El 2 de abril, día mundial del autismo

El 27 de noviembre de 2007 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó una resolución en la que declaraba el 2 de Abril como Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo. No se concibió como un día de celebración, sino como un día para reivindicar. Y desde entonces lo vivimos como una fecha especial.

Hoy quiero reflexionar sobre lo que significa la aparición de ese invitado, el trastorno autista, que llega sin avisar, cuando el niño cumple el año de vida o poco más, y se va colando en la vida del afectado y de todos los que lo rodean. En este artículo os voy a exponer mi punto de vista sobre el tema, porque, como madre de un joven con T.E.A. (Trastorno de Espectro Autista), tengo mucho que decir y creo que merece la pena decirlo.

El color azul

Hoy los colores se han convertido en símbolos reivindicativos de múltiples causas. Así tenemos, por ejemplo, el lazo rosa para el cáncer de mama, o el color azul para el mundo del autismo. Azules son el mar y el cielo, y los dos pueden regalarnos una gama enorme de variaciones de color. Desde el tono sereno de un cielo en calma hasta el azul frío y aterrador de una tormenta en el mar. Y, como el cielo o el mar, también el autismo puede albergar bajo sus alas a personas tan pacíficas que parecerían invisibles, o a pequeños con rabietas que son verdaderos terremotos y que dejan en mantillas a las pataletas de los niños, digámoslo así, normales. Lo podéis comprobar en estas líneas que no son más que una pequeña muestra de esa extraña y desconocida paleta de colores que son los T.E.A.

Cronología del autismo

¿Qué ha ocurrido para que el concepto de autismo se haya hecho mayor y hoy se le conozca como T.E.A.? ¿Qué le ha hecho llegar a adoptar ese nombre con siglas rimbombantes que nada tienen que ver con la bebida favorita de los británicos? Para entenderlo hay que viajar al pasado, al comienzo de la historia. Y no hace falta remontarse demasiado. Porque el concepto de autismo tiene menos de cien años.

En 1943 Leo Kanner estudió a once niños que tenían en común, entre otras cosas, una severa dificultad para adaptarse a los cambios y para llevar a cabo con normalidad relaciones sociales. En 1944 Hans Asperger, trabajando por separado, describió también a un grupo de niños con características muy similares a las descritas por Kanner. Hasta ahí podíamos pensar que la historia del autismo comenzó como la de tantas otras historias médicas, si no fuera porque se cometió un terrible error al formular una hipótesis demoledora: lo que causaba el autismo era, según Bettelheim y el mismo Kanner, una frialdad materna desde el nacimiento.

No quiero ni imaginar que yo hubiera vivido en esa época.

¿Os imagináis lo que puede suponer que le digan a una madre que su hijo está así porque no le ha dado suficiente cariño? ¿Cómo se sentirían esas madres cuando, además de cargarlas con ese estigma, les dijeran que sus hijos padecían esquizofrenia infantil y que la única solución era el internamiento psiquiátrico?

Por suerte hoy las cosas han cambiado y la teoría de la madre frígida ya es solo historia. Pero no está de más mencionarla aquí porque, para entender adónde hemos llegado, es bueno conocer de qué punto partimos.

¿Y qué tiene el autismo para ser tan diferente?

Al comienzo he mencionado que el diagnostico suele producirse entre uno y tres años de vida. Eso, de por sí, ya es una broma pesada de la naturaleza. Porque hoy, con los adelantos en técnicas de imagen o estudios genéticos, es posible diagnosticar muchas patologías durante la etapa fetal. Por ejemplo, eso se hace con un cribado rutinario entre las embarazadas para la detección del síndrome de Down. En este caso las familias saben lo que se van a encontrar desde mucho antes del parto. Pero, en el caso del autismo, no hay marcadores predictivos, no hay ningún anticipo, ninguna pista. Es más, el niño nace envuelto en una aparente normalidad que estallará como una burbuja cuando alcance un punto crítico del desarrollo en torno a los dieciocho meses. Y, créanme, en un año o dos ha dado tiempo a llenar la cabeza y el corazón de planes de futuro, de proyectos y de ilusiones que se vienen abajo cuando pasa lo que les voy a contar.

Uno de los primeros síntomas de alarma puede ser una falsa carencia afectiva: el niño no tolera que lo besen, llora si lo abrazan, como si en lugar de abrazarlo lo estuvieran aplastando. Y es que muchos niños se sienten exactamente así, aplastados, abrumados. Tienen una hiperestesia que hace que lo que para nosotros puede ser un sonido normal, para ellos sea un ruido amplificado cien veces. A veces no soportan el roce de una simple etiqueta en una prenda de ropa. Pueden no responder a su nombre, haciendo creer muchas veces que tienen sordera, y quedarse abrumados o sufrir una terrible rabieta ante el ruido de una aspiradora. O, como le ocurría a mi hijo, acudir a sentarse delante del televisor cuando una presentadora, cuyo nombre no olvidaré nunca, Ana Blanco, daba las noticias del telediario. En el momento en que sonaba su voz, mi Javi dejaba lo que estuviera haciendo para quedarse embelesado delante de la pantalla. Y yo, en esos minutos de sosiego, que eran un regalo para mis nervios, intentaba cargar pilas o, a veces, idear planes disparatados para secuestrar a la pobre presentadora y mantenerla en mi casa a perpetuidad, mimándola como a una reina.

Podría llenar páginas y páginas con ejemplos similares. Abuelas desesperadas porque su nieto no las mira a los ojos. Niños tan selectivos a la hora de comer que rozan la desnutrición porque no toleran la textura o, simplemente, el color de un alimento. Episodios de autolesiones que pueden deberse a algo tan simple como que un adorno esté colocado en un sitio diferente al que suele ocupar… Creo que no hacen falta más explicaciones, ¿verdad?

Los niños crecen, y cuando llega la adolescencia el terremoto inicial que he mencionado al hablar del color azul puede llegar a adquirir la intensidad de una explosión nuclear. Porque la variabilidad del trastorno es tanta como la variabilidad de las personas. Y cada niño pequeño se transforma en un adolescente distinto. Si ya los adolescentes normales son difíciles de manejar, imaginen lo que puede suponer para una persona con autismo la revolución hormonal de la adolescencia. Solo imaginen. A mí me faltarían palabras para explicarlo aquí sin quedarme corta.

En muchos casos hay un mayor o menor grado de retraso madurativo, pero hay otros que presentan síndrome de Asperger, que es un autismo de alto nivel, o de altas capacidades, que pueden, por ejemplo, pasar horas y horas hablando de su tema favorito, ya sea de las marcas de coches o de fechas de olimpiadas o de acontecimientos deportivos. Y no hay forma de meter baza en esa conversación, ni eso se limita a los más capaces. Recuerdo que cuando mi Javi adquirió lenguaje oral, tuvo una época en la que sus preguntas habituales eran siempre sobre temas energéticos. Entonces no existía internet y pasé más de una tarde buscando en las enciclopedias las diferencias entre las luces halógenas, fluorescentes e incandescentes. No me pregunten que de dónde nació su interés por semejantes cuestiones, porque bastante tenía yo entonces con encontrar respuestas a sus preguntas. Y luego, cuando mejoró, aquello dejó de importarnos tanto a él como a mí. Hoy sus temas de conversación son mucho más variados y políticamente correctos: le gusta hablar del tiempo, de viajes, de ocio, de sus estudios, de temas, en fin, bastante más normalitos.

Y llegamos a la época de adultos. Que ahí sigue habiendo mucho de lo que hablar. Porque las personas con T.E.A. se ven obligadas a moverse en un mundo diseñado por personas que no tienen autismo. Y desarrollan una serie de recursos para adaptarse a ese mundo diferente. Aprenden a usar frases convencionales, a decir “tanto gusto”, o “me encanta” aunque eso no refleje su estado emocional. Ya, ya lo sé. Eso lo hacemos todos, pero no es lo mismo. Ellos aprenden a imitarnos, aunque a veces no nos entiendan, porque desean que no los veamos tan diferentes. Se van a mover siempre entre nosotros como la persona que se va a vivir a otro país con un conocimiento rudimentario del idioma y de las costumbres del sitio al que se dirige. Por supuesto hay cosas que logran captar, y voy a daros otro ejemplo personal que me hizo sentir un momento de felicidad casi infinita. A Javi le habíamos trabajado las fórmulas sociales de cortesía. Las típicas de “cómo estás”, “buenos días”, “cómo te llamas”, y otras más o menos parecidas. Pero nos encontramos un día con un amigo muy campechano que lo saludó de esta guisa: “¿qué hay, colega?” Javi se quedó pensando durante varios segundos con la frente arrugada. Ese “qué hay” no estaba entre sus archivos de frases cotidianas. Y, cuando todos creíamos que no iba a responder, nos dejó boquiabiertos. Levantó las cejas, se pintó la cara con una sonrisa gigante, y soltó una sola palabra: “Alegría”. Y, desde luego, vaya si había alegría. A mí me invadió de golpe por todos los poros, porque era su primera respuesta “no trabajada” y había sido capaz él solito de elaborarla para expresar cómo se sentía en ese instante.

Un adulto con T.E.A. tendrá siempre a la inseguridad como compañera de viaje. Muchos presuntos delincuentes son en realidad personas con esta patología, inadaptados sociales. Hay quien defiende que genios como Einstein, Mozart y alguna que otra celebridad eran, en realidad, personas con autismo. Porque cuando tienen altas capacidades se da la paradoja de que, al coexistir con unos intereses muy limitados y rígidos, son verdaderos genios en lo suyo. El problema viene cuando tienen que enfrentarse a situaciones en las que su carencia de habilidades sociales se pone de manifiesto. Conozco a un adulto con síndrome de Asperger que estuvo a punto de que lo detuvieran porque cuando un policía le pidió la documentación en un control rutinario, le preguntó que por qué se la pedía, y como la respuesta del policía no le convenció, no tuvo reparo en decirle que él “no lo consideraba necesario” y que, por tanto, no se la iba a enseñar. Y se lo dijo con tal tranquilidad que el agente pensó que se estaba burlando de él o que tenía algo que ocultar. Y cuanto más hablaban, más se complicaba el tema.

En conclusión

Sobre el autismo existen libros y tratados que dan idea de su complejidad. En este artículo, aprovechando la fecha de 2 de Abril, me he limitado a compartir un vuelo rasante sobre ese planeta azul que existe en el nuestro, en nuestra Tierra.

Y este año el mensaje de las organizaciones y asociaciones que trabajan por y para el autismo ha sido claro: intentemos facilitar la inclusión de estas personas en nuestro mundo, sin exigirles que sean diferentes a lo que son. Porque tienen derecho a ser así, a que se les respete, a que se les den herramientas de autodeterminación, a compartir, en suma, nuestro mundo. Que también es el suyo aunque no sean iguales a nosotros. No olvidemos que existen o deberían existir muchas más cosas que nos unan que cosas que nos separen.

Adela Castañón

Imagen: Foto de Ben Hershey en Unsplash

El calendario egipcio. Una curiosa historia

La última semana de febrero estuve en Egipto con un viaje de grupo, y es una experiencia que recomendaría a cualquier persona con los ojos cerrados. Intentar recoger en un artículo todo lo que aprendí es misión imposible, pero me apetece compartir al menos una de las muchas cosas interesantes que desconocía: el origen del calendario.

Mi descubrimiento se produjo durante la visita al templo de Kom Ombo. El guía de nuestro grupo, Tarek, egiptólogo de profesión, se paró delante de un mural y nos hizo una pregunta a bocajarro:

–¿Alguno de ustedes se ha preguntado por qué febrero tiene veintiocho días y los demás meses tienen treinta o treinta y uno?

Ninguno de nosotros levantó la mano para responder ya que, como es natural, no teníamos la respuesta. Ojalá yo hubiera tenido una grabadora para haber conservado todos los detalles de una explicación magnífica. Y, aunque no soy egiptóloga, trataré de contaros aquí esa historia que me pareció apasionante.

Se piensa que el calendario egipcio del templo de Kom Ombo, con más de dos mil años de antigüedad, es el primero conocido en la historia de la humanidad. La vida de los egipcios estaba regida por el Nilo, y el estudio de algunos papiros nos ha permitido saber que medían el tiempo en función de un hecho trascendental para ellos: las crecidas y los desbordamientos anuales de su río, al que consideraban la fuente de la vida. Por eso concibieron un calendario más agrícola que astronómico, a diferencia de otros pueblos, como el babilónico, que fijaba la duración del año en función de observaciones sobre los astros.

Para los egipcios el año constaba de 365 días, divididos en doce meses, de treinta días cada uno. Eso nos daría un total de 360 días a los que añadían cinco días adicionales, llamados los días muertos o días olvidados, que los griegos llamaron días epagómenos o añadidos, del verbo επαγω (epago), añadir. Esos cinco días se introducían después del mes doce y antes del día de año nuevo, y se consideraban una especie de festivos dedicados a honrar a los dioses. En egipcio se llamaban “heru repenet (Hrw rpnt)” y en ellos se festejaban los nacimientos de OsirisHorusSethIsis y Neftis, porque en esos días la diosa Nut pudo dar a luz a sus cinco hijos, ya que el dios Ra le había prohibido tenerlos durante el año.

El año se dividía en tres estaciones, de cuatro meses cada una. Y cada mes tenía tres semanas denominadas décadas, «(tp-ra-mD)», de diez días, en lugar de los siete que tienen hoy las nuestras. Las tres estaciones eran:

  • Inundación (Akhet o Ajet), entre mitad de julio y mitad de noviembre.
  • Siembra o germinación (Peret o invierno), que transcurría desde la mitad de noviembre hasta la mitad de marzo.
  • Recolección o cosecha (Shemu o verano) de mitad de marzo a mitad de julio.

Dado que para ellos la vida era la cosecha, el año empezaba en marzo. Y teniendo en cuenta esa mentalidad agrícola, empezaban a contar el año con marzo como el mes uno. También el calendario romano, posterior, comenzaba el mismo mes. Y eso hace que sean lógicos los nombres actuales de algunos de nuestros meses: septiembre (mes séptimo), octubre (octavo), noviembre (noveno) y diciembre (décimo). En los escritos egipcios, para nombrar las fechas se usaba el número del mes en vez de el nombre propio. Así, por ejemplo, encontramos “Día siete del tercer mes de la inundación”. Al final de los doce meses, como he señalado antes, se añadían los cinco días olvidados.

Más tarde Julio César impuso en todo el territorio controlado por Roma el calendario juliano. Para ello contó con la ayuda de un egipcio, Sosígenes. Distribuyó los cinco días olvidados y los añadió a meses alternos. A esto hay que añadir un rasgo de la mentalidad imperial romana: Julio César y Augusto quisieron que les dedicaran un mes del calendario. Así permanecerían en el recuerdo de las gentes y se harían inmortales, y de ahí vienen los nombres actuales de nuestros meses de julio y agosto. Y, para darles mayor importancia, a estos dos meses imperiales se les atribuyó uno de los días olvidados. Por eso los meses van alternando entre treinta y treinta y un días, salvo julio y agosto que son los dos únicos consecutivos que tienen treinta y un días cada uno. Y al repartir de ese modo los días olvidados, cuando la cuenta llegó a febrero, que era el último mes del calendario, le tocó quedarse solo con sus veintiocho días actuales. Lo de los 29 días de los años bisiestos ya es por razones astronómicas, que no tienen que ver con el calendario egipcio.

Os he contado esto de memoria, ateniéndome a lo que recuerdo de los comentarios de nuestro guía. Así que, si algún especialista en el tema me pilla algún error, vaya por delante que este artículo lo he concebido más como una historia interesante que como un documento con aspiraciones de perfección técnica. Pero no me negaréis que la pregunta que nos hizo Tarek no da lugar a reflexiones interesantes.

Ojalá mi viaje hubiera durado una semana de las de entonces. En lugar de siete días habría disfrutado de tres más para conocer y admirar una cultura cuyo conocimiento me hace sentirme mucho más rica, a pesar del dinero que me gasté en el viaje.

Hay cosas que valen la pena, y Egipto es una de ellas.

Adela Castañón

Foto de la autora. Templo de Kom Ombo

Carmen Romeo. Firma invitada en el Cinco Villas

Desde El Frago. Carta de Benjamín Biescas

El día de San Nicolás, el patrón de El Frago y de los niños de las escuelas, el día del santo que trae los regalos a los niños de gran parte de Europa, José Ramón me regaló el espacio de la firma invitada en el blog cincovillas.com

http://www.cincovillas.com/firma-invitada-carmen-romeo-peman/

Hoy reproduzco el artículo que me publicó, precedido de la introducción que me dedicó.  Y al final os dejo mi currículum, que él lo ponía como introducción, pero yo, por esa timidez propia de la gente de mi tierra, lo he pasado al final. No es que me avergüence, pero tampoco es cosa de presumir.

¡Gracias José Ramón!

Introducción de José Ramón Gaspar

Sigo los escritos de Carmen Romeo en Letras desde Mocade y había leído su libro De las Escuelas del Frago, reconociendo en él, que solo una mujer amante de la enseñanza, a la que ha dedicado su vida y vivió su alegre niñez en aquellas escuelas de El Frago, junto a la románica iglesia de San Nicolás, podía escribir con tanta sensibilidad y cariño sobre ellas.

Le gustó en uno de mis post, la fotografía de una antigua escuela que conservan como “Museo de las Escuelas” en Lacorvilla y  que  hoy  su estufa de leña, sería objeto de decoración.

En sus escritos se adivina el respeto y admiración que tiene hacia estos pequeños lugares de las Cinco Villas de intachable historia, llenos de sencillez y cordura entre sus semejantes, y sobre todo, de la belleza y encanto que prima por doquier.

Creí oportuno que llegase a enriquecer mi blog con su pluma y le pedí que fuese FIRMA INVITADA en él.

Con toda amabilidad y prontitud en su aceptación, me envía su colaboración sobre algo que siempre he admirado: la unidad y afán de progreso para nuestra comarca, que hombres de distintos pueblos, con grandes esperanzas y anhelos, proyectaban pantanos, carreteras y hasta el tren, marcando una época, y dejando su sentir en las páginas de un periódico, el Cinco-Villas nacido en 1912. Y Carmen Romeo me cuenta:

Se me ha ocurrido hacerte este artículo, a propósito de una carta que me proporcionó Alberto Giménez Ara, ex alcalde El Frago, y que, en 1913,  el Secretario, Benjamín Biescas Guillén, la había mandado al periódico Cinco-Villas. Aquí reproduzco la carta, basada en hechos históricos y envuelta en un marco ficticio que yo he puesto en boca de Gerardo Miguel Dehesa, el director del periódico.

Agradezco su atención, y esta es su Pagina como FIRMA INVITADA.

José Ramón Gaspar

cabecera del cinco villa

Desde El Frago. Carta de Benjamín Biescas

Cuando en 1913 recibimos una carta de El Frago, yo llevaba casi un año de director del “Cinco-Villas. Periódico regional independiente bimensual”. Lo llamamos así por Ejea de los Caballeros, Tauste, Sádaba, Uncastillo y Sos del Rey Católico. Las cinco villas que dieron nombre a nuestra extensa comarca.

