservaron los apellidos de estos dos maestros renovadores. Con el nuevo nombre se encubrieron las figuras de dos grandes figuras de la enseñanza zaragozana.

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En nuestro libro Paseos por la Zaragoza de las mujeres, damos cuenta de las maestras que han dejado alguna huella en nuestra ciudad. Allí y en La Zaragoza de las mujeres, recogemos once calles dedicadas a maestras. Están todas en los barrios, donde hasta fechas muy recientes seguían las escuelas unitarias. Es decir, todos los niveles en la misma aula y con un maestro o una maestras.

Con las placas de las calles los vecinos quisieron reconocer la labor de unas maestras que, además de enseñar a las niñas, dinamizaron la cultura y prepararon a muchas alumnas para que  pudieran acceder a estudios superiores.

A continuación, como un nuevo homenaje, las nombro a ellas y los barrios en los que están sus calles.

En el Actur, Pilar Cuartero Molinero. En el Arrabal, Matilde Sangüesa Castañosa, En Garrapinillos, Águeda Centenera Gómez. En Juslibol, Pilar Figueras Talamas y doña Manolita Marco Monge. En Montañana, María Teresa Giral Pérez, En Movera, Pilar Almenar Bases y Pilar Gea García. En el Picarral, María Sánchez Arbós. Y en Santa Isabel, Agustina Rodríguez Rodríguez y Avelina Tovar Andrade.

Este fenómeno no se repitió en el centro de la ciudad, donde en 1913 se pasó de las escuelas unitarias a las graduadas, es decir, se graduó la enseñanza.

En las unitarias los niños de todas las edades estaban juntos con un solo maestro o una sola maestra.  En las escuelas graduadas los alumnos, como ahora, se agrupaban por cursos o grados.

Había escuelas graduadas de niños, con un director, y escuelas graduadas de niñas, con una directora. Y comenzó la costumbre de bautizar a los grupos escolares con los nombres de los directores y de los hombres ilustres. Entre ellos, en cien años, solo siete directoras se han hecho un hueco en Zaragoza.

Eulogia Lafuente Querejeta, Rosa Arjó Pérez, Andresa Recarte.Amezqueta, María Díaz Lizardi, Ana Mayayo Salvo, Gloria Arenillas Galán y Patrocinio Ojuel Pellejero.

De esas siete, el nombre de María Díaz ha desaparecido. Y los de Eulogia Lafuente y Andresa Recarte están escondidos en su apellido. Es más, cuando nos referimos a los grupos Gómez Lafuente y Recarte y Ornat, muchos piensan que son los dos apellidos de un maestro.

El colegio de Rosa Arjó, a pesar de los avatares del edificio, mantiene su nombre.

La conclusión es demasiado evidente. Sabemos que el caso de Zaragoza no es único y que la enseñanza fue, y es, una profesión feminizada. Y que sobre las maestras pesó, y aún pesa, un grueso techo de cristal

Carmen Romeo Pemán

PS. La imagen principal: Patrocinio en la escuela de Párvulos Ramón y Cajal, la he tomado del Museo pedagógico de Aragón.

Santa Isabel, el barrio con más calles de mujeres

A mediados de marzo Vanesa Rodríguez Pascual y Mar Hevia Díaz nos invitaron a presentar nuestro libro La Zaragoza de las mujeres en el club de lectura del Centro Cívico. Y allí fui con Inocencia Torres y Concha Gaudó. Pero no pudieron acompañarnos ni Gloria Álvarez ni Cristina Baselga, las otras dos autoras.

Mar Hevia, la bibliotecaria, nos guardaba una sorpresa. Nos esperaba con Pilar Almenar Bases, una maestra nacida en Santa Isabel, que tiene dedicada una calle en el cercano barrio de Movera. No podía comenzar nuestro encuentro con mejor augurio. De la mano de Mar y de Pilar, y con la animada participación de los tertulianos, hablamos y hablamos de las calles con nombres de mujeres y de mucho más. Sobre todo de la activa participación de las mujeres en la vida socio cultural, animadas por la Asociación de Mujeres Río Gállego, que desde el año 2010 tiene dedicada una calle.

El caso de Pilar Lapuente

La intensa y extensa conversación comenzó por nuestros primeros pasos hacia lo que acabó siendo La Zaragoza de las mujeres. Les contamos que empezamos haciendo una lista con las calles dedicadas a las mujeres y que nos parecía que esos inicios iban a ser pan comido, pero que enseguida surgieron las dificultades.

Los callejeros al uso escribían las iniciales en lugar de los nombres propios completos. Y nos surgían preguntas de este tipo: «¿Quién se esconde detrás de una P?» Pues nada más ilustrativo que el caso de Pilar Lapuente, una profesora universitaria, nacida en Santa Isabel.

Pilar Lapuente

Pilar Lapuente Mecadal, 1959.

En unos callejeros encontrábamos P. Lapuente y en otros Pedro Lapuente. Un día, por casualidad, alguien nos comentó que hacía unos años que le habían dedicado una calle a Pilar Lapuente. ¿Cómo era posible que en Zaragoza no se le hubiera ocurrido a nadie que detrás de una P había más Pilares que Pedros? Así comenzamos una búsqueda, casi policial, hasta que llegamos a Pilar. Cuando le contamos nuestras aventuras, nos respondió que ella tuvo que escribir varias veces al Ayuntamiento hasta que logró que apareciera su nombre.

Pilar Lapuente estuvo muy dispuesta a colaborar con nosotras y nos escribió su biografía, en la que resaltó que pertenecía a la familia de los Esquiladores. También hablaba de sus logros académicos y del orgullo que sintieron sus vecinos cuando le concedieron una medalla de joven investigadora. Tanto que insistieron en que le dedicaran una calle.

El magisterio de Agustina Rodríguez

Pilar Almenar se llenaba de gozo cada vez que hablaba de su maestra, Agustina Rodríguez, que había nacido en una familia de labradores de un pueblo de Zamora. Después de varios destinos, llegó a Santa Isabel donde se jubiló.

Agustina Rodríguez

Agustina Rodríguez, 1915.

En el año 1948 Agustina Rodríguez obtuvo el traslado a Santa Isabel. Cuando llegó no tenía local para dar clases ni tampoco vivienda. Construyó, con su marido, una casa escuela y la alquiló al Ayuntamiento. Dedicaron la planta baja a vivienda y usaron la primera como aula. Agustina fue un ejemplo más de los muchos maestros que dejaron lo mejor de sus vidas enseñando a los niños, aunque para ello tuvieran que realizar actos heroicos que nada tenían que ver con su profesión. Pero es que, además, la labor de Agustina dio grandes frutos. Desde su escuela unitaria preparó a muchas niñas para estudiar bachillerato. Con su buen hacer se convirtió en la maestra carismática del barrio.

El peso de la educación en Santa Isabel

Avelina Tovar

La semilla de Agustina germinó pronto y los vecinos quisieron rendir un homenaje a más maestras en sus calles. Entendieron lo importantes que son las genealogías para que la enseñanza cale en las gentes con buenos resultados. Por eso eligieron dos maestras de dos generaciones anteriores a Agustina.

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Concpeción Gimeno Gil, 1850

Concepción Gimeno Gil, nacida en Alcañiz en 1850, estudió Magisterio en Zaragoza. Ya era una periodista famosa cuando le dedicó un gran elogio a su maestra, doña Gregoria Brun.

Avelina Tovar, una maestra de maestras, nació en Pontevedra en 1878, pero pronto arraigó en Aragón. La labor de esta directora de la Escuela Normal de Huesca fue decisiva para las generaciones siguientes.

Mujeres de otros campos culturales

Ana Belén Fernández

Ana Belén Fernández, 1974

El barrio de Santa Isabel, volcado en la cultura, eligió mujeres significativas de varios campos.

Rosa María Aranda representa a las escritoras aragonesas y Pilar Delgado a las mujeres que se han dedicado al teatro.

Ana Belén Fernández, una joven judoca, es un modelo de deportividad y esfuerzo para los jóvenes del barrio.

La acción y el compromiso social

Rigoberta Menchú

Rigoberta Menchú, 1959

Santa Isabel, un barrio joven y dinámico, se caracteriza por su compromiso social y lo refleja en el nombre de dos de sus calles. Una dedicada a la pacifista Rigoberta Menchú, nacida en Guatemala en 1959,  y otra a la Asociación de mujeres del barrio.

Las santas

En los callejeros tradicionales no faltaban las santas, que eran excelentes modelos de comportamiento para las mujeres católicas. Sus biografías las escribieron varones cultos, casi siempre clérigos, con la intención de exaltar y salvaguardar los valores y las leyes del patriarcado.

