UN CAPITEL DEL MAESTRO DE AGÜERO
De las fragolinas de mis ayeres
Valera a sus diez años ya solía llegar tarde a la escuela. Recorría las calles acariciando las piedras de las casas como si quisiera descifrar las historias de antaño. Se paraba con las mujeres que estaban barriendo las calles. Contaba las herraduras de las esquinas en las que los hombres atarían los machos cuando volvieran del monte. Y es que todo eso le interesaba más que la caligrafía y las cuentas.
Si por casualidad algún día llegaba antes de la hora, se iba a esperar a El Fosal, el cementerio de San Nicolás que rodeaba la iglesia y que hacía las veces de patio de recreo. Subía la escalinata y caminaba hasta el fondo, donde nadie pudiera verla. Se sentaba en un poyo, justo enfrente de la puerta mayor, se cogía la barbilla con las manos y escuchaba las historias que le contaban las figuras del tímpano, las de las arquivoltas y las de los capiteles.
Se pasaba las horas debajo de un capitel con una danzarina. Intentaba adivinar quién era aquella joven que, con las manos en jarras, doblaba la cintura y dejaba caer su cabellera hasta el suelo. No era ninguna moza del pueblo, no. Que ya las había repasado todas. Pensó que igual era la bailarina de alguna compañía ambulante, de esas que de vez en cuando venían a hacer comedias a la plaza. Pero no se parecía a ninguna de las que ella había visto. Preguntó a los más viejos del lugar y tampoco ellos se acordaban.
—Si hubiera llegado alguna moza como esa se habría comentado en los carasoles —le dijo el abuelo de casa Fontabanas.
Un día se armó de valor y se lo preguntó a la maestra. Doña Matilde no se sorprendió, como pensaba Valera. Al revés, era como si estuviera esperando la pregunta.
—Menos mal que alguna de vosotras se ha fijado en el pórtico de la iglesia.
Entonces las otras niñas levantaron la cabeza, abandonaron la caligrafía y se miraron en silencio. Y doña Matilde continúo.
— Habéis de saber que las piedras hablan tanto como los libros. O más.
Les mandó guardar los cuadernos en los cajones de los pupitres, las llevó a El Fosal y las colocó en un corro debajo del capitel de la bailarina. Les dijo que esa figura era una de las maravillas de un antiguo escultor. Un maestro cantero procedente de Agüero que supo moldear la danza de una Salomé adolescente con un movimiento de caderas casi acrobático. Que hoy se habían olvidado de ella y del escultor, pero que en los tiempos antiguos, cuando se representaba el teatro en las puertas de las iglesias, siempre había una moza del pueblo que salía a bailar como Salomé había bailado delante de Herodes.
Y tanto le gustaba esa escena al Maestro de Agüero que hizo varias copias y las repartió por las iglesias de las Cinco Villas y hasta puso una en la catedral de Huesca. De este modo la Salomé fragolina es hermana de la de Agüero, de la de Ejea, de la de Biota y de la de Huesca. Y además tiene muchas primas por el Camino de Santiago.
Ese día, Valera salió corriendo a contarle la historia al abuelo de Fontabanas. Al día siguiente ya la conocían todas las mujeres que barrían las calles. Y ella seguía acariciando las piedras que guardaban secretos de los tiempos de Maricastaña.
Carmen Romeo Pemán
Imagen principal. Maestro de Agüero: La danza de Salomé. Capitel románico de la iglesia de San Nicolás de Bari de El Frago (Zaragoza), siglo XII.
A continuación, os dejo los otros capiteles del Maestro de Agüero en los que se representa La danza de Salomé o La bailarina, como la llaman en los pueblos de las Cinco Villas.
Capitel de la iglesia de Santiago de Agüero (Huesca)
Capitel de la iglesia de El Salvador de Ejea de los Caballeros (Zaragoza)
Capitel de la iglesia de San Miguel de Biota (Zaragoza)
Capitel de San Pedro el Viejo (Huesca)
Interesante forma de contar las hitorías, aunque esas historias sean de piedras.
Gracias Carmen.
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Gracias, Fernando, por leerme, por comentarme y por amar tanto a las Cinco Villas.
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¡Ay mis relatos fragolinos! No sabes lo mucho que los disfruto mi querida amiga 🙂 Siento como si caminara cogida de tu mano, acariciando las piedras como Valera y disfrutando de la calidez de tu voz mientras me cuentas historias de El Frago. Me encantó 🙂
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Mi Mónica, te lo he dicho ya, y te lo vuelvo a repetir. Es un orgullo inmenso que, gracias a ti, se conozca y se aprecie la cultura fragolina en Colombia. Un abrazo fragolino.
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Me ha gustado mucho, a sabelo q diría mi abuela, como todos tus relatos Carmen
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Tu abuela, amiga de la mía diría: «está moceta se nos ha loquiau».
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También hubieras sido una genial profesora de arte: breve, denso, claro y ameno relato. Preiosas imágenes.
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Las piedras hablan, para que niñas como Carmen las escuche y converse con ellas y después, cuando sea mayor, las escriba y nos las cuente para que nosotros también las conozcamos. Muchas gracias, un placer leerte.
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Yolanda, por Dios, qué comentario tan bonito. Me has dejado muda. Un abrazo volador.
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Buenos días Carmen; un placer leerte. En mi pueblo Tauste, también hay una bailarina del maestro de Agüero en la iglesia de San Antón. Lástima que ésta iglesia únicamente se abre un día al año. El día de San Antón. Un abrazo.
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Muchas gracias, Fernando. Desconocía ese capitel de la bailarina de Tauste. Pero me alegra que tengamos raíces comunes. Un saludo.
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