Tres años antes, en 1910, yo, como era natural de Ejea, me había juntado con mi paisano el famoso abogado Manuel Maynar Barnolas, y con el farmacéutico Eloy Chóliz Sánchez, natural de Valpalmas. Queríamos dar soluciones a los problemas de nuestra comarca, sobre todo a la falta de riegos y a las malas comunicaciones de los pueblos. Para eso fundamos la Junta de Defensa de las Cinco Villas. Y, dos años después, en 1912, creamos el periódico Cinco Villas para dar voz a esa Junta y vida a los pueblos de la comarca. Nuestras publicaciones se orientaban a exponer las reivindicaciones, a denunciar las injusticias y a permitir que nuestros paisanos manifestaran sus opiniones.

Íbamos a publicar el número 24. Sabíamos que existía El Frago. Allí teníamos un suscriptor que nos había adelantado las 2,50 pesetas de la cuota anual, cosa que era poco frecuente. Pero no habíamos llegado a recoger noticias de esa zona porque el Cinco-Villas lo llevábamos los tres solos y no dábamos abasto.

—Oye, Gerardo ¿has visto la carta que ha llegado de El Frago?

La había leído y me había sorprendido mucho. Tanto que estaba decidido a incluirla en el número que iba a salir en unos días. Me llamaron la atención la buena prosa y la claridad de ideas. Incluso había pensado que ese Benjamín Biescas podría ser un buen redactor.

—Sí, sí. La he comentado con Eloy. —Me volví hacia Manuel que se había quedado de pie esperando mi respuesta—. La verdad es que el tipo da en el clavo. Escribe bien, con una prosa rigurosa, fresca y moderna. Y con gran sentido del humor, que buena falta nos hace. Tiene pinta de ser algún estudiante que esté pasando las vacaciones por allí.

—¡No, hombre, no! —Manuel apoyó las manos en la mesa y adelantó un poco el cuerpo—. Es el Secretario del Ayuntamiento. ¿No te acuerdas de que estaba en la lista cuando nombramos corresponsales a todos los secretarios? Se nota que es un hombre bien formado y muy interesado en los temas que afectan al pueblo y a la comarca. —Hizo una pausa y siguió—: ¿Puedes leérmela?

El Frago, 8 de Febrero de 1913

Sr. D. Gerardo Miguel Dehesa

Muy señor mío: aunque tan solo sea para dar señales de vida, tengo el sumo gusto de dirigir a usted estos mal hilvanados renglones (si lo merecen) en el periódico de su dirección.

Desde el primero al último número de “Cinco-Villas” que se han publicado los he recibido sin el menor retraso ni falta, y han sido leídos por mí con tal avidez y entusiasmo, que creo no haberme dejado sin leer, en ninguno de ellos, ni el título de imprenta. Con esto tan solo quiero decir la satisfacción que me produce su lectura, por la que veo que su constante afán es hacer bien a sus semejantes y en especial a los de las Cinco Villas.

Lo que sí me llama la atención es que los nombres de los pueblos de Orés y El Frago no suenan por ninguna parte, y no sé si esto será debido a la situación topográfica que ocupamos, a que no chillamos, a la apatía o a la indiferencia de sus convivientes, a que somos muy sufridos o a que vivimos en un paraíso terrenal en el que nada nos hace falta. Y creo, pues, que no debemos ser ni tan callados, ni tan sufridos, ni tan apáticos, ni tan indiferentes, porque son muchas las cosas que nos hacen falta y que deben publicarse para que se sepa que las necesitamos, porque está visto que el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama se le abre.

Por mi parte, puedo decir que este pueblo pidió al Gobierno (no sin razón) un premio por el fomento del arbolado y se le concedió; pidió un trozo de camino vecinal y por Real Orden de 9 de noviembre último también se le ha concedido. Lo que no se sabe es por qué no se está haciendo ya ni cuándo se hará; pero sí sé que el pedir las cosas y tener confianza en alcanzarlas es tener conseguido más de la mitad.

Tampoco debemos dejarlo todo a la acción del Gobierno nacional, porque este tiene muchos puntos donde acudir, sino que nosotros, por nuestra parte, debemos hacer muchas cosas que no hacemos, y lo poco o mucho bueno que cada uno hace debe publicarlo para que lo imiten los demás. Véase cómo nosotros, sin el auxilio del presupuesto de la nación, hemos hecho de nueva planta una escuela de niños que dudo haya en la provincia otra que reúna mejores condiciones higiénicas y pedagógicas que la nuestra. Tenemos un vivero municipal para la repoblación del arbolado, de donde todos los años se saca una multitud de planta y la que le sobra al Ayuntamiento la distribuye entre sus convecinos. Desde el año 1906 venimos celebrando, cada vez con mayor solemnidad, la Fiesta del Árbol, y esto ha despertado tal estímulo entre los vecinos que oficial y particularmente se hacen plantaciones inmensas, que dentro de pocos años han de reportar muchos beneficios.

Ahora se trata de implantar la mutualidad escolar, y de su resultado daremos cuenta oportunamente a los lectores de las “Cinco-Villas”. Esto que a nosotros nos parecen obras buenas nos hace pensar algunas veces que hacemos el ridículo por falta de imitadores.

Réstame decir que, según noticias particulares, he sabido que personas de muchos conocimientos y verdadero interés por esta comarca, van a Luna, al objeto de asistir a la reunión que en esta villa se trata de celebrar el día 23 del mes actual sobre el pantano de Luna, y aprovechando esta excursión, entiendo que sería muy conveniente que la ampliasen hasta Biel y así verían sobre el terreno que la carretera de Zuera a Murillo debe variarse, si ya no se ha hecho desde Luna, para que en vez de seguir su primitivo trazado, vaya por el cauce del río Arba a enlazar en el término municipal de la villa de Biel con la de Uncastillo a Murillo, que indudablemente tienen que ser de mucho menos coste y de muchísimo más provecho que por donde se trataba de llevar, advirtiendo que no basta variar el trazado, sino ejecutar la obra, y cuanto antes mejor. A la vez dichos señores excursionistas verían en Biel este hermoso pantano que  tiene allí improvisado la Naturaleza y que tan solo hace falta aplicarle las tajaderas.

Temiendo haberme hecho molesto, doy punto final a esta carta, por cuya publicación le quedará sumamente agradecido su afmo. S. s. s., q. e. s. m.,

Benjamín Biescas.

Manuel me dijo que teníamos que publicar la carta con una respuesta. Así que, en la misma columna, incorporamos una nota que yo mismo redacté.

—¿Qué te parece?

—Anda, léemela.

Cartas como la del Sr. Biescas hacen falta, tenían venir de los pueblos para su publicación en todos los números. Esa es nuestra campaña, arrancar del indiferentismo.

—¿Crees que voy por buen camino?

—Sí, sigue, sigue.

Los representantes en el Municipio, en la Diputación, ya provincial como a Cortes, necesitan orientación comarcal, por el camino del progreso al bienestar de todos, y para todos está el Cinco-Villas, siempre dispuesto a cooperar con energía, con oportunidad y con amor.

—Yo creo que el señor Biescas se quedará satisfecho. Además le podríamos solicitar que nos mandara noticias de El Frago, Biel, Orés, Lacasta y Júnez. Que no es fácil llegar a esos pueblos.

—Me parece bien. Ese Benjamín piensa como nosotros y conoce la zona. Me da que se está adelantando a algunos problemas. Me refiero a las pegas que pone a que se haga el pantano de Villaverde. —Se quedó pensativo un momento—. No sé, pero, a lo mejor don Ramón Ríos, el ingeniero que ha hecho las mediciones en Villaverde, tendría que hacer otras en Biel. Sería bueno que tuviera en cuenta lo que dice el señor Biescas que conoce bien la zona y hace una propuesta muy razonable.

—Estoy de acuerdo contigo, pero los mandamases no darán su brazo a torcer —le contestó Gerardo, que en ese momento estaba secando el plumín en el papel secante.

—Es que lo he meditado mucho. Las grandes proporciones de la obra de Villaverde podrían condenarla al fracaso. No está mal eso que dice de trasladar la presa encima de Biel, cerca de lo que se llama el “Pozo Tronco” o “Después del Cerro”, unos veintitantos kilómetros más arriba del Castillo de Villaverde. Pero, como tú dices, estos ingenieros, aunque no conocen la zona, no se dejarán convencer por el secretario de un pueblo.

—Y menos por una persona desconocida. Si hasta nosotros pensábamos que era algún estudiante de cura. —Se rieron los dos.

—Pues es bastante racional en lo que expone. Aunque lo encuentro un poco exagerado en lo de las escuelas. —Manuel se quedó callado un momento antes de continuar—. Creo recordar que hace unos años hicieron mucho ruido pidiendo subvenciones. Y sé de buena tinta que hace seis o siete años arreglaron la escuela de chicos. “La arreglaron digo”, y nada de hacer una de nueva planta, que no tenían dinero. De hecho la de chicas ni la tocaron.

—¿Y cómo conoces tantos detalles de ese pueblo? Ahora sí que me sorprendes.

—No olvides que nuestro amigo Carlos Guzmán vive en El Frago. Y que anda muy metido en esto de las escuelas. Me cuenta que cada año tienen que alquilar algún local cochambroso para la escuela de las niñas. Y que lo sabe de primera mano porque le han pedido una casa que tiene medio arruinada para meter a las crías.

—Pero, ¡cuánta información privilegiada consigues!

—Pues aún te diré más, Carlos Guzmán me dijo que la maestra, doña Simona, está desesperada y no sabe a quién acudir —se santiguó—. Espero que no se le ocurra escribir al Cinco Villas. Que no estamos para enfrentarnos a los ayuntamientos.

—¡Qué secretario tan astuto! Se calla el tema que más quebraderos de cabeza le da.

Después, ya no tuvimos ocasión de publicar otros artículos del Secretario de El Frago. Nuestro periódico sólo tuvo cuarenta y ocho números y murió por asfixia económica. Manuel, Eloy y yo le habíamos alargado un poco la vida con nuestros ahorros, pero no pudimos hacerlo sobrevivir. El Cinco-Villas había nacido en marzo de 1912 y su último número salió en marzo de 1914. Fue un periódico adelantado para su época. Igual que Benjamín Biescas Guillén, el Secretario de El Frago, que sintonizaba bien con la línea del periódico como lo hizo constar en la única carta que le pudimos publicar.

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Para una comprensión cabal de la carta y del relato que le sirve de marco, contextualizaré a los personajes históricos que han ido apareciendo.

Gerardo Miguel Dehesa (Ejea de los Caballeros, 1852-1938). Ex militar. Presidió la Junta de Defensa y dirigió el periódico Cinco Villas. Solía firmar con el pseudónimo de “Camarales”, nombre de un término en la vega de Ejea.

Manuel Maynar Barnolas (Ejea de los Caballeros, 1875-Zaragoza, 1961). Fue decano del Colegio Profesional de Abogados, diputado provincial y regidor del Ayuntamiento de Zaragoza. Un hombre de inquietudes intelectuales y vasta cultura.

Eloy Chóliz Sánchez (Valpalmas, 1870-Zaragoza, 1966). Un notorio farmacéutico que junto con Miguel Rived Aburnies, otro cincovillano de Uncastillo, crearon la firma comercial Rived y Chóliz. Eloy fue un importante soporte moral y económico para el periódico, donde firmaba con los pseudónimos “Lucio”, “X”, “Z”, “A”, y con anagramas como “El Hoy”.

Ramón Ríos Balaguer (Zaragoza, ca.1884-1950). Ingeniero militar que en 1913 se encargó del proyecto de la llamada “presa de Luna”. No aceptó la propuesta de subir la presa a encima de Biel.

Carlos Guzmán Alamán (Ejea de los Caballeros, 1875-¿?), un terrateniente de Ejea con posesiones en Sádaba. En 1905, se casó en El Frago con Josefa Dorotea Murillo Senao (El Frago, 1886-¿?) y varios de sus hijos fueron a la escuela en El Frago.

Benjamín Biescas Guillén (El Frago, 1874-Bata, Guinea, 1953). Secretario del Ayuntamiento de El Frago durante más de treinta años. Desde 1904 hasta que, al acabar la Guerra Civil, fue condenado a un silencio administrativo por un expediente de responsabilidades políticas.

Simona Paúles Bescós (Aísa, Huesca, 1843-Petilla de Aragón, Navarra, 1935). Ella y su marido Pedro Uhalte Alegre (Villarreal de la Canal, Huesca, 1840–Petilla de Aragón, Navarra, 1917), estuvieron treinta años de maestros en El Frago y dieron una gran estabilidad educativa al pueblo. Simona llegó por traslado en 1883 y se jubiló en El Frago en 1913.

Carmen Romeo Pemán

 

periódico con carta de benjamínEn este número apareció la carta

(Copia de la Edición del Centro de Estudios Cinco-Villas. 1989)

Y todo lo anterior iba precedido por este currículum.

Carmen Romeo Pemán (El Frago, 1948), catedrática de Lengua y literatura, fue alumna de la escuela de El Frago hasta los 13 años. Es Maestra de Primera Enseñanza y Licenciada en Lenguas Románicas. Fue profesora de la Universidad de Zaragoza, del Instituto Francés de Aranda de Teruel y del Instituto Goya de Zaragoza. Ha participado en programas de investigación y educativos, nacionales e internacionales; ha pronunciado conferencias; ha asistido a congresos y mesas redondas; y es autora de numerosas publicaciones pedagógicas y literarias. En 1977 recibió el premio “Bernardo Zapater Marconell”, de ámbito nacional, por su trabajo de investigación en la zona de Albarracín, que reflejó en su libro Los Mayos de la Sierra de Albarracín (1980), CSIC.

Desde que, en 1972, se ocupó de la Toponimia de la ribera del Arba de Biel en un trabajo de fin de carrera, en sus publicaciones posteriores han menudeado las referencias a El Frago y a las Cinco Villas. Y más de cuarenta años después de aquel inicio, el año 2014, obtuvo un premio nacional con el relato De la roca nacida, de la serie “Las fragolinas de mis ayeres”. Ese mismo año el Centro de Estudios de las Cinco Villas, con la IFC, le publicó De las Escuelas de El Frago, su primer libro de jubilada. Desde el año 2016, de forma sistemática, publica relatos y artículos relacionados con El Frago y las Cinco Villas en el blog Letras desde Mocade, que comparte con tres escritoras más.

Entre sus numerosas publicaciones destacan, Estado general de las escuelas de Primeras Letras en la comarca de Borja antes de la Ley de 1838 (1980), Universidad de Zaragoza. Acceso al magisterio de Retórica y Gramática de Borja en 1774 (1980), Universidad de Zaragoza. Corrección y creación idiomática en los medios de comunicación de la Comunidad Autónoma aragonesa (1995), (coautora), Universidad de Zaragoza. Varias guías de lectura: En torno a Goya y Muñoz Puelles (1996) (coautora), MEC; Guía de lectura para “Cinco mujeres en la vida de un hombre” de Ramón Acín (2007), MEC; Una lectura de la obra de María Ángeles de Irisarri (2008), MEC.

Es coautora de: María Zambrano y sor Juana Inés de la Cruz. La pasión por el conocimiento (2010), PUZ. Reinas, señoras y Damas Enfermeras en la Cruz Roja de Zaragoza (1870–1986) (2011), Cruz Roja. Rosalía de Castro y Carmen Conde: emisarias de lo sagrado eterno (2014), Bubok.

Forma parte de un equipo de investigadoras, autoras del primer material didáctico en formato digital, Acortando distancias. Un viaje hacia la voz, el trabajo y el voto de las mujeres (1998), Instituto Aragonés de la Mujer y Universidad de Zaragoza. De un estudio sistemático de la presencia de la mujer en espacios urbanos, La Zaragoza de las mujeres, Callejero (2010), Ayuntamiento de Zaragoza, que ya lleva la segunda edición. De los carteles de una exposición y de la historia de WILPF (Women’s International League for Peace and Freedom), 2015. Y de Paseos por la Zaragoza de las mujeres, que en breve  verán la luz, editados por el Ayuntamiento de Zaragoza.

Buenos propósitos

“Año Nuevo, vida nueva”. Yo sigo el refrán y la costumbre de hacer buenos propósitos para el año que comienza. Así que, cuando me planteo los nuevos objetivos, comienzo por un balance. Una costumbre muy generalizada entre los escritores de los blogs que sigo.

Soy poco dada a mirar hacia atrás y cada vez lo hago menos. Quizá porque lo que veo delante me gusta y por eso no me apetece perder el tiempo echando sal en heridas que curarán, antes y mejor, si no me dedico a lamerlas, a menos que sea para extraer enseñanzas de las experiencias, aunque no sean agradables.

Si la retrospectiva me recrea vivencias positivas, la cosa cambia. Soy de las personas que piensan que hay que dar mucho más peso a lo bueno. Eso siempre está en nuestra mano. Y a la gente positiva que conozco le suelen ocurrir más cosas buenas que a los pesimistas. O tal vez lo viven de otro modo, y por eso la balanza siempre se inclina a su favor. No aspiro a imitar a Paulo Coelho o a Jorge Bucay, a los que, dicho sea de paso, leo de vez en cuando y no me avergüenza decirlo, aunque sé que las cosas no son tan sencillas.

De todos los personajes mediáticos a los que leo me quedo con lo que me convence. Tengo ya una edad en la que mis criterios están bastante claros, ¡pobre de mí si no fuera así! Y puedo escribir con seguridad acerca de mis propias opiniones y experiencias sin recurrir a copiar y pegar textos. Voy, pues, a los propósitos que me he planteado y me basaré en lo que ya he dejado atrás.

Mejorar mi forma física

Topicazo donde los haya, lo sé. Pero no me negaréis que su ausencia en mi lista de deberes dejaría un hueco enorme. Tan enorme como algunos de los bizcochos que me he comido en estas fechas y que se han empadronado gustosos, en sentido literal y metafórico, en distintas regiones de mi anatomía.

Nunca he sido lo que se llama una sílfide. Ni de lejos. La tía de un noviete que tuve le decía a su sobrino que se había echado una novia que era demasiado “jaquetona” para él. Aquello me hizo sangre en su día y, no sé si por eso, o por otros motivos, el romance murió a los tres meses de nacer. Pero ser grandota y aparentar más edad también tiene sus ventajas. Con quince años, si me hacía un moño bajo, podía entrar al cine a ver películas para mayores de dieciocho años sin que me pidieran el DNI. Porque, aunque algunos jóvenes no se lo crean, hubo una época, allá en la prehistoria de hace no tantos años, donde esas cosas pasaban. En fin, para no irme por las ramas, diré que uno de mis buenos propósitos es recuperar mi línea perdida. Que tras dos partos y muchos años rellenita, conseguí hace unos pocos quedarme bastante mona, pero me fui relajando y… bueno, ya podéis suponer la continuación de la historia. Espero que, en enero de 2020, podré contaros otras cosas y, además, poner una foto mía cuando escriba un artículo parecido a este, jeje.