Por eso, en La Zaragoza de las mujeres, hemos reescrito sus vidas desde un punto de vista no androcéntrico. Y hemos comprobado que sus modelos siguen siendo válidos, porque advierten de los excesos que se cometieron con ellas y que se siguen cometiendo, siempre por las mismas razones.

Nunilo y Alodia. S. Salvador. Leyre. Yesa. Navarra

Santa Alodia y Santa Nunila. Detalle del retablo de San Salvador. Leyre (Navarra)

Aquí, además de Santa Isabel de Aragón, tenemos a dos santas mudéjares: las hermanas Alodia y Nunila, hijas de un musulmán y una cristiana.

Santa Isabel, princesa de Aragón y reina de Portugal, es la santa por excelencia y el modelo para mujeres mediadoras y pacifistas. El barrio debe su nombre a la estancia que pasó en un palacio de la zona. También le han dedicado una avenida y una urbanización. Y una calle como Reina de Portugal.

Alodia y Nunila fueron dos santas oscenses, nacidas en Adahuesca y martirizadas en Alquézar. Como no aceptaron el matrimonio que les impusieron sus padres, las encerraron en una casa de prostitución, donde se mantuvieron vírgenes. Rechazaron la religión musulmana, que les imponía la ley, y las decapitaron por apostasía. Fueron víctimas de malos tratos y de la intolerancia religiosa. Las castigaron ejemplarmente para que otras mujeres no se rebelaran contra las leyes ni contra los pactos androcéntricos.

Para terminar

En estas líneas me he limitado a subrayar los valores de las moradoras en las placas de las calles de Santa Isabel. Sus biografías ocupan un largo capítulo en nuestro libro La Zaragoza de las mujeres.

Pilar Almenar

Pilar Almenar, 1953

Santa Isabel es el barrio periférico que tiene mayor número de calles con nombres femeninos.

La sensibilización con la cultura y la gran labor social de las mujeres hunde sus raíces en los tiempos de Agustina Rodríguez y creció con sus alumnas. Buen ejemplo es Pilar Almenar, una hija de agricultores, que, como su maestra y como Pilar Lapuente, se esforzó en sacar lo mejor de sí misma y entregarlo a sus alumnos.

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Santa Isabel, 08/06/2019

Como prometimos en nuestra visita de marzo, cuando salió nuestro libro Paseos por la Zaragoza de las mujeres volvimos a Santa Isabel. Ahora el encuentro con las mujeres iba a ser en las calles, haciendo un paseo por las huellas que las mujeres han dejado en los espacios públicos del barrio.

En la plaza de Serrano Berges nos esperaban Vanesa Rodríguez Pascual, de la Junta Municipal, y Mar Hevia Díaz, la bibliotecaria, acompañadas por sus compañeras del club de lectura. Me gustaría nombrarlas a todas, porque ellas fueron la clave del éxito del nuestro paseo, pero no tengo todos sus nombres. Por supuesto, no faltaron ni Pilar Almenar Bases ni Pilar Gea García, dos maestras que ya están inmortalizadas en el callejero.

Desde aquí les doy las gracias. Todas ellas hicieron posible el milagro, todas consiguieron que esa  mañana de junio fuera inolvidable y  entrañable.

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Poco a poco íbamos llegando a la plaza de Serrano Berges

Asistimos Cristina Baselga, Concha Gaudó, Carmen Romeo e Inocencia Torres. Por distintos motivos no pudieron acompañarnos ni  Gloria Álvarez ni Aurora Verón, las otras autoras del libro.

Con paso sosegado y hablar menudo, recorrimos todas las calles, disfrutamos de los olores de una naturaleza primaveral, y nos calentó un sol que ya anunciaba el  verano.

Concha Gaudó dirigía el recorrido. Las otras, es decir, las demás, escuchamos atentas sus explicaciones sobre los tipos de urbanismo que iban apareciendo y sobre la transformación de un barrio de origen rural.  Nos paramos delante de las placas dedicadas a mujeres. En esos momentos de descanso, unas a otras nos quitábamos la palabra en una animada charla de preguntas y respuestas.

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Santa Isabel, 17/06/2019

Y como dice el refrán: «no hay dos sin tres». A los pocos días de presentar Los paseos por la Zaragoza de las mujeresTelevisión Aragón nos propuso participar en la serie La primera mujer, en el capítulo dedicado a las maestras. Y nosotras decidimos grabar nuestra colaboración con las maestras que tienen su protagonismo en Santa Isabel.

¿Por qué elegimos este barrio? Simplemente, porque es un caso paradigmático. En sus calles están representadas todas las generaciones de maestras.

Delante de la placa de Concepción Gimeno Gil (Alcañiz, 1850–Madrid, 1919), maestra, periodista y escritora, leímos un capítulo de su obra La mujer española (1877) en el que alababa a su primera maestra, Gregoria Brun Catarecha (1833-1885), que también fue la primera directora de la Escuela Normal de Maestras y la primera maestra que regentó una escuela del Ayuntamiento. Fue un momento oportuno para hablar de las primeras maestras.

A continuación nos dirigimos a la calle de Avelina Tovar y Andrade (Pontevedra, 1878-Huesca, 1973), una maestra gallega que tuvo gran peso en la formación de las maestras aragonesas. Fue directora de la Escuela Normal de Huesca y estuvo un tiempo en la de Zaragoza.

Y de allí, con paso sosegado, a la calle de Agustina Rodríguez Rodríguez (Quintana de Sanabria, pedanía de Coberos, Zamora, 1915-Barcelona, 2008), de la generación siguiente a la de Avelina. De la vida de Agustina y de su significado en el barrio nos habló Pilar Almenar. Ella y Pilar Gea nos acompañaron durante todo el recorrido.

Pilar Almenar Bases, nacida en Santa Isabel en 1953 y Pilar Gea García en Zaragoza, en 1953, son dos maestras que representan a las nuevas generaciones y que tienen dedicadas sendas calles en el barrio de Movera, muy cercano al de Santa Isabel.

Acabamos la grabación con una visita al parvulario que, desde mayo, lleva el nombre de Patrocinio Ojuel Pellejero (1876-1961), la primera parvulista que introdujo el método Montessori en Zaragoza. El parvulario pertenece al grupo escolar Guillermo Fatás Montes (Huesca 1869-Zaragoza, 1941), el que fue marido de Patrocinio y que que tiene dedicado el grupo escolar desde hace cincuenta años.

A medida que íbamos hablando de las maestras de Santa Isabel íbamos recordando a las de sus mismas generaciones. A otras que, como ellas, se habrían merecido placas en las calles y en las escuelas.

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De izquierda a derecha: Mar Hevia Díaz, Vanesa Rodríguez Pascual, Encarna Nuez García, Pilar Gea García, Concha Gaudó Gaudó, Carmen Romeo Pemán, Inocencia Torres Martínez, Cristina Baselga Mantecón y Lidia Pérez Oliveros.

Terminamos nuestra visita en la plaza de Serrano Berges, donde la habíamos comenzado, con las siguientes consideraciones.

En los barrios de Zaragoza se han dedicado once calles a maestras de escuelas unitarias. A unas maestras que además de enseñar a las niñas, prepararon a muchas jóvenes para que salieran a estudiar y animaron la vida cultural de los barrios.

En el centro de la ciudad no se han dedicado calles a las maestras, porque desde que en 1913 comenzaron a desaparecer las escuelas unitarias, las maestras pasaron a formar parte de los claustros de los grupos graduados, su función social cambió y perdieron el protagonismo.

Hasta 1914 las escuelas unitarias llevaban el nombre de la calle en la que se ubicaban. Pero ese año comenzó la costumbre de dar un nombre propio a los grupos escolares. Y se eligieron nombres de maestros famosos, como Marcelino Lopez Ornat o Cándido Domingo.  Otras veces se prefirió el nombre de algún personaje célebre, como Gascón y Marín.

Al lo largo de cien años, solo seis maestras, todas directoras, han merecido el nombre de un grupo escolar. Andresa Recarte Amezqueta, Eulogia Lafuente Querejeta, María Díaz Lizardi, Rosa Arjó Pérez, Ana Mayayo Salvo y Gloria Arenillas Galán. A ellas se suma desde este año Patrocinio Ojuel Pellejero.

Todas se merecen que hablemos de ellas con más detenimiento en una nueva ocasión.

Carmen Romeo Pemán

Enlace para entrar al capítulo «Las primeras maestras» de la serie «La primera mujer» en TVA.

http://alacarta.aragontelevision.es/programas/la-primera-mujer/cap-6-mujeres-maestras-14072019-1311

 

Amparo, la burrera

De las fragolinas de mis ayeres

“La letra con sangre entra”

Acañices. Grupo de niñas

Grupo de niñas de Aliste.