Escribir

Seguro que a este propósito le estaréis dando más credibilidad que al anterior, y no os culpo. Pero tengo que ponerlo aquí, porque echando la vista atrás me doy cuenta de que no me lo he propuesto nunca de modo consciente, como estoy haciendo ahora. No cabe duda de que es algo que vengo cumpliendo cada vez más y mejor y no me importa decirlo aunque alguien piense que es faltar a la modestia. Estoy orgullosa de mi trayectoria como escritora. He dejado de padecer el síndrome del impostor en cuyas garras había caído sin saber bien cómo. Así que ahora disfruto de mi recién estrenada salud como autora y me enfrento al agradable reto de mantener una continuidad en mi relación con la escritura. Porque es muy bonito participar en las redes sociales con mis relatos y artículos y encontrarme con esos regalos en forma de comentarios y de “me gusta” de personas que me leen. Algunos son de amigos y conocidos, pero otros, cada vez más, son de personas a las que no les pongo cara, pero que me leen, me escriben e interaccionan conmigo, me regalan su tiempo. Y eso es algo que, desde aquí, aprovecho para agradecer.

Este propósito de escribir va a tener este año mucho peso específico porque lo de escribir era y sigue siendo una meta. Y necesito plantearme objetivos concretos para alcanzarla. Meta y objetivos no son palabras sinónimas, y ya hablé sobre eso en este artículo de hace un año. Porque los objetivos son los adoquines que alfombran nuestro camino hacia la deseada meta. Y aquí, a riesgo de volver a parecerme a Coelho o a Bucay, tengo que deciros que la felicidad, en cuanto a escribir se refiere, la estoy encontrando en el camino y lo de la meta es más que nada un añadido teórico. No tengo que generar ingresos con la escritura, puesto que mi trabajo como médico es lo que me paga las facturas. Ni tengo una meta concreta del tipo “publicar mi primera novela”, o algo así, aunque lo cierto es que acabo de empezar a revisar el borrador de mi primer proyecto y tengo dos borradores más descansando hasta que les vuelva a poner la vista encima. Pero me he propuesto conceder más importancia a objetivos concretos. Por ejemplo, revisar al menos dos capítulos por semana del borrador. Y en ello estoy.

También pienso mantener mi ritmo de publicaciones en este Letras desde Mocade que es para mí una escuela y mi segunda casa, aunque sea virtual. Y, como Mocade nació gracias a las amigas a las que conocí en la Escuela de Escritores, en pocos días volveremos a ser compañeras de pupitre en el curso de Relato Breve que vamos a comenzar. Con la alegría añadida de que también se ha matriculado un compañero de cursos anteriores al que las mocadianas queremos mucho, y una compañera mía de sufridas guardias con la que me encantará compartir letras gracias a la proximidad que nos dará esta enseñanza on line.

Y yo creo que con esos dos propósitos voy bien servida. Todos los días del año son buenos para hacer borrón y cuenta nueva, pero en estas fechas parece que esa posibilidad de cambio se ve más al alcance de la mano.

Bueno, pues ya me contaréis cuáles son vuestros buenos propósitos. Los míos me gustan y me apetecen. Y eso es ya un estupendo comienzo.

¡Feliz año nuevo!

Adela Castañón

Imagen: Photo by Green Chameleon on Unsplash

Gregoria Brun, la maestra de Concepción Gimeno Gil

#nuestrasmaestras

Andaba buscando genealogías femeninas y cayó en mis manos La mujer española (1877), un libro de Concepción Gimeno Gil en el que dedicaba un capítulo a su maestra Gregoria Brun, cuando todavía vivía. Lo leí muchas veces y siempre me provocaba la misma emoción: por la grandeza de la maestra y por la generosidad de una alumna que en ese momento ya era una periodista famosa.

En varias publicaciones se hace referencia a ese capítulo, incluso se glosan algunas de sus partes, pero pocas lo transcriben y ninguna se acerca a la biografía de la maestra que lo inspiró.

Tendré en cuenta lo que otros han dicho, aunque, en mis palabras, pondré el énfasis en doña Gregoria y, para su biografía, recuperaré los datos fragmentarios que me ofrecen los archivos que he podido consultar. También daré cuenta de la convulsa vida de su familia, como consecuencia de los acontecimientos políticos del momento.

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La mujer española. Portada. 2

Concepción Gimeno Gil (Alcañiz, 1850-Buenos Aires, 1919), más conocida como Concepción Gimeno de Flaquer, por su matrimonio, en 1879, con el periodista catalán Francisco de Paula Flaquer i Fraise.

Fue una mujer adelantada a su tiempo: maestra, escritora, periodista, fundadora y directora de varios periódicos en España y América. Luchó por los derechos de la mujer y defendió un feminismo moderado. Buscó un punto medio entre las avanzadas ideas feministas y las tendencias tradicionales. Y lo encontró en la defensa de la dignidad intelectual y humana de la mujer.

Desde los cinco años hasta los dieciocho vivió en Zaragoza y fue a la escuela con doña Gregoria, de la que nos dejó este magnífico retrato:

Doña Gregoria Brun, que así se llamaba, era el tipo más acabado de la distinción y la superioridad: su estatura bastante elevada, su figura majestuosa. Como en la infancia lo más leve más impresiona, la suave severidad de mi directora, su noble altivez, su dignidad y hasta su belleza escultural contribuían a formar en mi fantasía una ilusión que me la hacía considerar como un ser superior, castigado a vivir en la tierra; como un ser algo más que mujer, cual una divinidad de los antiguos tiempos.

Favorecía a mi ilusión su carácter,  distinto completamente al de todas las mujeres, pues mi directora hubiera podido decir en voz alta: “Tengo el honor de parecerme más que a mí misma”.

Era sumamente original y, por eso, odiaba la rutina; su lenguaje era fácil, elevado y persuasivo, pero muy sencillo; jamás olvidaba que hablaba con la infancia.

Como su voz era buena, su palabra armoniosa y vibrante, conseguía apoderarse de nuestro corazón y nuestro criterio: mi afecto hacia mi directora era un culto.

Cuando se rodeaba de niñas, y ante un mapa nos explicaba geografía, parecía Minerva distribuyendo el pan de la inteligencia.

Sus ojos eran dos astros que arrojaban ígneo resplandor, porque asomaba de ellos el genio. Su frente espaciosa parecía trasparente cuando intentaba inculcarnos grandes ideas. Y su semblante, de líneas correctas y severas, pero nunca duras, se animaba al percibir que habíamos comprendido sus lecciones.

Tenía varias auxiliares pasantas, porque, como directora de la Normal, el mayor cuidado la consagraba a las jóvenes que estudiaban para maestras, pero nadie podía relevarla dignamente.

Encontrábamos pobre y confusa la explicación de la que la representaba. Y, como la sabiduría se impone tanto, a nadie concedíamos la respetuosa atención que a nuestra directora. Donde podían haberla admirado los hombres más eminentes, era en las clases de las aspirantes al título de maestra. El número de estas era inmenso, y entre ellas se encontraban algunas de más edad que mi directora. Otras sumamente ilustradas. Bastantes de familias aristocráticas, que, sin necesitar esa carrera, anhelaban un título que tanto enaltece a la mujer y que es el único que no le está vedado en España.

Como siempre he tenido afición de aprender, en las horas de recreo abandonaba los juegos infantiles y me ocultaba en un rincón del salón de las maestras para escuchar a mi directora en las clases superiores. Entonces lucía ella sus vastísimos conocimientos, su elocuencia ciceroniana, sus brillantes disposiciones para la oratoria. Aquel auditorio exigente se entusiasmaba tanto que, inconscientemente y turbando el silencio de los regios salones de aquella gran escuela, prorrumpía en bravos y aplausos, cuyo eco detenía por un momento el bullicio de las traviesas niñas que revoloteaban por los patios destinados a correr y jugar.

Aquella sublime mujer dominaba con la palabra a más de cien mujeres despejadas, altivas, orgullosas, audaces o irónicas las más.

Un día me sorprendió oculta por el caballete de la pizarra en un ángulo del salón. Y, al observar mi atención y verme convertida en estatua, del asombro, por la expresión de mi rostro, me concedió el título de oyente. Y desde entonces tuve un puesto en el salón de aquella clase, cuyas alumnas estaban cursando el último año de la carrera.

Confieso que me enorgullecí ante tal deferencia y me di toda la importancia que pude entre mis condiscípulas. Este rasgo era, indudablemente, un desbordamiento de mi amor a la gloria.

Mi directora era una gran literata, pero sus ocupaciones no le permitían escribir libros. Se limitaba a transmitir su ciencia a nuestro entendimiento.

Concepción_Gimeno_de_Flaquer,_en_Caras_y_Caretas

Concepción Gimeno Gil

Al salir del colegio, mi directora tuvo una gran pena. Sus primeras deferencias para conmigo se habían trocado en cariño.

Más tarde, cuando he obtenido algún triunfo superior a los triunfos escolares, mi directora ha gozado extraordinariamente en ese triunfo. Y yo jamás la he olvidado.

Afortunadamente existe todavía, aunque no sé si se halla al frente de aquella escuela de maestras y niñas. Sean estas líneas el eco de mi agradecido corazón a sus beneficios, el débil testimonio de mi entusiasmo y cariño eternal.

¡Benditas maestras!

¡Cuántas veces debemos a una maestra un porvenir lisonjero, una brillante posición social!

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Gregoria Brun Catarecha (Hecho, Huesca, 1833–Zaragoza, 1885) era la segunda hija de Juan Brun Val y María Josefa Catarecha López. Sus abuelos paternos fueron Mariano Brun y Juliana Val. Y los maternos, Agustín Catarecha y Teresa López. En 1831 había nacido  su hermano Juan Manuel.

Su padre, Juan Brun Val, administrador de la aduana de Siresa, falleció en 1834, durante la Primera Guerra Carlista (1833-1840), en los violentos sucesos de Hecho.

El día 27 de junio, huyendo del poder de los facciosos, fueron asesinados, D. Juan Brun Val, administrador de Siresa, residente en Hecho, D. Mariano Brun primo del anterior, hacendado, y D. Juan Antonio Pétriz, hacendado. (Cfr. La Revista Española, 12 de julio de 1834)

En 1837 la madre de Gregoria se volvió a casar y un tutor, Juan Antonio Brun, se hizo cargo de la educación de los dos hermanos. Ese año, a instancias del tutor, las Cortes permitieron que la pensión de viudedad de Doña María Josefa Catarecha, 750 reales, pasara a sus dos hijos, Juan Manuel y Gregoria, menores de cinco años.  Esta pensión había sido otorgada por la valentía con que don Juan Brun y Val se había batido en la defensa del valle contra los carlistas. (Cfr. La Gaceta de Madrid, 7 de noviembre de 1837)

Gregoria debió de estudiar en una escuela privada de formación de maestras. Su hermano cursó los estudios en Huesca: bachillerato, en el Instituto Ramón y Cajal, y Magisterio en la Escuela Normal de Maestros.

En 1856 se creó en Zaragoza la Escuela Normal de Maestras y Gregoria, a sus veintitrés años, fue la primera directora y la primera maestra de una escuela pública del Ayuntamiento, que estaba anexa a la Normal.

Según la Guía de Zaragoza de 1860, dirigía una escuela laica del Ayuntamiento en la plaza Linán, 181, en la que se estudiaba para ser maestra. En esa escuela tuvo de alumna a Concepción Gimeno Gil.

En Zaragoza conoció a su futuro marido, Joaquín Lacambra Murillo, otro montañés, un farmacéutico carlista de Coscojuela de Sobrarbe, que tenía abierta una de las cinco Farmacias Centrales de España, en la calle Don Jaime Primero, 61. En 1865 figuraban juntos en varias colectas para bienes sociales. En 1866, Valentín Zabala Argote, un maestro zaragozano, en su libro La organización de las escuelas, la citaba como Gregoria Brun de Lacambra. Ese mismo año nació su hijo, Joaquín Lacambra Brun, un brillante abogado que estudió derecho en Zaragoza y llegó a ser Magistrado de la Audiencia Nacional.

En 1875 su carrera docente se vio alterada unos meses. Estuvo suspendida de empleo y sueldo en Estella:

La directora de la Escuela Normal de Maestras de Zaragoza, ha sido desterrada a Estella por haberse negado a firmar no sabemos qué juramento (Cfr. El Magisterio Balear, 4 de septiembre de 1875, p. 6).

Esta ausencia pudo estar condicionada por las consecuencias de la insurrección de su marido en Cantavieja (Teruel). Durante su ausencia, Andresa Recarte se encargó de la dirección de la Escuela Normal. En 1876, según la Guía Oficial de España, volvió a su cargo de directora de la Escuela Normal de Maestras y a ejercer de maestra de la escuela aneja.

Joaquín Lacambra Murillo (Coscojuela de Sobrarbe, Huesca, ca. 1836-Zaragoza, 1879) fue un boticario muy brillante, conocido en toda España, no olvidemos que tenia una Farmacia Central, por sus pastillas febrífugas. En la Exposición Aragonesa de 1868, obtuvo una mención honorífica por su jarabe de rábano yodado. Pero, por encima de todo, fue un carlista convencido y una persona influyente. Difundió su ideología como redactor de Perseverancia, un periódico fundado en 1867 por Bienvenido Comín y Sarté, jefe del partido carlista en Zaragoza. Y en 1870 dirigió La Concordia, un nuevo periódico destinado a la misma causa.

En 1873, con motivo de la Tercera Guerra Carlista (1872-1876), lo nombraron gobernador de Cantavieja, responsable de un hospital de sangre y director de la escuela de cadetes que se estableció allí para formar oficiales. En 1874 provocó una insurrección de dos batallones contra don Alfonso de Borbón y fue sometido a un consejo de guerra, en el que lo condenaron a muerte. Pero los informes médicos lo declararon demente y, en lugar de fusilarlo, lo llevaron preso a la cárcel de La Cenia (Tarragona).

En 1885 doña Gregoria Brun Catarecha, a los cincuenta y dos años, falleció víctima del cólera en plena actividad profesional.

En 1886, siempre según la Guía Oficial de España, para cubrir su vacante, nombraron directora de la Escuela Normal de Maestras de Zaragoza a Pilar Lacambra Brun, que había sido Regente en los años anteriores. La coincidencia de apellidos me hace pensar en su hija, pero para asegurarlo tendré que esperar alguna documentación que lo acredite.

En la memoria colectiva quedó una brillante profesora que educó a muchas generaciones de maestras y permaneció en el recuerdo de alumnas como Concepción Gimeno Gil.

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Antonio Martínez Valero me sugiere que Pilar Lacambra Brun era hija de Gregoria Brun, dada la coincidencia de datos familiares que se desprenden de la esquela que publicó La Vanguardia.

Pilar Lacambra Brun

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Gracias a las investigaciones de Enrique García Pascual, profesor de la Escuela Normal de Zaragoza, conocemos los nombres de las primeras directoras de la Normal de Maestras, las sucesoras de Gregoria Brun.

1857-1885. Gregoria Brun Catarecha, la primera directora, tomó posesión el 4/02/1857. Lo consiguió, pesar de que cuestionaron su titulación y valía. De hecho, Joaquín Avendaño Bernárdez, director de la Escuela Normal de Maestros en ese momento, no asistió al acto.

1885-1886. Pilar Lacambra Brun, hija de Gregoria Brun.

1886-1887. Encarnación del Águila Sánchez, que accedió por oposición.

1887-1928. Eustaquia Caballero y Castillejos.

1928-1931. Guadalupe del Llano Armengol.

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Fuentes principales.

Documentos de varios archivos provinciales y locales.

Noticias de la prensa histórica.

Domínguez Cabrejas, Rosa María (1989): Sociedad y educación en Zaragoza durante la Restauración (1874-1902). Ayuntamiento de Zaragoza, Vol. I y II.

Gimeno Gil, María de la Concepción (1877): La mujer española, estudios acerca de su educación y sus facultades intelectuales. Prólogo de Leopoldo Agustín de Cueto. Imprenta y librería de Miguel Guarro. Propiedad de la autora.

Pintos, Margarita (2016): Concepción Gimeno de Flaquer. Del sí de las niñas al sí de las mujeres. Plaza y Valdés Editores.

Romeo Pemán, Carmen (dir.), Gloria Álvarez Roche, Cristina Baselga Mantecón, Concha Gaudó Gaudó,  Inocencia Torres Martínez (2018): La Zaragoza de las mujeres. Callejero. Ayuntamiento de Zaragoza. Disponible en:

http://www.zaragoza.es/contenidos/sectores/mujer/callejero-mujeres18.pdf

Imagen principal: La desaparecida Universidad de Zaragoza de la plaza de la Magdalena. Archivo GAZA, Ayuntamiento de Zaragoza.

Carmen Romeo Pemán

Una buena noticia

En estos días han ocurrido dos cosas que me han hecho reflexionar, y quiero compartir con vosotros mi opinión. Una ha sido la celebración, el pasado 3 de diciembre, del Día Internacional de las Personas con Discapacidad. La otra, una noticia aparecida en la prensa local de mi ciudad, uno de cuyos protagonistas es mi hijo.

Compartí la noticia en mi Facebook y me ha emocionado recibir más de cien interacciones, con el consabido “me gusta” o “me encanta”. Y esa gran cantidad de respuestas me ha inspirado este artículo. Por una parte para agradecer el apoyo de todas esas personas. Y por otra para contribuir a seguir dando visibilidad a quienes tienen necesidades especiales y a toda la gente que trabaja para que su vida sea tan plena y feliz como la del resto de la humanidad.

En 1992 la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) estableció una efeméride para informar y concienciar a la sociedad sobre la realidad de la vida de las personas con discapacidad, incidiendo no solo en sus necesidades, sino también en los beneficios que aporta su integración en todos los ámbitos de la sociedad, para ellos y para el resto de los que nos llamamos “normales”. En estos más de veinte años existen términos que todavía siguen generando confusión, y sobre ellos quiero hablar. La noticia cuya imagen comparto es un ejemplo magnífico para aclarar ideas sobre cuatro conceptos importantes: exclusión, segregación, integración e inclusión.

Exclusión

Según el Diccionario de Acción Humanitaria y Cooperación al Desarrollo, la exclusión social es el proceso mediante el cual los individuos o grupos son total o parcialmente excluidos de una participación plena en la sociedad en la que viven. El concepto surgió en Francia, en los años 70, y hacía referencia a un 10% de población que vivía al margen del resto y que incluía grupos como discapacitados, ancianos, niños víctimas de abusos y toxicómanos.

Es un concepto muy amplio, multidimensional, que no voy a desarrollar en profundidad, pero en esencia supone la marginación de una serie de individuos que, por decirlo de algún modo, se volverían semi invisibles para el resto de la sociedad.

Las personas excluidas carecerían así de los derechos, recursos y capacidades básicas que les darían acceso al mercado laboral, a la educación, a sistemas de salud y protección social y a todo aquello que hace posible una participación social plena.

En el contexto de la Unión Europea la exclusión social es un factor clave a la hora de abordar las situaciones de pobreza, desigualdad, vulnerabilidad y marginación que padece parte de la población y entre las que se incluye el grupo de personas con discapacidad o con necesidades especiales.

Segregación

Según la ONU, se puede considerar segregación a cualquier acción que pretenda de manera clara y contundente someter a personas a torturas, que les niegue el derecho a la vida y a la libertad, que divida a la población por razas, que impida que determinados grupos raciales participen en la vida social y que les imponga una serie de condiciones vitales que vayan destinadas a hacer desaparecer a aquellos.

Aunque la exclusión y la segregación tienen muchos puntos en común, uno de los matices que las diferencia es el de grupo. Si la exclusión se lleva a cabo de modo individual, la segregación se ejerce de modo más colectivo contra determinadas minorías, ya sean religiosas, sexuales o de otro tipo, aunque pueda darse a veces el caso inverso, como cuando la minoría blanca de Sudáfrica estableció las condiciones del apartheid contra la mayoría de color.

Integración

Esta palabra, de origen latino, conlleva la acción y el efecto de integrar o integrarse, es decir, de constituir un todo con muchas partes que pueden estar ausentes, o de hacer que algo o alguien pase a formar parte de un todo. Así entendida, la integración vendría a ser lo opuesto a la discriminación, es decir, la acción y el efecto que involucran a muchos factores con el fin de agrupar a personas pertenecientes a distintos grupos, colectivos o creencias, desarrollando la tolerancia para que toda esa diversidad tenga cabida en el todo. Así, en el proceso de integración, un determinado elemento se incorpora a una unidad mayor.

Hasta aquí, la cosa va mejorando. Y parecería que el paso siguiente, la inclusión, es casi un sinónimo de la integración. Pero si profundizamos un poco veremos que no es así, y conviene llamar la atención sobre ese dato.

Cuando se habla de integración del colectivo de personas con discapacidad, nos encontramos a veces con que hay niños con discapacidad que pueden estar en una clase, por ejemplo, pero no llegan a ser parte activa en muchas de las acciones que llevan a cabo sus compañeros sin discapacidad. Es decir, están “dentro” del aula, pero se les destinan espacios exclusivos o tareas diferentes. En ese sentido, lo que en principio podría parecer algo positivo, corre el riesgo de convertirse en algo que no lo es tanto porque en el fondo acabaría fomentando la discriminación.

Y eso me lleva al cuarto concepto que considero el más importante.

Inclusión

Aunque esta palabra se emplea a veces como sinónimo de la integración, tiene con ella diferencias importantísimas. Si la integración ponía el acento en el individuo diferente, la inclusión, por el contrario, persigue que todas las personas participemos y compartamos los mismos ámbitos. No se centra tanto en el individuo que se sale de la norma, como en adaptar el ambiente a las distintas personas. Porque si el que es diferente tiene problemas o dificultades para participar en las tareas, entonces es el ambiente el que debería modificarse o adaptarse llevando a cabo los ajustes necesarios.

La inclusión se centra en las capacidades de la persona en lugar de hacerlo en su diagnóstico o en su discapacidad. Y si nos referimos al ambiente educativo o laboral, no se dirige a la educación especial o a meras actividades ocupacionales, sino a la educación en general y al mercado laboral en toda su amplitud, aunque para eso no baste con algunos cambios superficiales y el sistema deba sufrir profundas transformaciones.

Si solo nos basamos en principios como la igualdad o la competición, estaremos abocados al fracaso. Hay que ir más allá e incorporar también los principios de solidaridad, cooperación y equidad, que no es lo mismo que igualdad. No se trata de dar a todos lo mismo, sino de dar a cada uno lo que necesita para disfrutar de los mismos derechos y oportunidades. Porque no es justo intentar cambiar o corregir a los que son diferentes, y sí lo es, en cambio, intentar enriquecernos y enriquecerlos en base a sus diferencias, ya que la inclusión no disfraza unas limitaciones que son reales. Lo que hay que modificar no es al niño o a la persona diferente, sino las barreras que impiden su acceso a participar en el ambiente educativo, social o laboral.

Para terminar

Si habéis leído hasta aquí, comprenderéis que la noticia que he compartido con vosotros es un ejemplo a seguir en cuanto a poner en práctica la inclusión. FUNDATUL es una fundación tutelar que contacta con empresas que ofrecen a personas con discapacidad la oportunidad de trabajar dentro de los mismos ámbitos que los demás. Las personas realizan entrevistas, aprenden a llevar a cabo las tareas de los distintos trabajos y se suman a actividades acordes a su perfil, para lo cual se realizan las adaptaciones necesarias en el ámbito laboral con apoyos y ajustes razonables.

Ojalá haya más organizaciones y empresas que se sumen a iniciativas como la de FUNDATUL. Mi hijo Javier está orgulloso de su oportunidad, y lo cito textualmente, para “prepararse para el mundo laboral”, gracias a las prácticas que realiza en Worten. Pero si faltaba una guinda para este pastel, os cuento que tengo una paciente que trabaja en esta empresa y el otro día, cuando vino a mi consulta, me dijo que ojalá muchos de los chicos se queden porque da alegría trabajar con ellos, y cito también textualmente, “por la buena disposición que tienen, lo pronto que lo pillan todo y las ganas de trabajar que demuestran”.

¿Verdad que el título del artículo le hace honor al texto? Para mí, al menos, que pasen cosas como esas es, rotundamente, una buena noticia.

Imagen tomada de Internet

#MOLPEcon. Un cuento de hadas del siglo XXI

La #MOLPEcon, un evento organizado por Ana González Duque, se celebró en Madrid el pasado 17 de noviembre. Marketing On Line Para Escritores. Doce ponentes de lujo y cuarenta y cuatro asistentes con muchas ganas de aprender y de interactuar. Eso, dicho de modo conciso. Pero este híbrido entre relato y artículo no va a ser breve porque trata de mi experiencia personal como escritora en ese encuentro del que tengo mucho que contar. Sobre las ponencias, los ponentes, los contenidos y el evento ya hay un montón de entradas, tuits y artículos de Facebook. Así que prefiero contaros aquí las cosas desde un punto de vista diferente y personal.

Crónica de los hechos

Allá por septiembre me llegó la información sobre un evento que Ana estaba organizando. Los ojos se me pusieron como bolillas de gaseosa, pero lo primero que escuché fue la vocecita de mi yo comodón susurrándome aquello de “ni mires el almanaque, que será entre semana y no vas a pedirte un día libre para eso”, “seguro que es muy caro”, “no te preocupes, que luego encontrarás toda la información en las redes sin moverte de casa”, y cosas así.

Empecé por mirar el calendario y se esfumó el primer obstáculo: el 17 de noviembre caía en sábado. El segundo asalto también lo perdí por KO: había un precio reducido que, además, daba opción a apuntarse a una comida con los asistentes. ¿Hace falta que os cuente que el punto tres ya ni me lo planteé? Y eso que Ana lo tenía todo calculado y había pensado también en los que no pudieran asistir. Para ellos estarían disponibles las charlas y videos cuando la #MOLPEcon se clausurara. Y, hasta el 17 de diciembre, podéis encontrarlas aquí. Pero a esas alturas yo tenía muy claro que iría. Necesitaba ir. Y fui.

Me apunté, hice mi reserva de hotel y saqué los billetes del AVE con mucha antelación. Y tan relajada estaba al tenerlo todo previsto que, a punto de entrar en la autopista, me di cuenta de que me había dejado en casa la documentación: billetes, localizador de hotel… y como siempre pienso que puedo perder el móvil, todo lo tenía impreso, claro. Di media vuelta, lo recogí todo, y no perdí el tren por poco.

Llegué a Madrid la noche del viernes 16, con la hora justa para acudir a una cena que Ana había organizado. Mi autoestima subió puntos porque me tocó una taxista algo novata, pero conseguí no retrasarme demasiado a costa de ir guiándola con el navegador de mi móvil. Me dejó en la misma puerta del restaurante El Buey, donde cené como una mula. Y entre el buey, la mula, y la cantidad de figuras que había allí reunidas, me sentí como si estuviera en un Belén viviente y mi Navidad acabara de empezar en ese instante.

La cena… ¿cómo os contaría yo la cena? No es que me falten palabras, eso nunca, y ya lo sabe todo el que me conoce. Pero no siempre es fácil dibujar las emociones o describir voces, gestos, chascarrillos, comentarios, olores… A estas alturas ya sé que mostrar es mejor que contar, pero a veces la cosa se pone dificililla. De todos modos, ahí os van unas cuantas pinceladas.

En la cena me senté al lado de Jaume Vicent. Lo imaginaba más mayor, no sé, más en plan intelectual, y me encantó descubrir a un chaval divertido y muy sociable que al día siguiente me sorprendió por sus conocimientos técnicos y por lo bien que supo transmitirlos. Solo el hecho de conversar así, en plan distendido y relajado, con personas como él, de carne y hueso, que para mí eran blogs anónimos de consulta y aprendizaje hasta esa noche, ya hizo que valiera la pena el viaje a Madrid.

No fui la última en llegar al restaurante. A los pocos minutos de sentarme, entró Mariana Eguaras y se colocó justo frente a mí. Me quedé enamorada con su acento, porque como solo la conocía a través de las redes me la imaginaba, no sé por qué, con una dicción de Madrid o de Barcelona. Solo me costó medio segundo hacer los ajustes de mi disco duro mental: ahora pienso que Mariana solo puede hablar y expresarse tal y como lo hace. Tiene una personalidad arrolladora y un magnetismo más inmenso que el dibujo de Argentina en cualquier mapa. Es grande entre las grandes.

A la derecha de Mariana estaba Yolanda Barambio. No la reconocí por el nombre, pero cuando habló de El Tintero Editorial, me encantó ponerle cara a la persona que hay detrás de un sitio web al que me he asomado más de una vez porque siempre he encontrado cosas que valen la pena. Aprendí un montón de cosas charlando con ella. Y le pedí una tarjeta, que me parece que hablaremos más de una vez. Porque si no hubiera estado convencida de la importancia de contar con alguien que corrija nuestros textos, en ese momento me habría hecho cambiar de opinión.

A mi derecha se sentó Pilar Navarro Colorado y a su lado estuvo Mavi Pastor. No las conocía antes de nuestro encuentro en la #MOLPEcon, pero algo hizo click en mi interior mientras hablábamos. Porque, a pesar de ser para mí personas anónimas, descubrí en ellas el mismo fuego, el mismo entusiasmo, la misma pasión por la escritura, en suma, que la que presuponía y confirmé en los ponentes a los que ya admiraba y seguía por las redes. Y de ese click, que merece un apartado para él solito, os hablaré en la última parte del artículo. Sigamos ahora con los hechos.

En la cabecera de mi mesa estaba David Generoso. Lo reconocí por la gorra. Bueno, por lo que había debajo de la gorra, para ser más exactos. En el AVE, camino de Madrid, había empezado a leerme D.I.O.S., su libro de relatos y me encantó tenerlo tan a mano. Hoy ya me he leído el libro entero y estoy terminando el segundo, Crohnicas, con H, que me está haciendo disfrutar con la misma intensidad.

En el restaurante había dos mesas alargadas porque todos no cabíamos en una. En la otra mesa, además de Ana, se sentaban más personas a las que yo estaba deseando conocer y que tengo que nombrar aquí porque, si no lo hiciera, mi relato estaría inacabado. Allí vi a David Olier, el Celestino que consiguió que mi relación tóxica con Scrivener se transformara en romance. Y a Pablo Ferradas, que me ha hecho pasar tan buenos ratos cuando me he asomado a su web. Reconocí a Mónica Gutiérrez Artero, que me enamoró con su libro “Un hotel en ninguna parte” y a Victor Sellés, otro personaje al que estaba deseando ponerle cara y que no me defraudó en absoluto. También tuve la alegría de saludar a Chiki Fabregat, un encanto de persona a la que conozco desde hace tiempo gracias a la Escuela de Escritores.

Hubo copas después de esa cena del viernes 16. Y, aunque el 17 el acto empezó con una puntualidad británica, tengo que decir en honor a los que estuvimos de picos pardos que cumplimos como los buenos a la mañana siguiente.

Todo empezó a su hora. Hay que felicitar a Ana González Duque por una perfecta organización. Los ponentes se ciñeron a su tiempo. Las charlas, tal y como se había anunciado, fueron breves, dejando mucho margen a las preguntas, que no faltaron y que fueron tan interesantes como las propias ponencias. Aprendí mucho con las cuestiones que planteó Valeria Marcon. Y del contenido técnico podéis encontrar información por las redes, tal y como os he dicho antes.

Ya he mencionado a alguno de los ponentes. Con  Ana Bolox, a la que estaba deseando conocer para hablar de su Sra. Starling, compartí charla en la pausa de café, en la que también puse voz y cara a María José Moreno, en cuyo blog he encontrado mucho material útil. Apenas crucé un saludo con Lluvia Beltrán, cuyo blog pienso visitar. Quedé impresionada por la energía que desprendía Alberto Marcos, y disfruté con la exposición de otros como Óscar Feito o J.C. Sánchez con los que no tuve tiempo de hablar. Pero mi crónica sobre ese encuentro es diferente, porque creo que el mejor granito de arena que puedo aportar es, precisamente, esa visión personal y subjetiva que añada una pincelada de color a lo que resultó un cuadro precioso, un puzle donde todo encajó como la seda.

Cuando concluyó la última ponencia de la jornada nos fuimos de cañas. ¡Más placer para el cuerpo y para la mente! Entre cervecita y cervecita pude hablar con Gabriella Campbell y José Antonio Cotrina. Me saqué una espinita porque, aunque vivo a menos de cincuenta kilómetros de ella, hasta ahora siempre que había organizado algún acto me pillaba de viaje como si el destino se empeñara en que no llegáramos jamás a vernos las caras. Nos las vimos, y me encantaron las de los tres: la de Gabriella, la de José Antonio y la de Radar, una cabra de personalidad apabullante que merecería un artículo aparte.

Para rematar, después de las birras, todo el que quiso se apuntó a otra cena comunitaria. Frente a mí se sentó Jaume Vicent y todavía me entra la risa al acordarme de cómo nos contó las mil y una versiones de su nombre que se ha encontrado por todos lados. Que si Vincent, Vincesc, y no sé cuántas variantes más. Algo parecido, aunque en menor escala, a lo de Víctor Sellés con sus encuentros y desencuentros con la tilde y con las batallas entre la “ll” y la “y” según qué fuente se consultara. Y disfruté a rabiar con el fino humor de Víctor y su exquisita diplomacia al comentar algún libro o película como “muy bueno” o “apoteósico”. Os prometo que, dichos por él, esos apelativos tienen un profundo significado. Pero hay que verlo y escucharlo para captar los matices. Ejem.

Me encantó que a esa cena no fueran solo Ana y la mayoría de los ponentes, sino que también estuviéramos otros asistentes anónimos que nos sentimos absolutamente integrados. A mi derecha estaba Iñigo Tabar Lusarreta que pareció pasarlo tan bien como yo, y con el que me encantó cambiar impresiones.

Lo que me traje de allí

En esas cenas y copas, hablando de igual a igual con desconocidos como Pilar, Mavi o Iñigo, con medio conocidos como Yolanda o M.J. Moreno y con conocidos, aunque fuera unilateralmente y de modo virtual, como Mariana, David, Jaume, Víctor, Gabriella, o la propia Ana, tuvo lugar una metamorfosis privada en mi persona: el capullo se convirtió en mariposa. Vale. Igual me he pasado. Pero las metáforas eran el 90% de mi producción literaria cuando empecé a escribir, y de vez en cuando dejo que alguna se escape del arcón de siete llaves donde tanto me costó encerrarlas. Lo que quiero deciros es que, en principio, yo iba muy metida en mi papel de alumna que va a conocer a todos aquellos a los que admira y sigue. Pero cuando esa primera velada terminó, salí del restaurante El Buey sintiéndome parte de una comunidad de escritores.

Mariana Eguaras, toda una señora, no tuvo reparo en resolverme una duda que ahora me produce tanta hilaridad como vergüenza, pero no me importa contarlo aquí como prueba del “buen rollito” del encuentro: En su ponencia mencionó de pasada algo sobre la tipografía y los remates y yo, novata todavía en tantas cosas, descubrí gracias a ella que lo de Sans Serif no es un tipo de letra como la Helvética, o Times New Roman, sino que alude a si la fuente lleva o no el “remate”, esa curvita final que puede facilitar o dificultar la lectura. Hasta ese día yo estaba convencida de que Sans Serif era un modelito más de grafología. Igual otra persona se hubiera reído de mi pregunta, pero ella me respondió como si le hubiera hecho una consulta sesuda.

A mi lado, durante las ponencias, estaba David Generoso y le conté con humor mi descubrimiento sobre la Sans Serif. Mis comentarios debieron resultarle simpáticos y hace unos días me sentí levitar al verme mencionada en un artículo suyo, donde dice que se queda, entre otras muchas cosas, “con el arte de Adela Castañón y sus ganas de aprender”. Gracias, David. Y sí, ganas de aprender tengo a toneladas.

Después de lo de David, y en mi continuo atracón de leer todo lo que he visto publicado sobre ese magnífico día molpeconiano, he tropezado con mi nombre y apellido en una entrada de Yolanda Barambio que menciona mi “maravillosa efusividad”. Gracias, Yolanda.

Alguno que otro se carcajeó cuando dije, sin pensarlo demasiado, que la #MOLPEcon había sido para mí como la Boda Roja de Juego de Tronos, con la nada despreciable diferencia de que allí corrió el tinto en lugar de la sangre. Ver reunidos a todos los “grandes” era una tentación a la que no me pude resistir y me siento feliz por haber sucumbido a ella.

Porque ahora han dejado de ser para mí personajes para convertirse en personas. Personas que puede que estén a años luz de mí, o quizá no, pero me da igual porque la distancia, si es que existe, se ha convertido en algo horizontal. Yo estoy dentro de ese mundo. Me siento parte de un universo lleno de magia donde todos orbitamos y, por lo mismo, nadie está por encima de nadie en cuanto a un orgullo de clases mal entendido.

Supongo que cuando Mónica Gutierrez Artero habló de la Comunidad del Anillo no se imaginaba que estaba haciendo una especie de apostolado mucho más amplio de lo que pensó. He vuelto a casa con la sensación de que todos los que allí estuvimos hemos tenido una vivencia parecida.

Y llego al final de este cuento maravilloso sobre escritura, o mejor, sobre escritores. Porque la escritura no es nada sin nosotros. Y, aunque escribir sea algo solitario, siempre se enriquecerá si estamos rodeados de una comunidad.

Para mí ese fin de semana ha sido como un cuento dentro de otro cuento del que me he sentido coprotagonista. Así que solo puedo acabar diciendo que ojalá haya una #MOLPEcon II.

¡Y que nos veamos allí!