Cuando se murió el último dulero, el que llevaba a pastar las cabras de todos los vecinos del pueblo, las chicas convertimos el corral de la dula en el lugar secreto de nuestros juegos. Allí guardábamos los trozos de vasijas rotas, en los que hacíamos las comiditas, y las muñecas de trapo que nos cosían nuestras madres. A las cinco en punto se acababa la escuela y nosotras corríamos a nuestras casas a buscar la merienda. A continuación, sin perder tiempo, bajábamos por la parte trasera del pueblo a nuestro dominio. Lo primero que hacíamos era comprobar si nuestros juguetes seguían como los habíamos dejado el día anterior.

En esas fechas estaban construyendo la carretera de El Frago a Biel. Con las obras llegaron muchas familias con hijos y se alojaron en corrales y parideras. Un día nos encontramos con que una familia de burreros había ocupado el corral de las Eras Badías, donde teníamos nuestro escondite. Delante de la empalizada había dos grandes reatas de burros con serones, en los que transportaban la grava del río a la carretera. Un poco apartadas, en medio de una era, unas niñas jugaban con nuestras muñecas y con unos pucheritos de barro que habíamos comprado en un mercadillo de la plaza, a cambio de hierros que habíamos recogido por los caminos.

Al día siguiente llegamos a clase dispuestas a contarle nuestras desdichas a la maestra, que daba la casualidad de que además era mi madre. Pero doña Asunción entró con una niña nueva de la mano y no nos escuchó. Sin darnos tiempo a que le habláramos de nuestras trapacerías, nos la presentó:

—Mirad, esta chica se llama Amparo. Supongo que ya la conocéis porque lleva más de una semana viviendo en El Frago. Desde hoy vendrá todos los días a la escuela. Y vosotras, las pequeñas, tenéis que ser sus amigas.

También nos pidió que jugáramos con ella y que le dejáramos nuestros muñecos. Como vio que hacíamos muecas y momos, se dirigió a mí y me dijo con un tono muy enérgico:

—Esto es una orden.—Se volvió a las de la mesa de al lado—. No quiero ver más gestos en vuestras caras.

Yo bajé la cabeza sin rechistar porque, aunque era mi maestra y mi madre, no pensaba hacerle caso, que lo primero eran mis amigas.

Así continuamos unos días. Amparo llegaba a clase a la hora en punto. No quería estar con nosotras cuando íbamos a esperar. Es que no le hablábamos ni jugábamos con ella, es más, siempre que podíamos le propinábamos algún empujón y les decíamos a los chicos que no fueran con su hermano. Pero ellos pasaban de nosotras. Jugaban con el hijo de los burreros y él, a cambio, los dejaba montar en los serones cuando iban de vacío a buscar la grava.

Aún no había pasado una semana desde la regañina de la maestra, cuando se presentó la madre de Amparo en la escuela. Abrío la puerta y, sin entrar, en voz alta, de forma que todas pudiéramos oírla bien, le dijo a la maestra que su hija no quería venir a clase y que por las noches no paraba de llorar. Que no estaba dispuesta a que se repitiera lo mismo que en otros pueblos en los que habían estado antes. Que en El Frago las cosas aún pintaban peor porque entre las niñas que más se metían con su hija estaba yo, que manipulaba a las demás, aprovechándome de que era la hija de la maestra.

—Vengo a pedirle que usted haga algo. —Se dirigió a doña Asunción, sin dejar de mirarnos—. Si esto no se arregla por las buenas, tendré que decírselo al alcalde.

La maestra se puso de pie y la escuchaba con atención. Le temblaban las manos y se le vidriaron los ojos. Para que no le notáramos los nervios, cogió la regla que tenía encima de la mesa y comenzó a agitarla. Y con una voz enérgica se dirigió a nosotras, las más pequeñas.

—¿Se puede saber por qué no queréis jugar con Amparo?

Se hizo un silencio total. Como ninguna contestaba, repitió la pregunta. El mismo silencio. Noté que el calor me subía por la nuca y que todas las miradas se dirigían a mí. La maestra seguía preguntando. A mí me faltaba la respiración. De repente, me levanté y con voz serena le respondí:

—No se empeñe usted, doña Asunción, que no le pensamos hablar, ni jugar con ella. —Mis amigas levantaban el dedo gordo con disimulo y yo me envalentoné—. Al fin y al cabo es una burrera. Y nosotras no estamos dispuestas a ir con burreras.

No sé de dónde sacó aquella fuerza. Sin encomendarse a Dios ni al diablo se acercó a mi mesa y comenzó a golpearme en la cabeza con la regla que llevaba en la mano. Dejó de pegarme y me volvió a preguntar:

—¿Jugaréis con Amparo?

—¡No! ¡Y no! —Le contesté como cuando me daba una rabieta en casa.

Me lo preguntó varias veces y le respondí lo mismo. En uno de los nuevos golpes se le rompió la regla y con las astillas me hizo una brecha. Cuando vio que me salía sangre les dijo a dos chicas de las mayores.

—Llevadla a que la cure el practicante. Si hace falta que le dé un par de puntos. Luego acompañadla a su casa y quedaos con ella hasta que acabe la escuela.

Yo no sé qué pasó en la escuela cuando yo me fui. A mí me dio cinco puntos el practicante y me dejó una señal que toda mi vida he intentado ocultar con un flequillo. Con ayuda de las chicas mayores, me metí en la cama. No podía controlar los temblores de las piernas. Mi madre se había pasado y esa brecha de mi frente iba a ser el recuerdo permanente de que estábamos en guerra.

—No, no y no. Nunca se lo perdonaré. —Grite con rabia.

A mí no se me había calmado la rabieta cuando, pasadas las cinco, todas mis amigas vinieron a verme con Amparo. Me traían los juguetes que habíamos guardado en la paridera.

—Doña Asunción tiene razón —dijo una de la que nos burlábamos muchas veces por su cojera de la polio.

Al final, un poco a regañadientes, yo le regalé la mejor de mis muñecas a Amparo. Y desde ese momento ya no volvímos a llamarla la burrera.

Mi madre, o mi maestra, no sé cuál de las dos o si las dos a la vez, se quedó en un rincón observándonos en silencio con una sonrisa y yo me sentí derrotada. Pero puder ver que Amparo tenía unos ojos verdes, muy verdes, que le iluminaban toda la cara. Muchos años después pensé que su tez morena y su pelo ensortijado inspiraron los mejores cuadros de Julio Romero de Torres.

Plaza del Mercado Uncastillo. Años 30

Plaza de Uncastillo, en las Cinco Villas Aragonesas, Postal antigua.

Carmen Romeo Pemán

Dando voz a la mujer rural

Banco-para-velas

Banco con el que las mujeres llevaban velas a la iglesia.

Con mis relatos sobre El Frago y las Cinco Villas quiero sumar mi voz a la de otras portavoces de nuestras antepasadas.

El año 2018, en Zaragoza, sin ir más lejos, Mercedes Bueno, Francisca Vilella y Mari Luz Hernández recrearon las vidas de muchas mujeres rurales. Gracias a ellas, y a otras como ellas, vamos recuperando la historia, las vivencias y los sentimientos de abundantes mujeres anónimas.

Desde que era niña conviven conmigo las que hoy llamo las fragolinas de mis ayeres. Unas mujeres sin voz, que fueron los pilares y el sostén de muchas familias. A casi todas las conocí en mi infancia y su trajín se me quedó adherido a mi memoria para siempre. A unas las recuerdo amasando en el horno. A otras lavando en el río o entrecavando en los huertos. Y me pasaba horas muertas contemplando a las que hilaban. Lo hacían con tanta pericia y tan deprisa que no les veía el huso en las manos.

Todas juntas llenaban la vida El Frago, y de todos los posibles “fragos” dispersos por una España hoy casi despoblada. Estas mujeres dieron vida a la España rural, a esa que Sergio del Molino llamó la España vacía.

Hace unos años decidí ponerles nombre y dejarlas hablar en mis relatos. Hoy se sienten tan a gusto que casi no las puedo hacer callar.

Mercedes Bueno Aladrén hace visible el trabajo femenino

Exposición de invisibilidad femenina.Mercedes Bueno puso en escena los aspectos más importantes del trabajo de las mujeres rurales con su exposición La invisibilidad del trabajo femenino en el mundo rural. Estuvo abierta al público en La Puebla de Alfindén, en la finca de La Alafranca, del Palacio de los Marqueses de Ayerbe, desde el 6 de octubre hasta el 14 de diciembre de 2018.