Adela Castañón

Imagen tomada del grupo de Facebook #MOLPEcon

Tanto tienes, tanto vales

Siempre me han gustado los refranes. Algunos los interpreto sin dificultad y no se me ocurre que tengan más de un sentido. Pero el otro día pensé que hay otros que merece la pena analizar porque encierran más sabiduría de la que parece a primera vista. Y la riqueza a la que alude el refrán “Tanto tienes, tanto vales” ha dado mucho de qué hablar y es protagonista de bastantes escritos, como se ve en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Según el Diccionario de la RAE, un refrán no es más que un dicho agudo y sentencioso de uso común. La primera lectura de este refrán es de un significado evidente. Supongamos que se acerca una persona a cualquiera de nosotros para pedir ayuda. Posiblemente le hagamos más caso si es alguien bien vestido y aseado que si es un mendigo desharrapado y con barba de varios días. Experimentos como el del diario The Washington Post lo demuestran sin lugar a dudas. La apariencia es uno de los criterios que más pesa a la hora de establecer el valor que le atribuimos a una persona.

Pero si me paro a pensar sobre eso, en especial sobre la primera parte del refrán que nos ocupa, me pregunto si hemos ido recortando el criterio de lo que es realmente valioso para dejarlo al final en el dinero. Podemos ser titulares de una cuenta corriente con muchos ceros y sentirnos desgraciados, o sudar tinta para llegar a fin de mes y considerarnos personas bastante felices. Y creo que eso ocurre porque en ocasiones se le puede dar la vuelta al refrán y pensar que tanto valgo, tanto tengo. Entonces, en esos casos, si fijo mi atención en mis valores más que en mis posesiones, mi actitud ante la vida puede dar un giro.

Nuestro bagaje material, nuestra “base imponible”, por decirlo así, es la que es. Salvo que nos toque la primitiva, todos somos conscientes de los recursos que tenemos. Podemos analizarlos cuantas veces queramos. Habrá cosas con las que nos sentiremos satisfechos y otras que nos gustaría suprimir. Cosas que podremos modificar y otras que, por mucho que nos empeñemos, no estará en nuestra mano cambiar o eliminar. Y entonces descubriremos que, como ya manifesté en un artículo hace tiempo, saber eso no basta.

Creo que a todos nos iría mejor si aprendiéramos a gestionar nuestras posesiones y nuestras emociones por igual. Y también seríamos más felices si aplicáramos ciertos matices a la forma en la que juzgamos a los demás o a nosotros mismos. Porque si usamos otras varas de medir, ese “Tanto tienes, tanto vales” sigue manteniendo su vigencia, pero el resultado final será distinto al modificar la primera frase de esa ecuación.

Porque no es lo mismo aceptar algo que tolerarlo. Hoy se habla mucho de tolerancia, y no es que me parezca mal. Pero opino que la tolerancia es mucho más pobre que la aceptación. Por eso la RAE, en su definición de tolerar, emplea frases como “llevar con paciencia”, “resistir, soportar” o “permitir algo sin aprobarlo expresamente”. No quiero decir con eso que la tolerancia no sea necesaria. Claro que la necesitamos. Pero ante un problema deberíamos plantearnos si no es mejor aceptarlo que tolerarlo, si tenemos esa alternativa. Y hablo por experiencia. Conozco a personas que tienen un hijo con autismo, como yo. Y me sangra el corazón cuando veo que solo tienen fuerza para tolerarlo. Por supuesto que ese primer paso es necesario, yo también pasé por ahí y sé de lo que hablo. Pero mi vida cambió cuando conseguí aceptar el hecho de que el autismo iba a ser un miembro más de mi familia me gustara o no. Aceptar algo implica recibir ese algo sin oposición, aprobarlo, darlo por bueno. También la RAE pone la gota de hiel cuando dice que aceptar es “Asumir resignadamente un sacrificio, molestia o privación”, no nos engañemos. Pero al pasar de tolerarlo a asumirlo puedes conseguir que lo que era un obstáculo se convierta en una ventaja. Y si aceptas eso te das cuenta de que avanzas mucho más cuando en lugar de luchar contra ello, luchas con ello.

Y si dejo que mis pensamientos sigan en esa línea, empiezo a pensar que lo que tengo, aparte de mi casa, mi trabajo y mi familia, son también mis propios valores, mis actitudes, mi libre albedrío para decidir escribir o apuntarme a un curso de cocina, para gobernar mi vida, en resumen.

Mi criterio para juzgar lo que tienen los demás ha ido cambiando. Y lo mismo para juzgarme a mí misma.

Quizá por eso pienso que vivo en un mundo muy rico, porque tengo mucho, y valoro en mucho lo que tienen los demás, independientemente de sus posesiones materiales. Aunque me equivoque muchas veces y pase de lado ante un violinista magistral sin darme cuenta. Pero el primer paso es ir con los ojos y los oídos abiertos, y en eso estoy.

Adela Castañón

Imagen: Pixabay

Mi obstinación fragolina

Siempre he dedicado la mayor parte de mis afanes a El Frago, a sus tradiciones y a sus gentes. Menos a su historia, por mi formación filológica y por mi profesión de enseñante.

Desde que, en 1972, me ocupé de la Toponimia de la ribera del Arba de Biel en un trabajo de fin de carrera, en mis posteriores publicaciones han menudeado las referencias fragolinas. Y más de cuarenta años después de aquel inicio, en 2014, recibí un gran estímulo. Petra, una fragolina de mis ayeres, obtuvo un Premio Nacional con el relato De la roca nacida. Ese mismo año publiqué De las escuelas de El Frago, mi primer libro de jubilada. Desde el año 2016, de forma sistemática, vengo publicando relatos y artículos relacionados con El Frago en el blog Letras desde Mocade.

Hasta que cumplí trece años El Frago fue mi medida del mundo. Con los once recién estrenados me monté por primera vez en un autobús. Iba a Zaragoza a examinarme libre de Ingreso de Bachillerato. En mi cabeza no cabía otro río que el Arba. Al cruzar el Ebro, un montón de cabezas se volvieron con mi grito:

—¡Qué arbada tan grande!

Carmen Escuela

Cartilla de Escolaridad, 1954

Con el tiempo maduré y mi mundo se fue haciendo ancho y ajeno. Los estudios universitarios y mi trabajo posterior me alejaron del nido. Pero siempre me quedó la mirada de aquella niña que anhelaba fundirse con la roca de su pueblo. Precisamente me hice esta reflexión en el año 2015, cuando me eligieron pregonera para las fiestas de agosto. Me pillaron desprevenida y la sorpresa me llevó a preguntarme:

—¿Por qué estoy aquí?

Estaba hablando desde la ventana, hoy balcón, de la Escuela de Niñas, mi escuela hasta los trece años. La misma ventana desde la que don Bruno y doña Angelita, los maestros de nuestros padres, pronunciaron el discurso de inauguración de las Escuelas. Embargada por la emoción, compartí mi respuesta con los que me escuchaban:

—No sé muy bien por qué estoy en esta ventana. Supongo que algo tendrá que ver con que haya rendido un homenaje a El Frago en muchos de mis trabajos. Por lo menos, así lo sentía cuando los escribía. Y con que toda mi vida haya llevado a El Frago por bandera.

Hoy volvería a repetir aquel pregón con algunas matizaciones. Volvería a decir que siempre que me acerco a temas tradicionales lo hago a través de El Frago, el pueblo donde nací. Porque lo local es universal. Y entendemos los valores universales cuando se materializan en hechos concretos.

Busco los temas que me ayudan a entender mejor mi identidad como mujer y como fragolina. Quiero prestar mi voz a los que no tuvieron la oportunidad de hablar. Pretendo sacar del olvido mis raíces y las de todos los fragolinos. Unas raíces profundas que compartimos con los habitantes de la España Vacía y que nos han convertido en lo que somos hoy.

Una de nuestras historias, para mí la más significativa y emocionante, está enterrada entre los sillares del edificio escolar. Era una costumbre ancestral hacer algunas obras del pueblo entre todos los vecinos. A eso se le llamaba “ir a vecinal”, crowfunding diríamos hoy. Así se construyeron las escuelas en 1926.

Soy nieta de aquella generación que escribió una de las páginas más hermosas de nuestra historia, y de la educación española. Nuestros abuelos aunaron sus esfuerzos y se convirtieron en micro mecenas. Unos mecenas que subsistían con menguados jornales y que se alimentaban de los escasos recursos que daba una tierra adusta: la de las Altas Cinco Villas aragonesas.

Carmen nos hizo partícipes a todos, embarcó al pueblo entero, creo que nunca antes estuvimos tan unidos, más al descubrir la labor que realizaron nuestros antepasados y que condicionó el futuro de todos nosotros. Nuestros abuelos y bisabuelos sabían muy bien que con la ignorancia no llegaríamos a ninguna parte y apostaron por los maestros, por las escuelas. (María José Romeo, Un canto a la enseñanza. Prólogo al libro De las escuelas de El Frago).

Seguramente que en otros pueblos se escribieron páginas muy parecidas. Conocemos algunas, como el caso de Agustina Rodríguez, una maestra que, en 1948, cuando llegó a su destino en Santa Isabel (Zaragoza), se encontró con que no tenía local para dar clases ni había viviendas de alquiler en el pueblo. Agustina construyó una casa escuela, la pagó de su bolsillo y la alquiló al Ayuntamiento. Otras historias nos sorprenderán cuando alguien las descubra.

Me gustaría recordar que en la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) más de 5.000 pueblos de España recibieron ayuda del Estado para edificaciones escolares. En esas fechas a El Frago le negaron la subvención porque el proyecto de Regino Borobio no se ajustaba a las exigencias. Como el Ayuntamiento era pobre, no pudo realizar las obras. El milagro fue que en un pleno extraordinario los vecinos acordaron construirlas por su cuenta. En las obras trabajaron todas las casas, sin excepción. Incluso las viudas y los más pobres, Y todos los que tenían algún ahorro lo empeñaron en la educación de sus hijos.

Como anécdota reseñaré que a los grupos escolares que recibieron subvenciones les pusieron el nombre de Miguel Primo de Rivera. Pero como a El Frago esa ayuda no llegó, se llamaron Escuelas de El Frago, así, a secas.

Hoy, como en el pregón del año 2015, también hablaría de las fiestas patronales y de su historia. De las fiestas del primer domingo de octubre en honor a la Virgen del Rosario.

Octubre no era un buen mes para fiestas, porque no había terminado la siembra. Por eso, en 1907, siendo alcalde Hermenegildo Beamonte Oruj, a petición de muchos vecinos, se trasladaron al día seis de diciembre, al día de San Nicolás, al verdadero patrón del pueblo. Aunque se alegó que tenía más prestigio un patrón que una patrona, la realidad era que San Nicolás coincidía con un momento del invierno en el que no había que atender las faenas del campo. Pero la Virgen del Rosario reclamó sus festejos y el cambio duró pocos años.

Con el éxodo rural de los años 60, no quedó gente en el pueblo para celebrar las fiestas. Y se trasladaron al mes de agosto, cuando llegaban los veraneantes. Una historia que se repite con las fiestas en muchos pueblos de España.

Pasaron los años y el tiempo fue dando a cada cual lo suyo. A la Virgen del Rosario, las fiestas de octubre. A san Nicolás, la de los niños de la escuela. Y a la Asociación Cultural y Recreativa “La Fragolina”, las de agosto, sin patrón ni tradición.

Podría extenderme con más noticias interesantes que he encontrado en el Archivo del Ayuntamiento. De eso ya conté algo en Voces dormidas. Además tengo que guardarme algunas cosas en el tintero para ocasiones futuras.

A las historias dormidas entre el polvo de los legajos, como las notas del arpa de Bécquer, tendría que añadir otras muchas que oí contar junto al fuego por las noches, mientras desgranábamos panizo o judías. Pero esas me irán saliendo poco a poco en las fragolinas de mis ayeres y en los relatos de la tradición oral.

Otras veces, como si fuera una ladrona de biblioteca y sin que él lo note, busco la inspiración en Celedonio Fontabanas, el blog de Manuel Pérez Berges. Allí encuentro los escritos fragolinos de Manuel, que conoce mejor que yo los entresijos de un mundo rural que se nos fue.

Entonces, ¿por qué me atraen los temas fragolinos y los de las Altas Cinco Villas? Pues porque el viento, aunque sea huracanado, no puede arrancar las ramas de una gran carrasca si está bien enraizada.

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El Frago, desde el Huerto de la Sorda. 2018.

Carmen Romeo Pemán

 

Imagen principal. Carmen Romeo, El Frago, 1980. Calle Cubillo. A la izquierda, casa Juandelés, hoy desaparecida.

Por qué nos gusta tanto la literatura fantástica

La literatura fantástica, que no debemos confundir con la ciencia ficción, es un género que cada día gana más adeptos. Está viviendo una especie de edad de oro y me pregunto por qué.

A veces me gusta comparar el placer de la lectura con el de la comida. Llenar el estómago me produce una satisfacción similar, salvando las distancias, a la que siento cuando mis ojos devoran las páginas de un buen libro. Dejando al margen que la sensación que me deja la lectura es mucho más duradera y, además, no me hace engordar, esta clase de nutrición tiene una magia especial porque funciona en más de un sentido: lo que leo me alimenta desde fuera, pero cuando lo proceso y lo interiorizo mi cerebro, mi persona, se alimentan desde dentro con un producto que ya es diferente de lo que está impreso en las páginas que he leído. Creo que ahí está el quid de la cuestión.

No hace tantos años que viajar era algo a lo que solo tenían acceso unos pocos. Los aviones, las carreteras, la tecnología eran barreras físicas para conocer el mundo. En ese contexto, leer una novela de Emilio Salgari era una aventura maravillosa que nos permitía viajar con la imaginación a parajes de ensueño en los mares del sur en los que, si cerrábamos los ojos, cualquier fantasía o cualquier historia podía ser real. Pero en la actualidad es difícil otorgar ese halo mágico a sitios a los que podemos llegar en un vuelo transatlántico de pocas horas, para encontrar que el misterio oriental se desmorona cuando nos enfrentamos a la realidad. Es difícil creer en la magia al ver muchas de esas playas enfermas de un cáncer con metástasis en forma de macro complejos hoteleros al servicio del cliente. El mundo se ha convertido en un lugar demasiado pequeño donde cada vez tienen menos cabida los sueños.

¿Qué nos queda entonces?

Pues nos queda un mundo virtual donde todo sigue siendo territorio virgen e inexplorado: el mundo de la fantasía. En sus reinos podemos aceptar que ocurra cualquier cosa y recuperamos el placer de volver a ser niños. La ciencia ficción, a diferencia de la literatura fantástica, se desarrolla dentro de un contexto físico y tecnológico que podríamos ubicar en el mundo que conocemos. Pero en el caso de la fantasía nos moveremos siempre por tierras que solo existen en nuestra imaginación. Allí, los seres mitológicos y la magia desplazan a la más sofisticada tecnología, cualquier historia entra dentro de lo posible y esa es una golosina a la que, como los niños, es difícil resistirse.

Vivimos en más de un plano. En el físico, estamos donde estamos, con los pies sobre la tierra, en nuestra casa, en nuestra ciudad, en nuestro lugar de vacaciones. Pero la película que nos montamos en la mente es otra historia. La vida es lo que es, lo que son las cosas, y eso es lo que va llenando nuestra cabeza para que después, con ese material, que cada cual construya lo que quiera o lo que pueda. Y la literatura fantástica nos otorga esa libertad de movimientos que nos ayuda tanto a que no nos ahoguen los problemas cotidianos, el llegar a fin de mes, el saber si nos van a renovar o no el contrato de trabajo.

Cuando leemos una buena historia pasa a ser algo nuestro. Y eso, igual que los recuerdos, se convierte en parte de nuestro capital, en una especie de propiedad privada que nos hace sentirnos más ricos tanto si la guardamos celosamente como si la compartimos. Lo importante es que está ahí.

Me considero una persona afortunada. Mi padre me enseñó a amar la lectura. Tengo salud, trabajo, familia. Conozco varios países. Y os confieso que entre mis itinerarios favoritos sigue destacando el mapa de la Tierra Media. Porque cuando el cine nos la mostró, yo ya la conocía. Había viajado hasta allí con el libro de El Señor de los Anillos entre las manos, sin moverme del sillón.

He volado a lomos de Fujur y de Eragon. He atravesado la puerta del armario para entrar en Narnia. Me he perdido por los pasillos de la biblioteca de Hogwarts. El hielo ha mordido mis carnes en Invernalia.

De cada viaje, he regresado con un botín.

Y sé que hay muchos más mundos esperando mi visita.

Adela Castañón

 

Imagen: Pixabay

El poder de las palabras

Hace unos días estrené la camiseta que me compré en Madrid, en la fiesta de fin de curso de la Escuela de Escritores. Es negra y delante lleva una frase en letras blancas: “Ten cuidado o acabarás en mi novela”. De vuelta al hotel, mientras la doblaba y la guardaba en la maleta, pensé que había sido boba al seguir el impulso de comprarla. “Seguro que no me la voy a poner nunca”, me dije. Pero estaba equivocada.

Tengo familia en casa, les he cedido mi habitación, y una noche no me acordé de sacar ropa limpia para ir a mi trabajo al día siguiente. Cuando me levanté, como mis visitantes dormían, entré con sigilo, abrí una rendija del armario y tiré de lo primero que pillé que fue, como podéis imaginar, la famosa camiseta. Me resigné, me la puse, y salí a la calle. Todavía sonrío cuando me acuerdo de las consecuencias, y quiero compartir con vosotros esas sonrisas.

La primera surgió cuando, camino del centro de salud, volví a sentirme adolescente. Me di cuenta de que hacía años que nadie miraba tanto mi delantera. Y, como no me he operado el pecho, le atribuí el mérito a la frase de mi camiseta. Pero solo por eso no se me hubiera ocurrido escribir un artículo. Las reacciones de mis compañeros de trabajo fueron más divertidas que las miradas de los desconocidos de la calle. Los comentarios jocosos pusieron una nota simpática en la jornada laboral. Alguno que otro descubrió, gracias a la pista de la camiseta, que escribir está dentro de mis aficiones, y no digo nada del más ocurrente ni de su pregunta sobre cuál era la puerta de entrada a la novela mencionada, ¡jeje!

De todos modos, tampoco esas reacciones ni el toque de humor laboral habrían merecido unas letras. Mientras pasaba consulta, por supuesto con la bata puesta, me olvidé de la camiseta. Al regresar a casa a mediodía se repitieron otra vez las miradas de algunas personas, y, cuando llegué adonde había aparcado el coche, el germen de un futuro relato o, ¡quién sabe!, de una novela corta, ya estaba echando raíces. Se formó una especie de triángulo entre mi cerebro, mis ojos, y los de las personas con las que me cruzaba: Mis ojos se fijaban en sus caras mientras los suyos se clavaban en mi pecho. Bueno, en mi camiseta, que tampoco tengo que pasarme de lista. Y de mi camiseta a mi cerebro parecían subir interpretaciones, a cual más variada, de las expresiones de los curiosos lectores callejeros. ¿Y sabéis lo que pasó? Pues que cada interpretación daba para una pequeña historia. En una de ellas el mirón de turno me paraba, o paraba a la hipotética protagonista de mi novela, con una camiseta igual que la mía, para preguntarle que qué tenía que hacer para que la frase fuera cierta. En otra, era un escritor fracasado el que se cruzaba conmigo, o con ella, y al llegar a su casa empezaba a escribir como loco, con su creatividad espoleada por la frasecita impresa. En otra… bueno, ya ni me acuerdo. Pero había muchas, muchísimas posibilidades de escritura.