Mercedes las retrataba a través de los objetos que usaban en sus quehaceres domésticos. Como diría algún profesor de literatura, utilizaba una metonimia muy eficaz. Los objetos se completaban con un vídeo en el que muchas de ellas contaban sus experiencias. Sobre todo las de su trabajo en el campo y en la casa. Para todas fue muy importante el tiempo que dedicaron a preparar las conservas y al cuidado de los niños. Su tono y sus gestos transmitían las emociones y los sentimientos de unas vidas entregadas a los demás, sin pensar nunca en ellas mismas.

Francisca Vilella Vila rescata de las aguas objetos que usaban las mujeres

 

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Casa rural de Mequinenza

En una línea cercana a la de Mercedes, Francisca Vilella recuperó la vida de nuestros antepasados en su libro Objetos con historia, publicado en junio de 2018. La autora, con los objetos debajo del brazo y teniendo como referencia una casa de su Mequinenza natal, dibujó unas formas de vida que ya se fueron. De su mano conocemos el pasado del pueblo, con sus grandezas y sinsabores. Y, sobre todo, sentimos las prisas y los olvidos de la gente que tuvo que abandonar sus casas cuando comenzó a invadirlas el agua del pantano de Ribarroja, allá por el año 1971.

En el caso de Francisca, los objetos que yacen bajo las aguas llevan adheridas sus propias raíces. Y las nuestras, porque muchos de ellos también llenaron las casas de otros pueblos. En la mayoría de los pueblos no hizo falta un pantano, los objetos antiguos fueron desapareciendo en las llamas de los hogares o malvendidos como chatarra.

1930. Mequinenza. Archivo Reparaz.

Mequinenza, 1930. Archivo REPARAZ

Mari Luz Hernández Navarro reivindica el papel de las mujeres en los pueblos

El mensaje de Mari Luz Hernández, profesora de la Universidad de Zaragoza, con los cursos que imparte, con las tesis que dirige y con su presencia en los medios de comunicación, llega a muchas personas jóvenes y tiene una amplia difusión.

  • No ha habido políticas específicas para las mujeres del medio rural.

Con este título comenzaba una larga entrevista que concedió al diario.es, el 14 de octubre de 2018. Y seguían tres subtítulos igualmente reveladores.

  • La mayoría de los proyectos Leader emprendidos por mujeres son actividades relacionadas con el rol tradicional.
  • Las mujeres siempre han tenido un papel importante en las zonas rurales, pero ha sido muy silenciado.
  • Con la mecanización del campo, las mujeres se replegaron hacia lo doméstico.

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Cardas para cáñamo y lino.

Mari Luz reclamaba atención para estas mujeres siempre silenciosas y, casi siempre, olvidadas. Y lo realmente novedoso era que esa voz viniera de una cátedra universitaria:

  • Era un trabajo doble: fuera, en el campo hasta los años 60 o 70, y el trabajo doméstico, que era asumido casi en su totalidad por las mujeres. Con el tiempo ese papel fue cambiando.
  • La mecanización del campo expulsó a algunas mujeres fuera de las zonas rurales; coincidió con la época del éxodo rural, ya no hacía tanta falta la mano de obra femenina. Entonces, el papel de la mujer quedó relegado en la esfera extra doméstica y quedó más silenciado, oculto, metido dentro de casa. Las mujeres se replegaron hacia lo doméstico.

En el libro, Entre noche y día no hay pared, ocho científicas de diferentes universidades, entre las que está Mari Luz, recogen las ponencias de la Jornada del Día Internacional de la Mujer Rural.

En el título se condensa todo el trabajo que hacían estas mujeres de sol a sol. Además se ofrecen abundantes cifras que evidencian la realidad actual y transmiten lo importante que es mantener vivo el medio rural. Apuestan por la necesidad de eliminar los prejuicios negativos que han condicionado la vida de las mujeres.

Así se explicaba Mari Luz en ese libro:

  • Ahora, es un momento importante para las mujeres. Con el cambio de concepto que ha habido desde finales de los 80 y 90 y con España y Europa volviendo los ojos hacia qué está pasando en el medio rural, puede surgir una oportunidad para que el papel de las mujeres se reafirme no sólo dentro de las casas, sino también en el mundo extra doméstico. Por otra parte, una cuestión que me parece importante es que muchas veces las mujeres nos ponemos nuestros propios techos de cristal. Las mujeres tenemos un papel importante que cumplir y nosotras también tenemos que hacer el esfuerzo de estar dispuestas a defender nuestros argumentos, de asumir responsabilidades en la toma de decisiones. Es difícil porque a veces triplica el trabajo: el de fuera de casa, dentro de casa y el de participación. Pero si las mujeres no participamos para que se tengan en cuenta nuestras necesidades y nuestros intereses, no se hará.

En marzo de 2019, en los agradecimientos del nuevo libro que publicó con tres compañeros, subrayaba la importancia de la voz de estas mujeres.

  • Nuestro agradecimiento a las mujeres rurales, que nos han abierto las puertas de sus pueblos y de sus vidas para proporcionarnos información, transmitirnos necesidades, y ofrecer soluciones y propuestas.

Si os interesa el análisis detallado del estado de la mujer en los pueblos de Aragón y algunas propuestas para mejorar su situación actual, no os perdáis el libro titulado Estudio de la situación del mundo rural aragonés desde una perspectiva de género, 2028. María Luz Hernández Navarro, Alberto Serrano Andrés, Junniluz Méndez Sánchez y Carlos López Escolano. Departamento de Geografía y ordenación del territorio—Grupo de estudios en ordenación del territorio (GEOT) —IUCA. Universidad de Zaragoza.

Cuando lo hayáis consultado, comprenderéis por qué afirmo que la voz y los trabajos en los que participa María Luz Hernández se han convertido en un referente obligado, y en una esperanza, para todas las mujeres que procedemos de los pueblos aragoneses.

El horno. FB Lorien 2018

Foto publicada en 2016 por Lorién La Hoz en su página de Facebook-

Para terminar

He querido recoger la muestra de tres estudiosas aragonesas que me tocan de cerca. Pero sé hay más investigadoras en Aragón que están trabajando en esta dirección. Y también sé que este tipo de estudios está floreciendo en otras partes de España y del mundo.

Junto a Mereces Bueno y a Francisca Vilella, he resaltado la voz de Mari Luz Hernández porque me parece un ejemplo importante. Cuando se tratan estas cuestiones en las aulas universitarias, el nuevo discurso, investido por la autoridad académica, irrumpe con más fuerza y tiene mejores consecuencias para las mujeres.

Me he centrado en la mujer rural, porque mis orígenes son rurales. Pero las mujeres urbanas también están reclamando que alguien les preste su voz y las saque del anonimato. Aún nos queda mucho camino por recorrer-

Carmen Romeo Pemán

Imagen principal: Mari Luz Hernández Navarro.

 

María del Socarrau

Nadie había cruzado nunca el umbral de casa el Socarrau. Si alguien les llevaba algún recado voceaba desde la calle y Nicolás se asomaba a la ventana. Ni siquiera dejó entrar a la partera el día que María malparió. A las pocas horas, Nicolás bajó a casa del carpintero y le contó que el niño había nacido muerto. Volvió con una caja, lo envolvió en una sábana blanca y lo metió dentro. Que la criatura era inocente, que no le había atado el ombligo porque no estaba muy seguro de que fuera su hijo. Qué él se pasaba la vida en el monte y, aunque cerraba la puerta, cualquier mozo podría haber subido por la ventana. Que María aún tenía las carnes prietas.

El carpintero se puso la caja en la cabeza y Nicolás lo siguió con la azada en una mano y la boina en la otra. María los despidió desde la ventana. Cuando llegaron al cerro de Santa Ana, cavaron una fosa junto a la pared del cementerio, que, como el recién nacido no estaba bautizado, no lo podían enterrar en sagrado.

Ese día María abandonó el lecho conyugal y se fue a dormir a la sala de las alcobas, la que reservaban para los huéspedes. Y, aunque Nicolás se lo rogara, no pensaba volver a la cama de matrimonio, que ella sabía que la pobre criatura se había desangrado por su culpa, y no se lo perdonaría nunca. Y que no le viniera con el cuento de que tenía urgencias de hombre, que no, que no lo pensaba complacer. Antes de acostarse, le rezó una oración a santa Librada, la patrona de los partos, para que sacara a su hijo del Limbo.

Se metió en la cama, pero no pudo conciliar el sueño. Lo intentó varias veces. En cuanto apoyaba la cabeza en la almohada, veía al niño que se apretaba la tripa con las manos para que no se le salieran los intestinos, y a su padre que lo perseguía con una hoz levantada. Con los gritos acudía Nicolás desde la otra punta de la casa.