Alguna extraña asociación de ideas trajo a mi memoria el recuerdo de una valla publicitaria que vi hace muchos años en la ciudad donde viví de jovencita con mi familia. Estaba formada por rectángulos verticales que giraban sobre sí mismos de modo que en realidad se leían dos mensajes, uno por cada cara, cuando los tablones giraban y se volvían a ensamblar, igual que algunas persianas de esas que tienen lamas horizontales, pero en vertical. Era algo así como esto:

Imagen vallas

La imagen es de Pixabay. La composición de letras, mía.
(Seguro que sabéis lo que decía la otra cara que era, claro está, la versión para torpes)

Esas dos anécdotas, la de las vallas y la del estreno de mi camiseta, me han hecho reflexionar sobre el don de la palabra como algo exclusivo de la raza humana. Creo que a veces no nos damos cuenta del poder que nos otorga ese don único. Ser capaces de hablar, de escribir, es una maravillosa herramienta para dar salida a la creatividad que llevamos dentro.

Suele decirse que la información es poder. Y la palabra, sea hablada o escrita, es un vehículo fantástico a bordo del cuál viaja un caudal inmenso de conocimientos. También suele decirse que muchas veces no valoramos aquello que poseemos. Y creo que no siempre nos damos cuenta de lo afortunados que somos al disponer de ese medio de comunicación.

Así que al pensar en todo lo que se me ha ocurrido, únicamente porque ha habido quienes han leído una frase impresa en una simple camiseta, quiero que este artículo sea un pequeño homenaje a todos los que con su escritura o con sus palabras han hecho que hoy me pusiera a teclear delante del ordenador. Porque creo que si hablamos, leemos y escribimos también nos sentiremos más capaces de hacer del mundo un lugar mejor. El mío, al menos, es más rico gracias a eso.

Adela Castañón

Imagen: Foto de la autora. (Bueno, de la camiseta de la autora…)

Sobre El Frago y su nombre

San Isidoro, Etymologías

Me emociona entrar en la historia de las palabras. Saber de dónde vienen, cómo han convivido con sus vecinas y quiénes las llevaron en sus labios. Y si una de ellas es el nombre del pueblo, de la roca, que me vio nacer, comprenderéis que le haya dado muchas vueltas. ¿Cuándo se bautizó?, ¿cuál fue el nombre primitivo?, ¿qué cambios ha sufrido?, ¿por qué lo llamaron El Frago y no La Peña?

El Frago es un topónimo tan antiguo que no tenemos su partida de bautismo. Así que me inventaré una que resulte razonable y escribiré un relato que parezca verdadero.

No voy a ser la primera. Desde hace años, algunos hombres sesudos se vienen acercando a su nombre. Y casi todos lo relacionan con fragosus. Entre ellos están ni más ni menos que don Joan Corominas, autor del Diccionario etimológico de la lengua castellana, y don Wilhelm Meyer Lübke, un alemán muy afamado, considerado el padre de las lenguas románicas.

Como veréis, mi relato sobre Illo Fragum no es del todo original. Me he inspirado en las pistas del filólogo don Vicente García de Diego porque se ajustan bien a fisonomía del pueblo y a la manera de nombrar en la zona. Don Vicente perteneció a la Real Academia Española desde 1926 y en 1932 fue designado para dirigir el Diccionario Histórico de la Lengua Española.

Illo Fragum

Es un sustantivo que podríamos traducir por el peñasco, la peña grande o la roca. Y creo que lo eligieron con acierto. Cuando queremos bautizar a alguien le ponemos un nombre y no un adjetivo. Y procuramos que tenga un aire de familia.

Me parece que fragosus, con el signifcado de fragoso, peñascoso, no le sentaba tan bien. Porque era un adjetivo, ¡y muy culto! Lo utilizaban los poetas y era poco frecuente en la lengua popular. A mí me resulta raro que mis antepasados eligieran un adjetivo poético para nombrar un paraje bárbaro e inculto.

Si a esto le sumamos que fragum era una palabra corriente en toda España y que en los primeros documentos ya aparece como Fragum o Frago, mi propuesta va cobrando fuerza. Y si nos acercamos hasta el pueblo y vemos la roca en la que se asienta, ya no nos cabe ninguna duda.

Fragum. Una palabra latina anterior a las Lenguas Románicas

De esto nos dan cuenta los restos del naufragio del latín clásico. Muchas palabras latinas desaparecieron, pero dejaron señales de su existencia en las nuevas lenguas. Algo del antiguo fragum se quedó en el francés Frai y en el provenzal Frau y Afrau, con el sentido de «rocas y tierras escarpadas». En la vieja Hispania se quedaron Fraga y Frago. Además, fraga, como peña y roca, y frago como “peñasco grande” se conservan en los dialectos de Zamora. (Cfr. García de Diego, Etimologías). Y todas ellas tienen un matiz de rotura y están relacionadas con el verbo frangere, resquebrajar.

Era costumbre dar nombre a los pueblos con palabras corrientes, de un significado claro. Estoy convencida de que fragum era moneda común en la zona.

El artículo

En este caso forma parte del nombre y hay que escribirlo con mayúscula. Es una pista clave que hace pensar que era un nombre descriptivo y que con el tiempo fue perdiendo el significado primitivo.

El artículo resulta natural si va delante de un nombre. Pero, ¿cómo justificamos que vaya delante del adjetivo fragosus? Un poco difícil, ¿no? Bueno, algunos me dirán que se puede hablar de una sustantivación, pero eso resulta muy complicado.

En general, los nombres de lugar con artículo suelen referirse a un significado muy concreto. En este caso a la gran peña sobre la que se asienta el pueblo.

El Frago y El Peñazal

El pueblo y su barrio son dos nombres semejantes y diferentes. Y los dos llevan artículo.

El Peñazal es un antiguo barrio en uno de los extremos de la roca del pueblo. Como había que diferenciarlos bien, al núcleo importante se le puso fragum, y al barrio un nombre derivado de peña.

¿Por qué El Frago y no La Peña?

El Frago y La Peña, en su origen, eran sinónimos. Pero El Frago era menos corriente y, por lo tanto, identificaba mejor. Se debió elegir para no confundirlo con las abundantes peñas de la zona.

En el propio término municipal están: Peñamigalo, Peñasaya, PeñafigueraPeña Caballera, Peña Cervera, Peña del Cubilar de Ferrero, Peña el Santo Cristo, Peña el Zarrampullo, Peña EsturruzaderaPeña que parió Juana, Peña Gato, Peña os Arroyos, Peña os Cuervos, Peña Paseo, Peña Pozalera, Peña Redonda, Corral d’a Peña, Pozo a Peña, Paco Peña.

Peña era una palabra tan antigua como frago. Derivaba de arcaico penn— , pinn—, y no del posterior, y metafórico, pinna, «almena», como defiende Corominas. ¡Otra vez contra don Joan! Es que el temprano fragum nos lleva a aceptar el origen precéltico de peña, una voz que gustó mucho a los aragoneses. Tanto que hoy aún se habla de peña y no de piedra, y de peñazo en lugar de pedrada.

Entre tantas peñas es natural que el pueblo sea el peñasco por excelencia y que proceda de una palabra que lo distinga.

Para terminar

El Frago es un nombre más antiguo que la documentación histórica que se conserva. Cuando se fundaba un pueblo se solía bautizar con el nombre  que ya circulaba por la zona. Y nos resulta muy plausible que este cerro, en realidad gran peñasco, fuera conocido como fragum antes de que se asentara allí la población.

Se non è vero, è ben trovato.

Carmen Romeo Pemán

Una historia de súper héroes

Hace unas semanas asistí a una jornada sobre autismo organizada por la Asociación Principito. Me emocionó tanto la intervención inaugural de Rosa María Benítez que le pedí permiso para compartir sus palabras. No solo me autorizó, sino que también tuvo la generosidad de enviarme el texto de su intervención. Y ese texto viste hoy de gala nuestro blog. Os dejo con Rosa y con su historia. No necesita más presentación.

*****

UNA HISTORIA DE SÚPER HÉROES

Como decía, soy Rosa y soy mamá y soy maestra y mi mundo es azul.

Si me lo permitís os voy a robar unos minutos para contaros una historia. No una de príncipes y princesas sino de superhéroes, pero de esos sin capa ni antifaz, sólo con su incansable espíritu de lucha como bandera. Os voy a contar una historia de papás y mamás luchadores.

Había una vez una hermosa pareja con un hermoso proyecto en común: querían tener un bebé. Después de nueve largos meses de espera llegó a casa… llamémosle Juan e iluminó a todos con su presencia.

Juan crecía en una preciosa familia llena de amor, cariño y comprensión. Todos admiraban lo grande que era, cómo sonreía o incluso cómo comenzaba a balbucear:

—Cualquier día se nos arranca con una palabra— decían felices los abuelos.

Pero ese día no llegaba.

Mamá y Papá mostraban con orgullo lo listo que era su retoño. Tanto que, apenas comenzó a comer purés, cogía su cuchara y comía solo y se enfadaba si Papá intentaba dársela. Y por supuesto el biberón también se lo tomaba solo, porque era un bebé súper independiente.

No anduvo de los primeros en el grupo de amigos, pero al final lo hizo y era un experto en dar vueltas alrededor del columpio en el parque.

Pero Juan todavía no se arrancaba a hablar.

—Ya verás que cuando menos lo esperes se arranca, tú tampoco fuiste el más rápido entre tus primos— comentaba la abuela, orgullosa con Juan en los brazos.

Una tarde, mientras Juan jugaba a hacer torres y filas de colores con sus bloques, Mamá lo llamó para darle su merienda y ni se inmutó. Lo volvió a llamar, se acercó y lo tocó y Juan la miró con una mirada perdida, como si fuera una extraña.

Ya habían pasado unos dieciocho meses desde que lo pusieran por primera vez en sus brazos. Y la sonrisa brillante de Mamá se puso un poco gris. Porque Juan:

  • No habla.
  • Le gusta correr dando vueltas.
  • Lo llamas y no te mira.

La sonrisa de Mamá es gris y decide consultarlo con Papá:

Le dice que exagera, que no es nada. Pero Mamá que siempre duda pregunta a la abuela:

Le dice que exagera, que no es nada. Pero Mamá que siempre duda pregunta al pediatra:

Le dice que exagera, que no es nada. Pero Mamá que siempre duda pregunta a Google:

Y lo que ve le da miedo, tanto, que un frio helado entra por sus pies y lentamente le recorre todo el cuerpo y la paraliza. Y por un tiempo deja de preguntar.

Todos la aconsejan, todos le dicen que ve fantasmas. Las personas más mayores incluso le dicen que de tanto nombrar a la calamidad le va a llegar. Pero Mamá sabe que pasa algo.  No le pone etiqueta, pero pasa algo.

Por no escuchar más consejos, porque tiene que volver a trabajar, o porque cree que estando con otros niños se disiparán todos los fantasmas decide llevarlo a la guardería. Y con esa experiencia conoce una nueva faceta de Juan.

Siempre tienen que ir por las mismas calles y, si eligen otra, le entra una cólera incontrolable. Entonces el sentimiento de culpa invade a Mamá porque piensa que esa rabieta es de niño malcriado.

Cuando entra en la guarde, aunque Mamá pone la más alegre de sus sonrisas, Juan se agarra a ella como si entrar en aquel lugar fuera una tortura para todos sus sentidos. Y el sentimiento de culpa de Mamá crece porque siente que lo está abandonado en manos de unas extrañas.

Y así día a día con infinita paciencia. Y nada cambia. Pero un día Papá se acerca con sigilo a Mamá y le comenta con voz preocupada que ve algo extraño en Juan, que hay veces que está en su propio mundo, que se evade del de ellos.

Mamá suspira aliviada, ya no está sola en su lucha interna. Y, como un torbellino, le cuenta de nuevo a Papá todas sus preocupaciones. Deciden ir a la guarde y hablar con su seño. Quieren compartir con ella sus desvelos y la seño les confirma sus sospechas. Y en ese momento descubren que en su vida hay un monstruo.

Un monstruo enorme contra el que tienen que luchar. Además saben que cuanto antes lo identifiquen más fácil será su lucha, porque solo así:

  • Podrán ponerle ojos y cara.
  • Podrán mirarlo de frente.
  • Y podrán buscar herramientas para combatirlo.

Ahora sí que vuelven al pediatra con la fuerza suficiente para no aceptar un no, con la seguridad de que necesitan buscar ayuda, y finalmente salen de la consulta con una derivación al Centro de Atención Temprana.

Preparados para esa primera cita Mamá y Papá toman de la mano a Juan y, aunque tiemblan como hojas, llevan su sonrisa puesta. La sonrisa de lo transitorio, la sonrisa que cree que allí está la solución a todos sus problemas, la sonrisa que les da la esperanza de que en un par de meses todo se arreglará.

Pero, como en las horas anteriores al alba, salen de allí con un destino más oscuro. Después de una hora de intensas preguntas y de un continuo cuestionarse si lo que han hecho hasta ahora con Juan está bien, les entra la duda de si allí está la solución a todos sus problemas, si van a ser capaces de afrontar todos los retos que les han planteado. Aunque salen con unas energías desbordantes para comenzar a trabajar con Juan porque quieren ver ya los resultados.

Pero, como en las horas anteriores al alba, sigue estando todo muy oscuro y trabajar con Juan no es tan sencillo, “traerlo a nuestro mundo” o “conectar con el suyo” no es posible todos los días. Y Mamá y Papá siguen luchando.

Pero, como en las horas anteriores al alba, la oscuridad persiste y al final se ve al monstruo.

Un día, después de varios meses de evaluación, de numerosas sesiones, pautas y de mucho trabajo, la psicóloga del Centro los llama a su despacho. Un despacho de paredes blancas y muebles claros, un despacho con muchas imágenes colocadas de forma estratégica en cajas, en la pared, en la mesa,… y se sienta y les habla y de repente comienza a hablar de su monstruo:

  • Le pone ojos cuando dice que Juan no fija la mirada.
  • Le pone boca cuando habla del escaso desarrollo del lenguaje de Juan.
  • Le pone manos cuando habla de la hipersensibilidad al tacto.
  • Le pone cuerpo cuando habla de la necesidad de Juan de llevar ropa holgada.
  • Le pone pies cuando explica por qué Juan a veces corre y se balancea de manera descontrolada.
  • Y le pone nombre cuando lo llama AUTISMO.

Entonces dejan de escuchar, vuelven a casa con un sueño roto, con una pesadilla en sus manos y comienzan su duelo porque se les ha caído ese castillo de naipes que era su futuro idealizado.

Llegados a este punto debo pararme. Cuando empecé a hilar este cuento, no quería que fuera una historia triste, porque yo, hoy, ya no estoy triste con mi cuento, ni creo que nadie deba estarlo. Pero sí creo que para sentir una alegría plena primero se ha tenido que carecer de ella. De este modo podremos saborearla cuando está cerca. Sentirla y disfrutarla cuando nos llega. Por eso creo que este cuento no estaría completo si hubiera obviado la parte triste, ya que, aunque no nos guste, la tristeza también es necesaria.

Como os iba contando, aunque en las horas anteriores al alba todo es oscuro, siempre llega el alba y detrás de ella también la luz radiante de un nuevo día. Esto también les pasó a la Mamá y el Papá de Juan. Les llegó el alba y con ella todo un trabajo enorme: leyeron, se informaron, iniciaron terapias (algunas más fructíferas que otras) y empezaron a ser muy críticos con toda la información que les llegaba, porque no todo vale, porque cada persona es única porque nadie mejor que ellos conoce a Juan y sabe lo que realmente le funciona.

Poco a poco Mamá y Papá iban dominando al monstruo, porque sabían que solo trabajando con Juan lo mantendrían a raya. Juan cambió, aunque no fue sencillo ni inmediato. Un día, así sin pensarlo, Juan miró a Mamá a los ojos y le regaló una sonrisa. Otro día, Juan señaló a Papá el coche con el que quería jugar aquella tarde. Y otro día, los cogió de la mano y mirándolos a los ojos les dijo MAMÁ y PAPÁ.

Durante este tiempo Mamá y Papá aprendieron que la vida era como una montaña rusa, unas veces estaban arriba disfrutando y otras abajo luchando, pero siempre juntos sentados en la misma vagoneta. Mamá y Papá también aprendieron que el monstruo muchas veces cambia de cara y hay que volver a identificarlo:

A veces es una entrevista en la USMI, a veces una cita en el neurólogo, a veces toda la burocracia que hay que vivir para solicitar una beca, una ayuda o llegados al caso la Ley de Dependencia o la tramitación de la Discapacidad (que ya la palabra es horrible de por sí).

Mamá y Papá siempre recuerdan uno de los monstruos que más miedo les dio: El día que Juan entró al cole. Además este monstruo tenía muchos brazos. Brazos como tentáculos que los atrapaban:

  • El dictamen de escolarización previo, con el rosario de nuevas entrevistas con psicólogos para volver a contar como era Juan, el rosario de fotocopias de todos los informes que había que adjuntar, el rosario de medidas que iban a poner a Juan en el cole.
  • El no saber cómo iba a estar Juan en el cole: ¿Lo comprenderá su seño? ¿Tendrá amiguitos? ¿Sabrán dejarle su espacio cuando lo necesite? ¿Sabrán animarlo para unirse al grupo? ¿Soportará bien el ruido de una clase con más niños? ¿Estará preparado para recibir tantos estímulos?
  • ¿Se habrá planteado todas estas cuestiones algún docente cuando le ha llegado un niño autista a su aula?

A pesar de todo, finalmente Mamá y Papá le pusieron cara también a este monstruo. Aunque siempre con el pellizquito, hoy respiran y disfrutan nuevamente de la subida de la montaña rusa. Juan es feliz en su cole. Juan tiene amigos. Juan se relaciona con los niños, Juan es Juan, es Valentina, es Adrián, es Amir, es Álvaro, es Pablo, es José, es Carlos, es Víctor, es Nico, es Myriam, es Lucía.

Y en esa subida de la montaña rusa Mamá y Papá pasan tres años, cuatro años, cinco años en esa vagoneta siempre juntos y con esa barra de seguridad que es la psicóloga del Centro de Atención Temprana, sus terapias y sus desvelos para que Juan y su familia siempre avancen, nunca se rindan y continúen dentro de la montaña rusa que es su vida.

Un día, así como en un suspiro, llega el sexto cumpleaños de Juan y lo que debería ser una semana frenética de preparativos para la fiesta se convierte en algo lúgubre y triste porque, no se sabe bien por la decisión de qué experto, después de cumplir los seis años Juan tiene que salir del CAIT. Y para ese monstruo a día de hoy nadie tiene herramientas con las que ayudar a ponerle cara. Y contra ese monstruo nadie puede luchar…

O puede que ya no sea así, puede que en esa montaña rusa Mamá y Papá ya no estén solos en su vagoneta. Es que, poco a poco, esa montaña rusa se ha ido convirtiendo en un punto de encuentro. En un hermoso tren azul lleno de ilusiones y esperanzas.