—¡Joder, María! No me dejas pegar ojo. Mira a ver si te callas de una puta vez. No vaya a ser que también te tenga que cortar el ombligo con la navaja.

rayaaaaa

 Aún no habían pasado dos años de la muerte del niño, cuando un buen día oyó la voz de una vecina que la llamaba a gritos desde la calle:

—¡Maríaaaaaa, corre, baja! Han encontrado a tu marido muerto en el campo. Dicen que le ha dado un cólico miserere.

De repente, María se encontró viuda, sin un mendrugo de pan que llevarse a la boca. Y empezó sacarse algún jornal lavando en río para los ricachones. Un día oyó que los del Ayuntamiento estaban buscaban alojamiento para la nueva maestra y se presentó a ofrecerles su casa. Salió contenta cuando le dijeron que sí y frotándose las manos pensó: “No me vendrán mal unas perrillas solo por tener una alcoba ocupada”.

rayaaaaa

A los pocos días llegó la nueva maestra, a lomos de una yegua blanca. A Pascuala, que así se llamaba, la acompañaba el alguacil, que la había ido a buscar a Ayerbe. Pascuala hizo todo el trayecto con la cabeza caída hacia un lado, como si estuviera dormida. Estaba tan nerviosa que no tenía ganas de hablar. Que una cosa era la ilusión de enseñar y otra lo que se podía encontrar en el pueblo. Que ya le había dicho su profesora de Pedagogía que tendría que enfrentarse con los caciques y con los hombres del pueblo que sus hijas fueran a la escuela. También le advirtió que tendría que ponerse de parte de las madres que no querían que las chicas se quedaran en casa, como ellas, a esperar un matrimonio sin amor y a llorar en silencio la muerte de muchos hijos recién nacidos. Y que anduviera con ojo, que era mejor quedarse soltera que caer en las redes de algún montaraz.

Como el viaje fue largo, le dio tiempo a hacer un repaso de su vida. No sabía muy bien adónde la llevaba su tozudez por enseñar y, cuando vio pueblo encima de una roca, pensó que era un lugar para almas solitarias y no para una chica joven y activa,. También pensó en el mundo que había dejado atrás y sintió una punzada en la boca del estómago. Se acordó del bullicio de su barrio de San Pablo de Zaragoza. En sus oídos todavía resonaban los gritos de los tenderos mezclados con el tañido de las campanas. Ella, que estaba hecha al bullicio de la ciudad, no sabía cómo iba a soportar aquel silencio. Pero  por nada del mudo se echaría atrás. Nunca más dependería de su tío.

—Bueno, pues ya estamos. —El alguacil le ayudó a descabalgar en la puerta del Ayuntamiento.

Allí estaba el alcalde esperándolos. La hizo pasar dentro. Después de la bienvenida, le dijo que se instalara en su nueva casa y que descansara un rato. Que por la tarde se verían en la reunión de la Junta de Enseñanza para darle la bienvenida. Que también asistirían los concejales y el médico, por eso de cuidar la salud en la escuela. Además, como estaba un poco solo, se pasaba a menudo a ver si podía echar una mano en algo.

Salieron del Ayuntamiento, el alguacil cogió los baúles y la acompañó hasta una casa con las paredes renegridas.

—Esta es la casa. En el pueblo todos la llamamos casa del Socarrau y, a la que va a ser su casera, señora María del Socarrau.

En la puerta los esperaba una vieja, con una toca negra anudada debajo de un moño. Al verlos, se adelantó a besar a Pascuala, pero antes se limpió las manos en un delantal parduzco que le tapaba unas sayas marrones de arpillera.

—¿Qué tal, señora maestra? ¡Bienvenida a mi casa! Ya le habrán dicho que vivo sola. Así que me vendrá muy bien su compañía.

Pascuala venció el asco, le acercó la mejilla y se dijo para sus adentros: “Más que compañía le harán falta los duros que le voy a pagar. Me parece que no tendremos muchas cosas que contarnos”. Cuando notó las babas de una boca desdentada, sintió que le bajaba un escalofrío por la espalda.

A continuación, subieron unas escaleras de piedra empinadas y llegaron a una cocina llena de humo en la que se adivinaba un hogar, rodeado por dos cadieras cubiertas con pieles de cabras. En la pared del fondo, junto a un ventanuco sin cristales, estaba la puerta que daba paso a una sala.

Antes de entrar, Pascuala se quedó un poco rezagada. Le entraron ganas de escaparse y bajar corriendo las escaleras. Carraspeó un poco, como si le molestara el humo en la garganta. En realidad se tragó las lágrimas y siguió a la señora María.

—Ninguna casa del pueblo tiene una sala tan limpia como esta —le comentó la señora María señalando las baldosas de cuadros que brillaban con el único rayo de sol que entraba por un ventanuco.

En la pared de la izquierda, como si fueran capillas de una iglesia, se abrían dos alcobas sin ventilación. Cada una estaba cerrada por una cortina de flores. Pascuala se asomó y en las dos encontró lo mismo. Una cama de hierro pegada contra la pared.

En el lado del cabecero, una estampa grande con la figura de un santo, un crucifijo, una mesilla con una palmatoria y una silla de anea. En los pies de la cama, una percha y una jofaina para lavarse las manos. Por debajo de las colchas de ganchillo se adivinaban las asas de los orinales. En la pared de la derecha, enfrente de las alcobas se alineaban los baúles de la casa en los que se guardaban los ajuares y las ropas de domingo.

Después de enseñarle la habitación, colocaron los baúles de Pascuala enfrente de su alcoba.

—¡Es la hora de comer! —exclamó la señora María, cuando oyó que el reloj de la torre daba la una.

—¿Tan pronto? —le preguntó Pascuala incorporándose.

—A esta hora comemos todos los del pueblo.

—Pues en Zaragoza a la una solo comen los obreros.

La señora María se mordió los labios y colocó bien recto el cuadro de santa Librada:

—Hoy la invitaré, pero ya sabe que en adelante tendrá que prepararse usted la comida, que yo por el día me saco un jornal lavando en el río. —le contestó con voz pausada.

Cuando se sentaron junto al fuego, Pascuala se ensimismó mirando las llamas y le volvieron más imágenes de su vida pasada. Se acordó de los días que había comido sola desde que se quedó huérfana. De las pocas caricias que recibió de su tío, el canónigo. De las noches que había pasado desvelada, contemplando los tapices bordados en oro fino que decoraban su habitación. De los reflejos de las velas que movían las carnes de un Eros juguetón. Se acordó de que todas las noches soñaba con las aventuras amorosas campestres del día que llegara a ser maestra de un pueblo.

—¿Qué le pasa? ¿Le ha dado algún mareo? —La señora María se acercó y le tocó la frente—. ¿No ve que ya tiene la sopa en la escudilla?

—Es que creo que estoy muy cansada del viaje. Se me pasará.

Mientras tomaban la sopa de ajo, la señora María le contó su vida. Y cuando notó que Pascuala se limpiaba una lágrima con el puño de la rebeca le dijo.

—Me da a mí que usted va a tener más suerte que yo con mi Nicolás, que en paz descanse. —Se santiguó—. Mire, hace poco que llegó un médico muy joven, don Valero Arbigosta se llama. Y lo veo todo el día buscando compañía por estos andurriales. Nunca se sabe.

Carmen Romeo Pemán

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Imagen principal. En el Pirineo a principios del siglo XX. Autor y lugar desconocidos. Publicada en Facebook por Lorién La Hoz.

Cándida. Los agitados comienzos del feminismo en España

#demibauldelecturas

El viernes, 8 de febrero de 2019,  asistí en Facultad de Educación de Zaragoza al seminario, Las mujeres votan por la paz, que se inscribía en el proyecto europeo Programa Europa de la ciudadanía.

Lo convocaba La liga internacional de las mujeres por la paz y la libertad  (WILPF), con el apoyo del Observatorio de igualdad de la Universidad de Zaragoza.

En una de las sesiones se presentó el libro De Madrid a Ginebra. El feminismo español y el VIII Congreso de la Alianza Internacional para el Sufragio de la Mujer, escrito por Isabel Lizarraga y Juan Aguilera.

En ese mismo acto tuve la oportunidad de presentar Cándida, la novela con la que Isabel da vida a todo el ambiente en el que se gestó el Congreso de Ginebra de 1919

El interés que me despertó la lectura, las palabras de su autora y la buena acogida entre el público me han animado a escribir este artículo con la intención de contagiaros mi entusiasmo.

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Cándida es la historia de una maestra riojana, cuyo periplo vital se teje con los convulsos orígenes del feminismo en España.

De su mano conocemos las trayectorias de la marquesa del Ter, de María Lejárraga, de María Espinosa y otras mujeres famosas entre 1918 y 1921.

Utiliza con gran acierto la ficción literaria para revivir unos entresijos históricos difíciles de contar. Con los trajines de los personajes, reales y ficticios, entendemos los bastidores en los que se fueron urdiendo los movimientos feministas.