En ese tren todas las Mamás y los Papás se sienten acompañados en este nuevo camino. Al fin y al cabo, van en un tren azul donde las familias que se suben se sienten seguras y comprendidas, entendidas y apoyadas.

Para finalizar, me gustaría citar un fragmento de “El Principito”, de Antonie de Saint-Exupéry.  Ese libro nos ha enseñado muchas cosas a mis hijas y a mí:

—Adiós— dijo el Principito.

—Adiós— dijo el zorro—. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

—Lo esencial es invisible a los ojos—. Repitió el principito, a fin de acordarse.

*****

Creo que sobran comentarios. Solo me queda una cosa por decir: Gracias, Rosa.

Adela Castañón

Imagen: Asociación Principito

¿Nuestros niños son de todos?

La entrada en vigor de la nueva Ley de Protección de Datos ha afectado, entre otros, a los usuarios de las redes sociales. En mi caso, por poner un ejemplo concreto, he tenido que dar mi consentimiento por activa y por pasiva para seguir recibiendo información de mi banco, noticias de asociaciones a las que pertenezco y publicaciones de blogs de escritura a los que estoy suscrita. Por suerte ha sido algo puntual y, salvo el incordio de tener que leer lo mismo de mil maneras distintas y asegurarme de que mi consentimiento llegaba a buen puerto, las cosas han vuelto a la normalidad. Pero ese bombardeo me ha hecho reflexionar sobre las consecuencias de compartir imágenes de menores en Internet. Porque en plena marea de salvaguarda de ese derecho a la intimidad que todos defendemos se siguen publicando imágenes de niños.

Las redes sociales tienen muchas aplicaciones. Entre ellas la del sharenting, palabra que procede de dos vocablos ingleses: share, compartir, y parenting, crianza.  En términos simplistas esa práctica sería lo que se ha hecho siempre, en versión virtual del siglo XXI. Es decir, presentar un bebé recién nacido a amigos y familiares, o enviar a los abuelos imágenes de los cumpleaños y fiestas escolares de nietos a los que no pueden ver todos los días. Pero la nueva realidad dista mucho de la esa forma de hacerlo en el pasado. Para mucha gente exponer en público los progresos de sus hijos se ha convertido casi en una norma social. Es cierto que los padres actúan de buena fe, llevados por el deseo de compartir sus experiencias con otros padres que también desean interactuar, pero la realidad es que el sharenting se lleva a cabo sin el consentimiento expreso de los niños. No cabe duda de que la ley otorga la autoridad a los padres o tutores legales hasta que sus hijos lleguen a la mayoría de edad, porque interpreta que su entendimiento y su capacidad de razonamiento son inferiores a los de los adultos. Pero no deberíamos olvidarnos de que los niños crecerán. Y cuando sean adultos estaremos obligados a dar explicaciones que podrán o no satisfacer a los que ya han dejado de ser nuestros “niños”.

Artículos como el de Niños sin privacidad, de La Vanguardia, nos alertan sobre ese tema. Como padres podemos impedir que se publiquen imágenes de nuestros hijos menores, pero si somos nosotros los que las difundimos corremos el riesgo de abrir la veda. Está bien insistir en el control parental del uso de las redes, pero me pregunto si no estaremos cometiendo el error de ver la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio. ¿Qué pasa con los derechos legales del menor en el futuro? ¿Qué opinarán nuestros hijos si ven fotos suyas correteando desnudos por la playa cuando tenían dos añitos? ¿Quién podrá hacer uso de esas fotos? ¿Con qué fin? ¿De qué manera? ¿Es que la infancia no tiene también su derecho a la privacidad? Y, en el futuro, ¿qué autoridad tendrán unos padres para decir a sus hijos que no compartan su propia vida en Internet cuando ellos lo han estado haciendo antes?

Está bien acudir a Internet en busca de ayuda sobre cuestiones de crianza. Comprendo que muchos padres busquen soluciones a problemas de sueño de sus niños, de dificultades con la alimentación, y que participen en foros que les hagan sentirse menos solos a la hora de educar. Pero eso puede hacerse sin necesidad de ilustrar sus publicaciones con imágenes de los pequeños.

Además de ese aspecto privado sobre lo que opine el menor cuando crezca, no deberíamos olvidar que el sharenting tiene ciertos peligros a corto plazo. Si acompañamos las fotos de comentarios, aportamos información y datos sobre menores que cualquiera podría usar con fines fraudulentos como suplantación de identidad, por no hablar del riesgo de la geolocalización con la vulnerabilidad que supone. Al fin y al cabo, los secuestros no se producen solamente en las películas, y cualquiera puede contactar con nuestros hijos a través de la puerta que nosotros abrimos.

Cuando se regula la patria potestad queda claro que los hijos deben ser siempre oídos antes de adoptar decisiones que les afecten, en cuanto tienen suficiente juicio. Y los padres somos quienes debemos protegerlos y velar por sus derechos. Que no nos puedan reprochar en el futuro que fuimos nosotros los que vulneramos su intimidad y les complicamos la vida.

Adela Castañón

Imagen: Foto Annie Spratt en Unsplash

Seducir y enamorar con la escritura

Cuando hablamos de amor abrimos un universo de posibilidades. Uno de mis amores es la escritura y de ella voy a hablar por activa y por pasiva. Porque hace unos años la escritura me seducía a ratos y de tanto frecuentarla acabé enamorándome de ella, y porque me gustaría que mi escritura sedujera y enamorase a quienes me lean. Así que he reflexionado sobre qué clase de escritura puede ofrecer un autor y qué puede ofrecer la escritura a las personas que la amamos.

Seducir, enamorar, o las dos cosas

Hay muchos motivos que nos mueven a escribir. Uno de ellos es que nos lean. Cuando un lector potencial se acerca a un libro, empieza un coqueteo, un romance, que puede acabar de mil maneras. Lo peor, lo más triste, es que abandone el libro sin llegar al final. También puede ocurrir que le guste, lo termine de leer y luego lo olvide. Y el sueño de cualquier autor es que cuando alguien llegue a la última página haya disfrutado tanto que quiera más y vaya en busca de otras obras suyas. En ese trayecto de peor a mejor, el tren se detendrá en una u otra estación dependiendo de nuestra capacidad para seducir y enamorar a quienes nos lean.

No nos engañemos. He usado dos palabras que en ocasiones se confunden o se superponen, pero tienen matices de significación que las alejan. Según el DRAE, seducir significa persuadir a alguien con argucias para conducirlo al lugar donde lo queremos tener. Hasta ahí, vale.

Enamorar, sin embargo, es excitar la pasión del amor en alguien, aficionarse a algo, decir amores. Y en el diccionario, en la palabra amores, encuentro un enlace que le otorga múltiples significados. De modo que no es lo mismo seducir que enamorar.

La escritura del autor

Todos sabemos que hay escritores que seducen y escritores que enamoran. Pero eso no ocurre por puro azar, así que vale la pena indagar en las razones.

Uno de los motivos que inclinan la balanza hacia seducir o enamorar tiene que ver con el tiempo. La seducción es algo pasajero, transitorio, mientras que el enamoramiento se puede prolongar, como en las mejores historias de amor, hasta que la muerte nos separe. Y, aunque se termine antes, siempre durará más el amor que la mera seducción.

Otro motivo se refiere a la calidad o a la naturaleza de la relación entre la obra y el lector. El fruto de la seducción, entendida como conquista, es la rendición. El conquistado depone sus armas y pierde la fuerza que le llevaría a seguir luchando. Y ahí acaba todo.  Enamorar es otra historia, porque el enamorado se entrega, no se rinde. Y el que se entrega lo da todo de sí, libre y voluntariamente, y quiere que esa relación con el amado, ya sea libro o persona, tenga una continuidad.

¿Quién no ha tenido la experiencia de leer un libro que le ha parecido estupendo, pero una vez que lo ha acabado no ha vuelto a acordarse de él? ¿Y por qué otras veces al llegar a la palabra fin nos ponemos como locos a buscar algo más que haya escrito la misma persona?

Con esto no quiero decir que la seducción sea algo malo, porque en la escritura es necesario seducir. Ese será el gancho que tendremos que trabajar y desarrollar para que el lector, sin darse cuenta, se vaya enamorando de nuestros escritos. Porque, si conseguimos que una novela empiece seduciendo y acabe enamorando, tendremos un lector fiel.

El seductor desarrolla su capacidad de observación para detectar y captar los puntos flacos de su presa, llamémoslo así, y conducirla adonde él quiere. Sabe vender su mejor versión, adaptándola a lo que esperan de él, para triunfar y conquistar. Pero si queremos transformar ese chispazo inicial y fugaz en algo más duradero deberemos emplear a fondo nuestra creatividad y nuestra habilidad narrativa. Solo de esta forma conseguiremos que el interés del lector no decaiga y se enamore de nuestras historias, de nuestro estilo, de nuestra manera de escribir.

En otros tiempos se habría podido dejar ahí el tema, pero en la época que vivimos la cosa es más compleja. Porque si queremos abarcar más tendremos que aplicar la misma filosofía a todo lo que rodee a nuestra escritura, es decir, tendremos que crear un blog (¡gracias, Carla!), hacernos visibles en las redes sociales y llegar a tener nuestra marca personal. Ahí os dejo esto para que sigáis reflexionando.

La escritura para el autor. O mejor, para la autora, que soy yo.

No puedo hablar por los demás, así que ahora os hablaré de la otra cara de la luna desde mi experiencia personal. He dicho antes que escribimos para que nos lean, eso es evidente. Pero ¿por qué escribimos? ¿Qué tiene de atractiva la escritura para que nos convirtamos en adictos? ¿Qué esperamos de nuestra relación con ella?

Habrá quien quiera vivir de la escritura. Lo admiro y lo respeto. Habrá quien se la tome como un pasatiempo para ratos perdidos, y lo respeto igualmente. Los habrá que se dejen seducir un cierto tiempo y empiecen a teclear para dejarlo al cabo de unos días o unos meses. Y habrá otros que cada vez robarán más minutos a su día para dedicarlos a escribir.

Yo estoy en un prudente y feliz término medio. Ya os he confesado que la escritura primero me sedujo y luego me enamoró. Todavía estoy en la fase en la que Cenicienta baila con el príncipe, en la que Blancanieves conoce al misterioso cazador que le arranca suspiros de felicidad, en la que Bella baila con Bestia, ajena al resto del universo. Estoy lejos de llegar al matrimonio y a los hijos, lo sé, pero tampoco está mal regodearme en este primer romance de adolescente a mi edad, que para eso he quemado otras etapas de mi vida de las que no me arrepiento, pero a las que me consta que no podré volver.

No sé si algún día escribiré aquello de “y vivieron felices y comieron perdices”, pero no me preocupa. Si decido dar ese paso, igual que en la vida real, sé que llegarán los equivalentes a las hipotecas o a los problemas con los hijos, en forma de editores (sí, soy optimista, qué se le va a hacer), plazos de entregas, mantenimiento de redes sociales y todo el cortejo acompañante. Ya tuve una visión preliminar cuando me entusiasmé tanto al comenzar a escribir que empecé a picotear en miles de blogs y me agobié. Me di de alta en FB, Twitter, Instagram, entre otros, sin tener ni pajolera idea de lo que hacía ni de para qué lo hacía. Y me di cuenta de que por culpa de los árboles estaba dejando de disfrutar mi paseo por el bosque.

Así que por ahora me quedo en Letras desde Mocade, que para mí está siendo la mejor escuela de iniciación en esto de la escritura. Porque creo que las letras y yo vamos a tener un noviazgo largo, largo…

Adela Castañón

Imagen: Photo by Maarten Deckers on Unsplash

Reformas en mi vida

Algo ha cambiado en mi vida desde que la escritura llamó a mi puerta. Algo relacionado con mi trabajo y con mi nueva forma de utilizar el tiempo. A este cambio ha contribuido la dinámica que se va imponiendo en muchas empresas y unas reformas que estoy haciendo en mi casa. De ese cambio quiero hablaros aquí.

Muchas empresas enfocan su trabajo a prestar servicios encaminados a ofrecer un producto final a unos clientes. Pero desde hace unos años ha ido cobrando fuerza el concepto de clientes internos, y así lo he experimentado en el SAS (Servicio Andaluz de Salud), donde trabajo como médico de familia. El SAS trabaja para que su producto, la salud, llegue a los andaluces. Pero ya no focaliza su atención solo en los usuarios. Ha empezado a tomar iniciativas dirigidas a sus propios trabajadores.

Mirando los dos lados de la ecuación, la celebración reciente del Día Uno de Mayo fue una buena fecha para recordarme, y recordaros, que es bueno trabajar por y para los trabajadores. Y si extrapolo la situación de mi empresa y la de la obra de mi casa a mi situación personal, me doy cuenta de que, desde hace unos años, también estoy haciendo reformas en mi vida.

La palabra “obra” tiene doce acepciones en el Diccionario de la RAE. Ahí es nada. Me encantó el descubrimiento, porque casi todas me sirven para argumentar lo que os quiero contar sobre mi peculiar visión de trabajar para nosotros mismos.

Recursos

En la primera acepción se dice que obra es cualquier cosa hecha o producida por un agente. Por tanto, el punto de partida debería consistir en buscar los recursos con los que pondremos en marcha cualquier proyecto. Para mi obra he contado con el asesoramiento de buenos profesionales. Sobre todo, del arquitecto y de los albañiles. Los planos del arquitecto y los presupuestos de los distintos oficios están sobre la mesa. Ya tengo material y métodos. De modo que la siguiente pregunta sería: ¿y qué hago ahora?

Programación y ejecución

Pues la respuesta es evidente. Ahora toca empezar a trabajar. Al revisar armarios y cajones me he dado cuenta de la cantidad de tonterías que he acumulado y que no he utilizado en muchos años. Lo comenté con una amiga y me respondió que posiblemente estaba en camino de descubrir la belleza del feng shui. No voy a extenderme en eso, pero sí que nombraré una trilogía de palabras que encuentro muy prácticas para la obra y para mí: vacía, ordena y limpia.

Mientras de mi casa van saliendo tiestos y trastos, tengo la impresión de que en mi mente se van quedando espacios amplios, que no vacíos. Y me gusta. Mientras embalo, friego, tiro y ordeno, me doy cuenta de que en los últimos años ya había empezado a hacer eso sin ser muy consciente de ello. Por ejemplo, hace casi un año decidí dejar de hacer guardias. Gano un poco menos, pero vivo mucho mejor. Y no ha sido lo único que ha cambiado en mi vida. En el escritorio de mi ordenador, por poneros otro ejemplo, he quitado los accesos directos a muchos juegos para sustituirlos por otros como el de este blog.

Me gustaría daros aquí una especie de receta sobre cómo modificar la programación de algunas partes de nuestra vida y cómo instaurar los cambios que deseamos o que necesitamos, pero no puedo ofreceros lo que no tengo. Por eso me limito a contaros un poco mi propia trayectoria que, por cierto, ha tenido mucho de intuitiva y muy poco de programada.

En la vida, como en la escritura, podemos hablar de trabajadores o escritores de brújula o de mapa. Está bien dejarse llevar por la inspiración cuando surge, pero también conviene tener un mapa que nos ayude a saber si nos estamos desviando del camino a la meta que queremos alcanzar. En este sentido es muy interesante el artículo de Ana González Duque, Escritor de mapa, escritor jardinero y escritor paisajista. No somos robots, por suerte, aunque supongo que también el azar pinta algo en esta historia. En mi caso, y sigo con ejemplos de mi evolución personal, lo primero fue conseguir una estabilidad personal y laboral. Con mis hijos ya criados, y un trabajo estable y satisfactorio, decidí que había llegado mi turno y mi afición por la escritura subió en la lista de mis prioridades.

Como el día tiene veinticuatro horas, supongo que poco a poco el tiempo que he venido dedicando a la escritura se ha encargado de demoler intereses antiguos que no echo de menos. Porque está claro que para construir lo que tengo ahora he necesitado destruir mucha paja inútil que consumía buena parte de mi tiempo y de mis recursos.

Resultados

Empezar a escribir, matricularme en cursos de escritura, conocer a mis amigas, formar parte de este blog y de este proyecto está siendo un camino por el que me gusta transitar cada vez más. Porque sigo de obra. En la de casa, va quedando menos. Y en la personal, el proyecto crece y crece, y disfruto tanto que creo que nunca le pondré fin.

Porque, si lo pienso bien, a lo largo de mi vida he seguido la misma sistemática. Al principio mis padres lo hicieron por mí. Me dieron una educación en casa, y una formación fuera de casa, que han sido y son mis mejores recursos. Y sobre la base de su ejemplo, ya adulta e independiente, he seguido planificando mi vida para alcanzar mis metas y objetivos, y he aplicado en mi trabajo las enseñanzas que antes adquirí.

Ahora mismo, para mí, la escritura se ha convertido en un trabajo no remunerado si nos atenemos al aspecto económico. Pero en todo lo demás, no puede ser más gratificante. Puedo calificarla como mi mejor empleo, en el que me doy el gusto de ser a la vez empresaria y cliente, de ser yo misma y hacer lo que hago por el puro y simple placer de querer hacerlo. Y, vista así, como un trabajo placentero, se cumple eso de que “el trabajo es salud” ¡Es cierto! Y como médico os digo que la escritura es para mí hoy una de mis mejores medicinas.

Adela Castañón

Imagen: Pixabay

Algunos hombres buenos. Mis ángeles de la guarda

Hace unos días leí la noticia de que nos había dejado un hombre bueno. Y quiero rendirle homenaje a él y a otros que son como él. Porque, además, este mes de abril ha tenido lugar la celebración de algo importante: el día mundial del autismo.

Al pensar en el título me ha venido a la cabeza eso de «Algunos hombres buenos». Lo he tecleado en Google y he sonreído al ver adonde me llevaban los enlaces. El primero hace referencia a un libro de Octavio Ruiz-Manjón y la frase clave es “Historias de mujeres y hombres que pusieron la justicia por encima de las ideologías durante la Guerra Civil”. El autor escribe sin intenciones condenatorias, guiado solo por el propósito de sacar a la luz comportamientos ejemplares de personas que no buscaron ningún protagonismo. El segundo click me ha llevado a un libro de Arturo Pérez Reverte. Y me ha llamado la atención esta cita: «En tiempos de oscuridad siempre hubo hombres buenos que lucharon por traer las luces y el progreso. Y otros que procuraron impedirlo».

La RAE define la bondad en dos de sus acepciones como “cualidad de bueno” y “natural inclinación a hacer el bien”. Y creo que la bondad brilla especialmente en determinados escenarios. Las historias de los libros anteriores tienen lugar durante la Guerra Civil española y en el siglo XVIII. Son momentos históricos de grandes cambios protagonizados por buenas personas. Y en nuestra época hay también hombres y mujeres, buenas personas, que hacen y han hecho historia cuando se enfrentan a la diversidad.

Una de esas personas era Theo Peeters. Y su reciente fallecimiento es lo que me ha movido a escribir sobre este tema.