Antes de la lectura, ¿quién recordaba a la marquesa del Ter, a María Lejárraga, a Celsia Regis, a María Espinosa, a Carmen de Burgos, a María de Echarri, a María de Lluria, a Magda Donato, a María de Maeztu, a Amparo Cebrián de Zulueta, a Benita Asas Monterola o a las hermanas Ana y Amalia Carvia? ¿Y quién conocía a Paulina Luisi, Mary Sheepshanks, Anna Wicksell, Carrie Chapman Catt, Chrystal MacMillan, importantes mujeres europeas relacionadas con Alianza Internacional por el Sufragio?

Cuando cerramos el libro, nos quedamos pegados a ese elenco de mujeres que brillaron en los salones, en las tertulias y en los despachos de Madrid y que a los pocos años cayeron en el olvido.

El título

Cándida es un título irónico.

Me llamo Cándida, Cándida Sanz Pedriza, se dijo en voz baja. Aún no hace frío en este día 15 de septiembre de 1918 y estoy sola en la estación del tren de Logroño.

Con este arranque novelesco, desde la primera página nos damos cuenta de que esa maestra, que está en la estación de Logroño esperando el tren de Madrid, no es ni ingenua ni inocente. Que abandona al novio y el ambiente provinciano para luchar contra una sociedad que considera injusta con sus escritos, como corresponsal del diario La Rioja, en la sección “Los Jueves de la Mujer”, que mantiene al día a las mujeres riojanas. Pero, a los pocos días de su estancia en Madrid, y de la mano de María Lejárraga, se involucra en las intrigas de los nuevos círculos feministas.

Cándida era el nombre de una abuela de Isabel Lizarraga, pero en la novela funciona como el espejo en el que se desdobla María Lejárraga. De esta forma, el personaje de ficción profundiza e inmortaliza a los personajes reales  Si conocemos estas referencias, la lectura adquiere una nueva dimensión.

Además, este título apunta a una intertextualidad con el de Cándido de Voltaire. En las dos novelas la objetividad histórica, respaldada por los datos documentales, es un potente recurso contra la intolerancia, el fanatismo y los abusos del poder.

El contenido novelesco: el argumento

En una trama simple en torno a las relaciones de Cándida y Beatriz, se engarzan todos los entresijos del naciente feminismo español.

Cándida, a sus veinticuatro años, decide cambiar el rumbo de su vida. Va a Madrid a sustituir a su antigua profesora de Magisterio, Pilar, actual corresponsal del diario La Rioja, que siente que su tiempo se ha acabado y quiere dejar paso a las nuevas generaciones. Cándida lleva en el bolsillo una carta de recomendación del párroco para María Lejárraga, quien la acoge como a una hija: le busca alojamiento y la introduce en los círculos en los que las ideas feministas están en plena efervescencia.

De esta forma, entra en contacto con las fundadoras de la Unión de Mujeres de España (UME), con las de la Asociación Nacional de Mujeres de España (ANME), con las de la Liga Española para el Progreso de la Mujer, la primera asociación feminista que se fundó en Valencia, en torno a la revista Redención y con las de la Alianza Internacional para el Sufragio (International Woman Suffrage Alliance), que publicaban la revista Ius Suffragii. Cándida conoce de primera mano a todas las feministas, con sus grandezas y sus miserias, con sus nobles aspiraciones y con las rencillas entre ellas.

En Madrid se hace amiga de Beatriz, la hija de Louisa Grapple de Modeiras, con quien vive momentos felices y atroces. Hasta se la lleva unos meses a Logroño para alejarla de un grave problema familiar.

Este primer regreso a Logroño va precedido de un interludio: el diario de la marquesa del Ter, la fundadora de la UME. Estas memorias son un remanso narrativo que amplía, en olas concéntricas, el contexto histórico, y siembra nuevos datos con los que aumenta la tensión de la trama.

Cuando Beatriz se repone, regresa a Madrid con Cándida, y se reencuentra con su novio Fermín, que le cuenta el verdadero motivo por el que se truncaron sus relaciones. Después, las dos amigas asisten al congreso de Ginebra. Al acabar, Beatriz se va a Londres y Cándida regresa a Logroño, donde sigue trabajando como maestra.

La acción narrativa termina en 1921, con una manifestación feminista organizada por María Lejárraga y la marquesa del Ter.

Y todo se acaba en un epílogo. Lo cuenta una cuidadora de Cándida, después de su muerte a los ciento cuatro años. Sintetiza el rumbo posterior de los acontecimientos, cierra las vidas de los personajes principales y explica las claves narrativas de todo el relato.

El feminismo

Es el tema central de la novela. Así se lo explicaba Isabel Lizarraga a Pilar Laura Mateo en una entrevista para el “Club de lectura Palabra de Mujer”, cuando publicó La canción de mi añoranza. Isabel Oyarzábal. Embajadora de la República:

Pilar Laura Mateo. Tus dos novelas son una exhaustiva investigación sobre la vida de mujeres intelectuales poco o nada reconocidas por la historia oficial. ¿Piensas que queda mucha historia por recuperar de las mujeres de este periodo?

Isabel Lizarraga. Indudablemente. Todas ellas han sido silenciadas por un doble motivo: por ser mujeres y por ser las perdedoras de una guerra que les arrebató todo aquello por lo que habían luchado. La historia oficial las ha ignorado tanto por motivos políticos (la gran mayoría tuvo que exiliarse) como por la secular negación y ocultamiento de la mujer a lo largo del tiempo.

P. LM. Las asociaciones de mujeres de principios del XX desplegaron mucha actividad pero obtuvieron pocos resultados. ¿Cuál crees que fue su error?

I. L. Las mujeres de principios del siglo XX hicieron todo lo que pudieron, pero tenían muchas cosas en su contra: las leyes, la costumbre, la falta de educación en relación con el hombre… El principal error que cometieron fue el de no ser capaces de aunar sus fuerzas en una asociación común a todas las mujeres que deseaban lo mismo.

P. LM. una cosa que quizá puede chocar a las lectoras/es de hoy, y es que casi todas estas mujeres pertenecían a las clases acomodadas, algunas incluso tenían título nobiliario, ¿cómo valoras esta cuestión?

I. L. Me parece normal que las pioneras pertenecieran a las clases acomodadas. Las mujeres pobres tenían suficiente con sobrevivir.

Para reclamar algunos derechos hace falta saber que existen (o que existen en otros lugares), saber leer, saber escribir, y tener tiempo y fuerzas como para luchar por ellos. El hecho simple de fundar una asociación donde reunirse requiere tener dinero para alquilar el local, para editar una simple hoja reivindicativa o revista o para prever cualquier actividad, y no hay que olvidar que en esa época las mujeres casadas ni siquiera tenían la potestad de gestionar su propio dinero.

P. LMEllas fundaron el Comité Nacional de Mujeres contra la guerra y el fascismo en vísperas de la Guerra Civil y de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué opinas de esto?

A mí me conmueve el hecho de que las mujeres de esa época se proclamasen pacifistas. Estaban horrorizadas por los efectos de la Primera Guerra Mundial y suponían ingenuamente que, si las mujeres llegaban a gobernar, serían capaces de evitar las guerras, ya que, siendo madres, no consentirían que sus hijos murieran en ellas.

El tempo lento

Hay novelas que respiran como gacelas y otras como ballenas, o como elefantes. (Umberto Eco, Apostillas al Nombre de la rosa).

Isabel, interesada por el trasfondo histórico, escribe una novela de respiración lenta. El lector se va recreando en el ambiente y en las noticias de los periódicos que la autora intercala con gran acierto y oportunidad en la trama. Nosotros, como don Ramón Cabrera, el marido de la marquesa del Ter, leemos sin prisa. De vez en cuando, volvemos a releer en voz alta y lo comentamos. Porque, en esta novela hay encerradas muchas horas con la prensa de principios de siglo. Y la prensa se comenta con los cercanos.

Este tempo lento se refleja en la estructura y en la aparente falta de proporción entre las partes narrativas. Pero todo está en función de la historia y de la trama, de las vivencias y de los acontecimientos

La disposición cronológica

Ocupa tres años de la larga vida de Cándida (San Millán, 1894-Logroño, 1998). Justo el tiempo en el que Beatriz entró en la vida de Cándida. La acción avanza en tres bloques temporales, pero no se corresponden exactamente con los años.

1919-1919. Crónica de un amanecer. Un amanecer lleno de anhelos y deseos, de titubeos y frustraciones. El nacimiento de la amistad entre las protagonistas coincide con el de los movimientos feministas y con la ruptura con sus novios.