Todos conocemos periodos de la Historia en los que han tenido lugar cambios importantes para la humanidad. El siglo XVIII, por ejemplo, fue un siglo de crecimiento y de desarrollo económico en Europa. En ese siglo, el Siglo de las Luces, nació el movimiento intelectual de la Ilustración, llamado así por su intención de disipar las tinieblas de la ignorancia del hombre. Algo más tarde, en Francia, se produjo un cambio cuando personas como Rousseau abogaron por un romanticismo literario. Gracias a ellos el sentimiento y la emoción llegaron a ser tan respetables como la razón.

Y os cuento esto porque ningún ser humano puede intentar colocarse en el lugar de otro, aunque disponga de todo el conocimiento del mundo, si no se tiene la intuición que el amor nos proporciona. La razón por sí sola no sirve para intentar imaginar cómo se sienten las personas con autismo. Si queremos aproximarnos, tenemos que hacer un esfuerzo de imaginación que requiere humildad, valor, y mucho amor. Y eso es lo que Theo Peeters y otros como él le han regalado al autismo. Me viene a la memoria Ángel Rivière, otro de los hombres buenos que merecen ser recordados por su labor en ese campo, y todavía me emociono cuando recuerdo cómo se metió en la piel de esas personas al escribir sobre las cosas que nos pediría una persona con autismo. ¿Y quién no se acuerda de Pablo Ráez como otro de esos héroes anónimos?

Cuando escribimos sobre ficción, a veces, intentamos convertirnos en nuestros propios personajes. Pues bien, si las personas hiciéramos lo mismo en la vida real, es decir, si intentáramos comprender a nuestros semejantes, posiblemente el mundo sería un lugar mejor.

Lo repito. El mundo está lleno de buenas personas. Solo he hablado de tres, a los que admiro. Pero no son los únicos. Conozco a muchos más que siguen en el anonimato y no han pasado al mundo del papel, aunque no por eso son para mí menos reales. Carmen Martín, psicóloga y amiga que puso nombre a lo que le ocurría a mi hijo y que me llevó de la mano al camino de su felicidad; Curro Jiménez, primero mi paciente, luego mi amigo, y al final hasta mi abogado, que tanto me ha ayudado a la hora de dejar bien atado el futuro de mi Javi; el cura Pepe, de mi parroquia de Marbella; compañeros médicos que me han cambiado guardias para que pudiera llevar a mi peque a sus revisiones; terapeutas y profes que lo han dado todo trabajando por y para nosotros; mis padres, dos personas únicas sin cuya ayuda no habría podido salir adelante; mi hija, que jamás me ha reprochado el tiempo que le robé a su infancia para dedicárselo a su hermano… La lista sería interminable. Por cada uno que menciono me vienen tres más a la cabeza, y eso me llena de felicidad, porque la riqueza de una persona no se mide en dinero, sino en los amigos que tiene. Y haber empezado esta lista con la intención de despedirme en dos renglones, sin conseguirlo, me hace tomar conciencia de mi condición de millonaria.

Quiero que este artículo sirva para dar las gracias a todos los hombres y mujeres buenos que hay en el mundo y, en especial, a los que formáis parte de mi vida, aunque no os haya podido nombrar expresamente.

Queridos lectores, ojalá en el camino de vuestra vida se crucen muchos hombres buenos. Y ojalá que alguien, cuando le pidan que nos defina a mí o a cualquiera de vosotros, lo haga con estas palabras: es una persona buena. Sería hermoso.

 

Adela Castañón

Imagen obtenida en Google de aetapi.org

Añadir vida a los años

Está claro que el envejecimiento es un fenómeno predecible e inevitable que va en aumento. Pondré dos ejemplos, aunque existen miles. Los niños que nacieron en Brasil en 2015 han podido aspirar a vivir veinte años más que los que vinieron al mundo cincuenta años antes. Y, en Irán, la proporción de habitantes mayores de sesenta años pasará a uno de cada tres en lugar de uno de cada diez, que era la que había en 2015. Por eso vale la pena meditar un poquito sobre las implicaciones de envejecer en el siglo XXI.

La OMS define el envejecimiento activo como el proceso de optimización de las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas envejecen. Es bueno aplicar el concepto de envejecimiento activo tanto a los individuos como a los grupos de población, porque nuestra sociedad actual ha ganado la batalla a la longevidad. Pero cada día que pasa nos vamos dando cuenta de que hace falta algo más que añadir años a la vida. Tenemos que actualizar nuestra percepción de la última etapa del ciclo vital. Hay que redescubrir a nuestros mayores y mirarlos con otros ojos. No como una carga para el sistema político, sanitario o social, sino como una población activa que todavía nos puede aportar y enriquecer con sus valores, que son muchos.

Tenemos que despojar a la palabra vejez del sentido peyorativo que se le ha dado en los tiempos modernos. Hay que volver la vista atrás, a la cultura clásica o nuestra historia más antigua y redefinir esa etapa de la vida. Envejecer no es un declive. O, al menos, no debería serlo. Me quedan pocos años para jubilarme y quizá por eso pienso ahora en esto mucho más que cuando era más joven, claro está. Iba a escribir “que cuando era joven”, pero la verdad es que me sigo sintiendo así, salvo por el pequeño detalle de la fecha de nacimiento impresa en mi D.N.I. Considero que me aproximo a una etapa de mi ciclo vital llena de oportunidades. Allí me está esperando la escritura, entre otras cosas. No siento que el final de mi vida laboral sea la puerta de entrada a un periodo de pérdidas o de decadencia. Más bien al contrario: tendré más tiempo libre para llevar a cabo proyectos que hasta ahora no he tenido ocasión de emprender.

El que fuera director del programa de la OMS “Envejecimiento y Ciclo de Vida” hasta 2008, Alexandre Kalache, en una de sus declaraciones decía: “la edad cronológica ha dejado de ser un instrumento útil para medir la vejez y tras la jubilación se tienen por delante fácilmente alrededor de treinta años de vida. No se puede pretender pasar esos años tejiendo”.

Coincido con esa afirmación porque no espero que mi vida después de jubilarme sea una cuesta abajo hacia una etapa de tercera categoría. En varios talleres de escritura he aprendido mucho sobre los estereotipos que definen a las personas con unos cuantos rasgos que no siempre son verdaderos. Me niego a dejar que me encasillen y a que encasillen a otras personas mayores en esa “tercera edad” estereotipada, ficticia y nada agradable.

Se trata de que no solo los avances tecnológicos añadan años a la vida, sino de que nosotros añadamos vida a esos años. Lo contrario sería un verdadero desperdicio. Y no es un objetivo demasiado difícil, o eso creo yo. Basta con tener metas, planes, deseos que alcanzar, y llevarlos a cabo con estrategias que están al alcance de todos: pasar tiempo con amigos, hacer ejercicio, mimar nuestro cuerpo… La lista podría ser mucho más extensa, pero cada persona debe realizar la suya con arreglo a sus gustos, preferencias y prioridades.

Yo ya tengo en el primer puesto de mi lista la escritura. Porque desde que empecé a hacer cursos y talleres, siento que rejuvenezco en cada cumpleaños. Quizá se lo debo a los jóvenes con los que me he relacionado, o a que dejé de pensar en futuro para empezar a hacer cosas en presente.

Es estimulante comprobar que me falta tiempo para estos proyectos prejubilares. Que vuelvo a estresarme porque no llego a una entrega de tarea de escritura, o se me echa encima el plazo para escribir un artículo. Entonces me pongo a teclear como una loca, que es justo lo que estoy haciendo. Por eso mismo tengo que terminar con un consejo para aquellos que están paralizados por el miedo y a los que no se les ocurren ideas: Para añadir vida a los años es importante crear grupos de relación, ya sean de escritura o de otros intereses. A mí me motiva mucho este blog, que tanta vidilla nos ha dado a sus creadoras. Aunque a veces haya que escribir contra reloj. Vale la pena.

Adela Castañón

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Imagen inicio: Pixabay. Imagen final: Pixabay

La danza de los estorninos en el cielo de Huesca

Los estorninos dibujan un murmullo fractal en el cielo. “Danza del amor y la muerte. Cuento fantástico”, Aleph Sturning.

Los estorninos habían elegido el Parque Grande como dormidero. Con las primeras nieblas otoñales, a primera hora de la mañana, las bandadas de estorninos, que salían en buscade comida, oscurecían el cielo. La ciudad se despertaba cubierta con un manto blanco de excrementos de estos pájaros, negros y picudos, que no paraban de graznar. Un penetrante olor fétido se expandía por todos los rincones de las casas. Llegaba hasta las cocinas, se agarraba a las gargantas, entraba en los estómagos y producía náuseas y vómitos.

Durante el día invadían las cosechas de los campos. Entre los sembrados, se veían miles de puntos negros pirateando las semillas. Los que tenían el buche lleno se colgaban, como notas de solfeo, en el pentagrama de las líneas telefónicas y en los cables de la luz.

Las autoridades trataron de echarlos con grandes hogueras y mucho humo, pero fracasaron. Tampoco lo consiguieron con fuegos artificiales. Ni lo lograron los vecinos que intentaban espantarlos imitando sus graznidos. Los cazadores, con batidas a tiro limpio, provocaron una mayor algarabía de estorninos.

Entre todos consiguieron que se alejaran durante el invierno. Aunque, en realidad, eso se debía a su instinto migratorio.

Los del Ayuntamiento instalaron en la copa del pino más alto del parque un robot con apariencia humana. En 1995 sustituyeron los tradicionales espantapájaros por un estorninator que los oscenses bautizaron como Tordokoph. Es que eso de estorninos era un nombre muy reciente.

—¿Adónde vamos a parar? Mira que llamar estornino a lo que siempre hemos llamado tordo? —le comentaba una vecina a otra de ventana a ventana.

El estorninator era un artilugio del diseñador Julio Luzán, el mismo que creó las rupertas de Chicho Ibáñez Serrador para el programa “Un, dos, tres…”. Este robot de apariencia humana se movía como un hábil cazador.

—He elegido la forma de un humanoide cazando porque los pájaros tienen muy interiorizada la figura del cazador —así lo explicó Luzán a la prensa.

El Tordokoph llevaba una armadura de hierro, como los caballeros de las cruzadas. Debajo de la celada, unos altavoces con sonidos de disparos y otros con graznidos de estornino. Con esos irritantes chillidos que emiten estos pájaros cuando sienten un peligro cerca. En la cota de malla se enredaban unos cables que acababan en potentes focos, como los del teatro. De vez en cuando,emitían unas ráfagas de luz en forma de lenguas de fuego para incomodar a esta plaga de okupas.

En menos de una semana, este espantapájaros moderno, equipado con motor, escopeta y altavoces, se había convertido en una de las mayores atracciones de Huesca. Y en menos de un mes, en la entrada del parque se formaban largas colas con turistas de todo el mundo. El Tordokoph había hecho tan famosa a la capital oscense como el Ecce Homo a Borja.

Las opiniones sobre el Tordokoph estaban divididas. Los ecologistas decían que rompía las vías naturales de la migración. Los políticos discutían si la cibernética podría llegar más lejos que la cinegética. Los del Ayuntamiento creían que iba a ser un método muy eficaz porque el cerebro de las aves había evolucionado tanto que ya era casi como el de los humanos. Por eso resultaba cada vez más difícil asustarlas con los medios tradicionales. Las amas de casa llamaban a la radio local para protestar por un artilugio que provocaba estrés y agresividad a sus mascotas.

Y no todos estaban de acuerdo en que los estorninos fueran una plaga molesta. Para los científicos los “murmullos de estorninos” eran un ejemplo de “inteligencia del enjambre”, como la de los grandes cardúmenes de peces.

Para las matemáticas del caos, además de volar con perfecta coordinación, dibujaban en el cielo la figura de un estornino gigante, el autorretrato del que cada uno de ellos era un fractal.

Para los músicos y poetas, el susurro de estas nubes negras era un momento extraordinario. Mozart llegó a vivir tres años con un estornino. Cuando murió, lo enterró en el jardín y le escribió un poema: “Aquí descansa un querido y pequeño loco: mi estornino”.

Mientras tanto, el pastor del Arrabal, furioso porque se le comían el pienso de su rebaño, en pocas horas cazó más de diez mil con el método tradicional de las redes. Él, como sus antepasados, sabía que, en otoño, las densas nubes de estorninos volaban muy bajo y bailaban una danza coordinada y misteriosa. Y también sabía que esa danza era un momento muy oportuno para la caza.

Carmen Romeo Pemán

Imagen destacada. Huesca. Una bandada de estorninos al amanecer.

Este año de 2018 se cumple el 25 aniversario de la llegada de los estorninos a Huesca.

Razón o emoción: no hace falta elegir

A finales de enero, Carla Campos nos convencía de que el amor no es eso que muchas veces nos venden. Hace unos días, Mónica Solano nos deleitaba con un creativo relato sobre la mecánica del amor. Y el catorce de febrero acabaremos empachados de corazones rojos que nos aguijonearán para inducirnos al consumismo comercial del día de los enamorados. Como si lo del enamoramiento y una determinada fecha del almanaque tuvieran que ser un matrimonio de conveniencia. Todo esto me lleva a pensar si es inteligente dejarse gobernar por las emociones o si, por el contrario, cometemos un error cuando lo hacemos.

La supervivencia de la especie humana, de la que vosotros y yo somos parte, se debe a un extraordinario diseño biológico condicionado por multitud de factores. Contamos con una serie de mecanismos que manejan nuestro espectro emocional y, a veces, nos hacen responder a algunos retos del mundo contemporáneo como criaturas del Paleolítico. De unos años a esta parte han surgido nuevos enfoques sobre esos temas y de ellos quiero hablaros en este artículo.

Base biológica

Las nuevas técnicas de imagen nos permiten conocer mejor el funcionamiento de nuestro cerebro. Y los científicos han intentado racionalizar desde la mente algunos de los enigmas irracionales de nuestro corazón.

La parte más primitiva de nuestro cerebro, la que regula funciones básicas, se localiza en el tallo encefálico. Y rodeando a esa región se halla el sistema límbico, que juega un importante papel en la relación entre las emociones y las respuestas cerebrales. La evolución de este sistema permitió que nuestros antepasados fueran adaptando sus acciones a los cambios sucesivos del entorno. Gracias al aprendizaje y la memoria, dos herramientas magníficas, desarrollaron capacidades como, por ejemplo, identificar peligros, sentir temor ante determinados estímulos y aprender técnicas para evitar riesgos.

Sobre esa base, hace millones de años, se fue desarrollando el neocórtex que nos diferencia del resto de las especies. Ahí radica lo que nos hace más humanos: la capacidad de tener pensamientos sobre nuestros sentimientos y de desarrollar un amplio abanico de reacciones ante cualquier estímulo emocional.

Repercusiones

Ese equipaje biológico, que en principio es algo bueno y positivo, nos puede hace caer en el error de pensar que la racionalidad prima sobre nuestros sentimientos porque somos capaces de controlar nuestras emociones. Pero no es tan sencillo: todos conocemos personas “estrella” en su trabajo a pesar de que su experiencia profesional o su capacidad intelectual no destaquen sobre los demás. Y, por otro lado, basta recordar a alguien gritando cuando pierde los estribos para echar por tierra esa premisa de que la razón siempre manda más que la emoción.  Así que, ¿qué domina entonces?: ¿La razón o el sentimiento? ¿La inteligencia o la emoción? ¿Qué factores hacen que una determinada persona evolucione hasta ser un triunfador carismático o un asesino psicópata?

Para Daniel Goleman, la respuesta está en lo que él llama “inteligencia emocional”: un conjunto de habilidades que, aunque tengan en parte un origen genético, se pueden moldear, aprender y perfeccionar a lo largo de nuestra vida. Esas habilidades personales e interpersonales nos ayudan a conocernos más y a transmitir mejor nuestras emociones, optimizando nuestras relaciones con los demás y, en consecuencia, nuestra experiencia vital.

Ampliando conceptos

La siguiente pregunta sería sobre la naturaleza de esas habilidades. Y la respuesta es bastante intuitiva: en el lote se incluyen la empatía, el entusiasmo, el autocontrol, la capacidad de motivación personal, y otras similares. Todos estos motores pondrán en marcha las emociones. Y toda emoción es un impulso que nos conduce a la acción. En latín, el prefijo e/ex señala un objetivo. Y movere significa moverse. Si pensamos por tanto en la reacción de un animal o de un bebé comprenderemos que sus emociones son un “movimiento hacia” una acción que puede ser huir, llorar, buscar a la madre, etc. Pero nuestras experiencias vitales y nuestro entorno van moldeando ese bagaje genético y lo enriquecen con una mayor variabilidad de respuestas.

Y volvemos a la importancia de la interacción del neocórtex cerebral con el sistema límbico. Sería muy complejo intentar explicar aquí la neurofisiología de esa relación, pero basta saber que todos tenemos dos mentes distintas: la que piensa y la que siente. Y cada una se rige por circuitos cerebrales diferentes pero relacionados entre sí.

El intelecto puro y duro no funcionará de modo adecuado si el sistema límbico y el neocórtex no se coordinan bien. Si lo hacen, los pensamientos condicionarán y enriquecerán las emociones, y viceversa. No obstante, en ocasiones un estímulo con una potente carga emocional puede activar sistemas neurológicos más primitivos que desencadenan una reacción de emergencia capaz de dominar a nuestra parte racional provocando comportamientos desproporcionados. Un ejemplo sería el de alguien que comete un homicidio cegado por un ataque de ira.

Existen bastantes estudios que comparan el grado de satisfacción de unos jóvenes con altas puntuaciones en un test de inteligencia con la de otros con puntuaciones dentro del promedio. Para eso se utilizan indicadores como la felicidad o el éxito profesional. Y, sorprendentemente, todos concluyen que el coeficiente intelectual no representa ni a un 20% de los factores que llevan al éxito. Y dentro del 80% restante tenemos otro tipo de factores como la suerte, la clase social y, en gran medida, la inteligencia emocional.

Si me extendiera en detalles del amplio abanico de habilidades, me daría para un libro, pero merecen que, por lo menos, nombre a algunas de ellas:

  • Autocontrol
  • Conocimiento de uno mismo
  • Empatía
  • Entusiasmo
  • Capacidad de reconocer los errores
  • Positivismo
  • Asertividad
  • Proactividad
  • Y un largo, larguísimo etc.

¿Y, entonces…?

Pues entonces me gustaría que todo lo que he expuesto os sirviera para dejar claro que podemos dominar, con mayor o menor acierto, nuestra vida emocional, lo mismo que podemos aprender química o literatura. Tengo datos de primera mano, y no soy la única. Cualquier persona que tenga un ser querido con autismo podrá dar testimonio de los resultados que se obtienen cuando los profesionales de la inteligencia emocional trabajan con niños o jóvenes con autismo. Y la aplicación de esos conceptos para conseguir una vida plena es universal, y no se limita a patologías mentales.

Todo se puede lograr si se tiene interés. A base de aprendizaje y de práctica, porque recordemos que saber no basta. Pero solo averiguaremos hasta dónde podemos llegar si lo intentamos.

Adela Castañón

 

Imágenes: Lifeder, Habilidad social