1918-1920. El diario olvidado de la marquesa del Ter. Completa los acontecimientos de 1920 desde un nuevo punto de vista. Y progresa con una información muy detallada sobre el octavo Congreso de la Alianza, celebrado en Ginebra del 8 al 12 de junio de 1920.

1920. Fulgor opaco de mediodía. (marzo-junio). Es el desenlace novelesco, en tres tiempos y en tres lugares.

Las dos amigas se refugian en Logroño, después del desastre de la familia de Beatriz. Cuando Beatriz cumple veintitrés años se convierte en mayor de edad y vuelven a Madrid para arreglar los asuntos que quedaron pendientes. Finalmente,  llega la semana del Congreso de Ginebra y la separación de las amigas. Beatriz se va a Londres. La marquesa del Ter desaparece y se deja el diario en el hotel. María Lejárraga y Cándida regresan juntas a Madrid.

1921. La sonrisa triste. Encontramos a Cándida en el tren que va a Logroño donde de nuevo ejerce de maestra. Vuelve de Madrid, de una manifestación feminista que han organizado la marquesa de Ter y María Lejárraga. Sus aventuras madrileñas le han dejado un poso de tristeza.

1984-1998. Epílogo nocturno: cola de cometa. Los últimos años de Cándida en una residencia en Logroño.

El juego de narradoras

Todo lo ha contado una narradora omnisciente que conoció los hechos a través de los documentos que encontró y de lo que la propia Cándida le contó.

Día a día, con mi insistencia, conseguí rescatar una parte de ese pasado, y así he sabido que la Marquesa del Ter murió en Madrid en abril de 1936 y que su esposo, arruinado, la sobrevivió hasta 1940.

Que María Lejárraga fue abandonando paulatinamente su labor de escritora para comprometerse cada vez más en la vida política.

Que Carmen de Burgos conservó su carácter combativo y resuelto durante toda su vida: murió en octubre de 1932, mientras pronunciaba una conferencia en el Círculo Radical Socialista.

Que Clara Campoamor, después de distintos trabajos y oposiciones, comenzó los estudios de Derecho y se licenció a los 36 años.

De Consuelo González, la Celsia Regis de los años veinte, Cándida no sabía nada, y tampoco de Magda Donato.

Cándida apenas me quiso hablar de Beatriz, pero entre sus papeles leí que marchó a Londres, se casó y tuvo cuatro hijos. Nunca volvió a España. (P. 199 y ss.)

Esta narradora, encontró en el armario una caja en cuyo interior había:

Recortes de periódico apilados en un escrupuloso orden cronológico, cartas con fechas antiguas, un viejo diario de tapas gastadas con la letra de Cándida, un cuaderno de la Marquesa del Ter y, al fondo del todo, en testimonio nebuloso de lo que no pudo ser, una fotografía con la firma de un amigo. (P. 198).

Y de forma abierta confiesa cómo ha construido la novela.

La historia que antecede a estas páginas ha nacido de la revisión de los documentos que Cándida guardaba en su caja escondida, que muchas veces recojo en su forma textual, a partir de las noticias de los periódicos de la época y, especialmente, a partir de los manuscritos de su propio diario y del texto de la Marquesa del Ter. (P. 198).

Isabel ha bebido en fuentes clásicas para construir esta novela: ha reescrito desde un nuevo punto de vista el viejo tópico del manuscrito encontrado que tan famoso se hizo con El Quijote.

Una novela histórica

Está contada como una historia de vida y enmarcada con abundantes digresiones documentales. La atmósfera feminista es el cañamazo sobre el que se teje la vida de Cándida, el alter ego de María Lejárraga. Y todo sembrado con abundantes detalles del vivir cotidiano que le confieren la impresión de historia verdadera.

María Espinosa de los Monteros y Díaz de Santiago. Todo el mundo sabe que es la representante de la Casa Yost en España desde hace veinte años y que el Consejo de Instrucción Pública le concedió la Cruz de Alfonso XII. … con su traje negro ceñido con una banda en la cintura y la famosa Cruz en el pecho. También llevaba un collar de perlas y un moño bastante discreto. (P. 12).

Las páginas están salpicadas de juicios hechos desde una cercanía y un conocimiento profundo de los personajes.

La cocinera, adusta, miraba a Anita, con la toca de doncellita prendida sobre su pelo moreno, pensaba en la dueña de la casa, la Marquesa feminista, y en el fondo no comprendía nada de la vida moderna. (P. 19).

Para terminar

Isabel Lizarraga combina con acierto la documentación histórica con los elementos narrativos. En esta novela prima el docere, enseñar, sobre el delectare, deleitar, pero en ningún momento descuida los elementos literarios. Cándida cuenta los orígenes del feminismo en España de una manera hermosa y didáctica y se convierte en una referencia imprescindible para los estudios de los movimientos anteriores a 1921. Aquí están los moldes y patrones de comportamientos posteriores.

Antes de esta novela escribió un ensayo pensado para un público especializado. Con Cándida divulgó esas ideas y consiguió que muchos lectores vibraran con las aspiraciones de unos ideales feministas que todavía no se han cumplido.

Isabel Lizarraga es una escritora que se documenta exhaustivamente. Es una ávida lectora de periódicos de la época para reconstruir con fidelidad los hechos, los ambientes y los escenarios. En fin, es una escritora a la que le rebosa el saber por los poros de cada letra.

20190208. Isabel Lizarraga. Al iniciar la biografía

Isabel Lizarraga y Carmen Romeo visitando la exposición «Cien años de feminismo pacifista». Zaragoza, Facultad de Educación, 8 de febrero de 2019.

Isabel Lizarraga (Tudela, 1958). Profesora, investigadora y escritora. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza y en Derecho por la Universidad de La Rioja. Ha sido profesora del instituto de Teror, Gran Canaria, en el de Lodosa y en el Escultor Daniel de Logroño. Es autora de un gran número de publicaciones académicas, de abundantes relatos literarios y de cinco novelas. Su nombre va indisolublemente unido al de María Lejárraga a quien descubrió en varios estudios y a la que quiso inmortalizar en la novela Cándida. Esta unión viene reforzada por la paronomasia de los apellidos: Lejárraga-Lizárraga.

De su extensa producción destacaré algunas obras representativas.

Investigaciones académicas

María Lejárraga, pedagoga. Cuentos breves y otros textos, IER, Logroño, 2004. En colaboración con Juan Aguilera Sastre.

De Madrid a Ginebra. El feminismo español y el VIII Congreso de la Alianza Internacional para el Sufragio de la Mujer, Icaria, Barcelona, 2010. En colaboración con Juan Aguilera Sastre.

Federico García Lorca y el teatro clásico. La versión escénica de la dama boba. Universidad de La Rioja, Logroño, 2009.

El derecho de rectificación, Aranzadi, Pamplona, 2005.

Textos de creación literaria

“Estos últimos tiempos he abandonado los estudios enjundiosos para probar con algo que me resulta mucho más divertido y me devuelve a los primeros años de amor sencillo por las letras: he comenzado a componer literatura de ficción”. (Autobiografía del blog literario de Isabel Lizarraga)

Novelas

  1. Escrito está en mi alma. Finalista del VII Concurso de Narrativa Femenina “Princesa Galiana”, del Ayuntamiento de Toledo.
  2. Cándida. Finalista del V “Premi Delta de narrativa escrita per dones”, en 2009. Publicada en Buscarini, Logroño, 2012. Reeditada en 2018.
  3. La canción de mi añoranza. Isabel Oyarzábal. Embajadora de la República. Siníndice, Logroño.
  4. La tierra era esto. Las aventuras de Austin y Amalíss. Ciencia ficción. Editorial Atlantis, Aranjuez.
  5. La escuela de la vida. Siníndice, Logroño.
  6. Pájaros de cuenta. La Cabaña del Loco, Zaragoza-Logroño,

Cuentos

Corazón loco, Asamblea de Mujeres y Ayuntamiento de Estella-Lizarra, 28 de noviembre de 2008 (edición no venal).

Escorzo en el aire, en La inauguración, Ayuntamiento de Logroño y Fundación Caja Rioja, Logroño, 2009.

Imago hominis, Ayuntamiento de Zaragoza, 2010 (edición no venal).

Había una vez…, en Cuentos con el mismo papel, Ayuntamiento de Logroño, 2010.

Venturoso viaje de vuelta, De Buena Fuente, 15 de julio de 2011,

Las letras y las voces, en Miradas y letras II en el Camino de la Lengua castellana, Fundación Camino de la Lengua Castellana, Logroño, 2011.

La rosa de los tiempos, en Antología de Ciencia Ficción 2099, edición de Miguel Ángel de Rus y Félix Díaz González, Madrid, Ediciones Irreverentes, 2012.

Mitad y mitad, igual a medio, en Cuando quieras mirar a las nubes, Miami USA, La Pereza Ediciones, 2013.

“El viejo factor”, en Turia, revista cultural, núm. 113-114, Teruel, Instituto de Estudios Turolenses, marzo-mayo de 2015, pp.72-79.

Premios Literarios

Este nuevo camino no le ha ido mal. Desde el año 2008 ha cosechado numerosos premios.

Premio del XII Certamen Literario “María de Maeztu” de Estella, en 2008. Con el cuento Corazón loco.

Premio del XIV concurso de Relatos “8 de marzo Día Internacional de la Mujer”, Ayuntamiento de Zaragoza, en 2010. Con Imago hominis.

Premio en el XXIV Premio de Narración Breve “De Buena Fuente” de Logroño, en 2011. Con Venturoso viaje de vuelta.

Carmen Romeo Pemán

¡Quiero aprender a leer!

De las fragolinas de mis ayeres

 

A Anuncia Alegre, que me regaló la historia, y a María Victoria Pociello, que bautizó a la protagonista.

 

lacasta. vista. sergio arbués garrido. 2014

Vista del camino que llega a Lacasta. Foto de Santiago Arbués Garrido, 2014.

Por el camino que llegaba a Lacasta, solo cabía una caballería o las mujeres que subían en hilera desde el barranco, con sus canastos debajo del brazo. Era una trocha pedregosa, llena de zarzas y recodos en los que los chicos escondían sus tesoros.

Como no había luz eléctrica ni candiles de carburo, se trajinaba a la luz del día. Cuando llegaba la noche, las trancas cerraban las puertas y comenzaban los murmullos alrededor de unos fuegos mortecinos. En casa Silvestre todos escuchaban las consejas de los viejos, menos Balbina, que no creía en los sacamantecas ni en que las tijeras cruzadas sobre la ceniza espantaban a las brujas.

Balbina faltaba mucho a la escuela. Solo iba algunas tardes sueltas. Como era la mayor, tenía que ayudar en casa. Por las mañanas la mandaban con las cabras al monte y por las tardes tenía que lavar la ropa en el barranco y cuidar a Ángel, que así se llamaba su hermano pequeño. Una de esas tardes que pudo ir a la escuela, doña Gala leyó un cuento que hablaba de amores. Desde ese día Balbina pensó que las mejores historias estaban en los libros. Cuando acabó la clase, se fue corriendo a su casa, bajó al cobertizo y esperó a que su madre, que estaba arrodillada en el suelo, acabara de golpear las judías. Sin darle tiempo a incorporarse, le dijo de tirón:

—Madre, quiero aprender a leer.

Entonces su madre se limpió las manos en el delantal y las levantó con aspavientos.

—¡Anda, Balbina, no me vengas con tonterías! —Le señaló el montón de vainas secas y vacías—. Ayúdame a recogerlas que amenaza tormenta. Y, si se mojan las hilazas, no podremos encender el fuego.

—Madreeeeee, no es ningunaaaa tonteríaaa. —Se agachó y comenzó a meter las vainas en un saco de arpillera—. Hace muchos días que le estoy dando vueltas. Necesito que usted me ayude. Que se lo pida a doña Gala.

La madre se puso de pie, se cruzó la toquilla en el pecho y le dijo:

—Mira, en este pueblo no saben leer ni los hombres. Así que, si llegara el caso, antes le enseñaríamos a tu hermano que a ti.

Balbina se echó el saco al hombro sin decir ni mu, lo llevó al corral y lo dejó junto a la leña. A la mañana siguiente, ni corta ni perezosa, se fue a hablar con doña Gala y le contó lo que le había dicho su madre.

Hablaron mucho rato. A final, la maestra le prometió que le traería una cartilla de Zaragoza cuando bajara a ver a su familia. Eso sí, tendría que buscarle un buen escondite porque iba a ser un secreto entre las dos.

—No se preocupe, doña Gala. —Bajó mucho la voz como si hablara a escuchetes—. En la última revuelta del camino hay una piedra muy grande tapada con un arto pinchudo. Nadie se atreve a guardar nada allí. Es que, sabe, creen que las víboras hacen sus nidos en las piedras que tienen artos de manzanetas. Pero yo sé que es mentira.

Balbina progresaba deprisa. Por las mañanas enfilaba el sendero con las cabras y, antes de comenzar la cuesta de las Guarnabas, se paraba delante de su losa. Sin que nadie la viera se metía el libro en el morral y seguía hasta el prado de la Carbonera. Y allí se pasaba las horas muertas juntando letras. En unos meses ya las dibujaba con trozos de carbón en las piedras de las eras.

TI-MO-TE-O ME A-MA

En menos de un año leía los cuentos que la maestra le entregaba envueltos en papel de estraza, ese de la tienda de ultramarinos. Siempre llevaba uno en el refajo.

Con cada historia, crecía su pasión por los libros. Y el tiempo que pasaba en el monte le sabía a poco. “¡Tengo que arreglármelas como pueda!”, pensaba mientras hacía los recados.

Una noche, cuando todos dormían, a través de los agujeros de la tarima vio una luz que se movía en las escaleras. Oyó el andar cansino de su padre que bajaba a echar de comer a las caballerías. Se tumbó en el suelo y miró por una rendija. Llevaba una vela encendida en la mano. Esperó hasta que volvió. Y vio cómo la guardaba en un hueco debajo del último peldaño, donde su madre metía las cerillas.

Cuando desapareció el padre, Balbina salió con cuidado. Cogió la vela con las cerillas, las apretó contra su pecho y se volvió a su camastro. Y no le costó mucho hacer una especie de casetón.

—¡Lo he conseguido, lo he conseguido! —se decía en silencio, mientras escuchaba el ronroneo de sus hermanos.

Se metió en la madriguera. Encendió la vela, sacó un libro y se ensimismó. Hasta tal punto se quedó embobada que no se dio cuenta de nada hasta que oyó los gritos.

El colchón comenzó a arder con uno de los chisporroteos de la vela y, en un santiamén, las llamas invadieron la habitación. Ángel, que dormía en otro camastro de paja muy pegado al suyo, la arrastró de los pies hasta la cocina.

De repente sintió un dolor muy intenso en la cara y en las manos. Las tenía chamuscadas. Sus padres no se pudieron contener y comenzaron a gritarle.

—Ya sabía yo que tus tejemanejes con la maestra nos traerían malas consecuencias —le dijo su madre, sin parar de echar pozales de agua en las llamas.

—No sé por qué le gritas si la culpa la tienes tú —terció el padre, dirigiéndose a la madre—. Sé que muchas tardes se quedaban las cabras en el corral para que ella fuera a la escuela. Y no me hacías caso cuando te decía que esas aficiones de Balbina nos traerían alguna desgracia. —Se secaba el sudor con el pañuelo y seguía—: En ninguna casa decente dejan que sus hijas aprendan a leer.

Mientras los padres apagaban el fuego y seguían discutiendo, Balbina se acurrucó en un rincón del patio. Al poco rato notó una mano que le acariciaba la cabeza.

—No llores—le dijo su hermano—. Ahora ya no irás al monte. Te quedarás en casa y leerás todo lo que quieras.

—Pero… —Balbina intentaba hablar entre hipidos—. ¡Mírame! Con estas quemaduras nunca encontraré un príncipe azul.

Entonces Ángel le contó una historia de las del abuelo. La de una chica que se quitaba el rostro mientras dormía. Lo guardaba en una caja y al día siguiente lo encontraba lozano. Pero tenía que hacerlo durante la noche, sin que la viera su amante, porque, si la descubría, perdería todo su amor.

Así fue como Balbina empezó a inventar mundos para su cara. Leía y leía. Y, poco a poco, fue poblando sus mundos de fantasía de grandes amores con rostros muy bellos.

lacasta. cabras. josé ramó catán pérez. 2016

Lacasta. Rebaño de cabras saliendo al monte. Foto de José Ramón Castán Pérez, 2016.

 

IMAGEN PRINCIPAL Lacasta, 1910. Abuelos de la familia Alegre Bernués.

Publicada en FB por Ángel Alegre Bernués y los identificaba así: Arriba: Pabla, Joaquina, Gabriel, Félix. Segunda fila: Julia, Regina, la abuela Magdalena, el abuelo Angel, Juan. Y  las niñas de abajo;  Felipa y Polonia.  Ese año aún faltaban dos por nacer. Regina y Marino, que debía estar en la barriga.

Ángel y sus cinco hermanos,  entre los que están Anuncia, la mayor, y Esther, la pequeña, son hijos de Félix Alegre y Emilia Bernués, la última familia que abandonó Lacasta.

 

Carmen Romeo Pemán